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América Latina: hacia una "integración siglo XXI"
Mié, 14/12/2016 - 09:56

Héctor Casanueva

Europa y las migraciones: una paradoja
Héctor Casanueva

Héctor Casanueva es profesor e investigador en Historia y Prospectiva de la Universidad de Alcalá de Henares, director del Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia y ex embajador de Chile.

Estamos en un punto de inflexión para la economía global y el comercio internacional, entrando en una nueva era, de la que América Latina no puede quedar marginada. Necesitamos una “Integración siglo XXI” para enfrentar tres desafíos mayores: uno, el proteccionismo rampante que empieza a resurgir, especialmente en el mundo desarrollado, culpando al libre comercio y la apertura de las economías por sus problemas de competitividad (según la OMC, las medidas proteccionistas se han incrementado un 17% en el último año). Otro, el desfase creciente entre viejos y nuevos sistemas de producción de bienes y servicios en la era de la economía digital y el e-trade, que se basa no sólo en el conocimiento, sino en la singularidad tecnológica, con todo lo que significa en materia de inteligencia artificial, biotecnología, robótica, impresión 3D y 4D, el internet de las cosas, el comercio electrónico. Y un tercero, las agrupaciones de mercados que crean macro-zonas basadas en la complementariedad productiva y de servicios, bajo nuevas reglas ambientales, laborales, estándares técnicos, propiedad intelectual, desde las que se compite internacionalmente.  
Estos tres desafíos se relacionan y crean un escenario de alta complejidad. Especialmente para los países menos adelantados y de renta media, que han avanzado en las últimas décadas gracias al dinamismo de una economía global muy demandante de materias primas y productos básicos, pero cuyo ciclo se agota y se solapa con la nueva era digital, en una difícil transición.

América Latina está en esta situación, y por eso necesitamos entrar en una nueva fase de integración post-arancelaria. La liberalización de nuestro comercio interno de bienes ya alcanza a más del 90% del universo arancelario, de manera que ese no es el obstáculo para aumentar nuestro mercado regional. En lo externo, hemos crecido en las dos últimas décadas sobre todo gracias a las exportaciones de recursos naturales y productos básicos. En la mayoría de nuestros países este crecimiento ha permitido mejoramientos importantes de tipo social y reducción de la pobreza. Pero el nuevo escenario exige otras respuestas, que deben ser abordadas conjuntamente, con las sinergias de nuestros sistemas productivos, y las políticas públicas domésticas y regionales apropiadas, pero ajustados al entorno digital y aprovechando sus ventajas, sobre todo en materia de servicios. No podemos seguir anclados en el siglo XX, cuando los regiones con las que debemos complementarnos, y hasta competir, ya están de lleno en el siglo XXI y mirando al XXII.

En este contexto, la integración latinoamericana tiene un reto mayor: desarrollar fuertemente el mercado regional de bienes y servicios, constituyéndose en sí misma en una cadena de valor, y a la vez vincularse competitivamente con los macro-mercados de Europa, Asia, Norteamérica. Por ahora, los intercambios dentro de la región llegan solo al 15% del total (en la UE es el 70%, en Asia el 52%); somos el 7% del PIB y el 4% del comercio mundial. Los análisis de organismos internacionales no consideran a nuestra región como un macro-mercado ni cuenta como una cadena global de valor.

El siglo pasado iniciamos un camino, articulando diferentes esquemas, desde la ALALC hasta la ALADI. Algunos países comenzaron, asimismo, a partir de los años noventa, a vincularse mediante acuerdos de libre comercio con los ejes de esos macro-mercados, como Estados Unidos, la Unión Europea, China, y también entre si, dentro de la región, a través de relacionamientos bilaterales y plurilaterales de complementación económica y alcance parcial en el marco del Tratado de Montevideo de 1980. El Mercosur, la Alianza del Pacífico, el Sistema Centroamericano, la Comunidad Andina, el Caricom, el ALBA, son distintas formas de integración y de inserción internacional, que reflejan la diversidad propia de nuestra región, pero a la vez la fuerte y permanente voluntad política existente por buscar caminos para fortalecernos en el mundo. 
Todos estos esfuerzos de integración económica constituyen una base para insertarnos en el escenario global y la nueva era de competitividad. Lo que necesitamos ahora es avanzar en la convergencia de estos esquemas, respetando la diversidad y los grados de profundidad de cada cual, y apostar fuertemente por la complementariedad productiva y la facilitación del comercio, apoyando a los países a aplicar el Acuerdo de Facilitación de la OMC del que todos somos signatarios, que busca eliminar barreras administrativas y logísticas que entorpecen el flujo de los intercambios. 

Los acuerdos suscritos al amparo de la ALADI, entre trece países que representan 510 millones de personas, el 90% del PIB y del comercio exterior regional, han liberalizado prácticamente su comercio de bienes. A ello se suman otros acuerdos en diversas materias. Esto constituye a la asociación como el más grande esquema de integración económica de América Latina, y al Tratado de Montevideo como el marco jurídico por excelencia en el que cabe avanzar hacia nuevas fases de integración. En efecto, este Tratado, y la ALADI como institución, tienen todas las condiciones y potencialidades para la convergencia de los esquemas subregionales y de los acuerdos existentes, así como para una generación de acuerdos en sectores directamente relacionados con la creación de valor, la productividad y la competitividad a escala regional. Por ejemplo en energía, infraestructura física y digital, medio ambiente, facilitación del comercio, transporte, encadenamientos productivos, comercio electrónico, desarrollo exportador, fomento de las pymes, equidad de género en el comercio, y muchos otros. 

Los principios en que se basa la ALADI, de pluralismo, convergencia, flexibilidad, tratamientos diferenciados y multiplicidad de formas de relacionamiento, sustentan la creación progresiva de un mercado común. Hoy, en pleno siglo XXI, un mercado común significa integración y apertura a la vez: incrementar el comercio interno de bienes y de servicios, con liberalización arancelaria más complementación productiva de sectores, y sinergias de sistemas; y a la vez, sobre estas bases, apertura para la inserción competitiva en el mundo. La potencialidad institucional y técnica de la ALADI para avanzar en la convergencia en la diversidad hacia una “Integración Siglo XXI”, con estas características es enorme y debemos aprovecharla al máximo.