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Clima de cambios en China y Estados Unidos
Dom, 30/11/2014 - 23:04

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

China y los Estados Unidos parecían tener buenas excusas para evadir sus responsabilidades en materia de cambio climático. Algunos solían recordar a su gobierno que, contando con  alrededor de 5% de la población mundial, los Estados Unidos producían más del 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero. Entonces el gobierno estadounidense respondía que los niveles de emisión de su país debían contrastarse con el tamaño de su economía (que representa más del 20% del PIB mundial), y no con el tamaño de su población. Pero entonces siempre había quienes le recordasen que para una economía basada en servicios de alta tecnología, los Estados Unidos emitían una proporción mayor de gases de efecto invernadero por dólar de producto que los países de la Unión Europea. A lo cual el gobierno estadounidense respondía que en cualquier caso China era ya el principal emisor mundial de gases de efecto invernadero, con tendencia a incrementar su participación en el total. A lo cual el gobierno chino respondía que el denominado “Calentamiento Global” no era producto de las emisiones de su país, sino del efecto acumulado de las emisiones generadas por las potencias occidentales desde la revolución industrial (sin mencionar la contribución de la Unión Soviética y sus aliados europeos tras la Segunda Guerra Mundial).

Si se recuerda que China y los Estados Unidos representan en conjunto alrededor del 45% de las emisiones de gases de efecto invernadero producidas por la industria humana, se revelan además los límites del argumento según el cual estaríamos ante uno de esos “Problemas Globales” que atraviesan fronteras a discreción, sin parar mientes en las nacionalidades que pretenden cobijarse detrás de ellas. Un simple ejercicio demuestra esos límites. El ejercicio consiste en contrastar dos fuentes de información. La primera es la lista de los diez países que constituyen los principales emisores de dióxido de carbono (que según algunos cálculos, representa más del 80% de las emisiones de gases de efecto invernadero). La segunda fuente proviene de cálculos del Banco Mundial, y contiene la relación de los doce países en mayor riesgo de padecer cada una de las seis principales formas de “Amenaza Climática” (por ejemplo, sequías, inundaciones o tormentas). Al superponer ambas listas (la de los diez principales emisores de dióxido de carbono, con la de las decenas de países en grave riesgo de padecer alguna amenaza climática), lo que descubrimos es que no existe mayor intersección entre ellas: salvo por China y la India, ninguno de los principales emisores está entre los países en mayor riesgo de padecer una de esas amenazas climáticas.

Es decir, aunque sigue siendo cierto que todos los países son en mayor o menor medida tanto parte del problema como parte de la solución, los beneficios inmediatos de contaminar y los costos futuros de la contaminación se distribuyen entre ellos de manera sumamente desigual. Y dado que las principales economías del mundo se encuentran entre los mayores beneficiarios en lo inmediato de la contaminación, pero (salvo por China e India) no entre las principales víctimas de sus costos futuros, estas últimas no parecen tener el poder de negociación necesario para obligar a los primeros a asumir sus responsabilidades.

Estamos pues ante lo que los economistas denominan un problema de acción colectiva (específicamente, ante una externalidad negativa), como aquellos que ameritan la intervención del Estado en una economía nacional. Pero dado que no existe un Estado global con la capacidad coercitiva necesaria para obligar a los países más poderosos a asumir los costos ambientales que infligen a países más débiles, estos últimos dependen en parte de la voluntad de quienes gobiernan esos países poderosos para que asuman sus responsabilidades.

La Unión Europea (como conjunto, el tercer mayor emisor de gases de efecto invernadero), ya había adoptado tanto a nivel interno como a nivel multilateral metas de reducción de sus emisiones. Pero eso distaba de ser suficiente mientras los dos países que representan cerca de la mitad de las emisiones mundiales (China y los Estados Unidos), no establecieran sus propias metas de reducción de emisiones. Esa es por ende la importancia del reciente acuerdo suscrito sobre la materia por esos países: por primera vez tanto China como los Estados Unidos han establecido metas de reducción para sus emisiones de gases de efecto invernadero. Tal vez no se establezcan luego mecanismos multilaterales que hagan de ellas metas vinculantes, y probablemente el mensaje sea que esos países no habrán de avanzar a nivel multilateral un ápice respecto a las metas ya establecidas a nivel bilateral. Pero el hecho es que sin la anuencia de China y los Estados Unidos jamás será posible un acuerdo eficaz para afrontar la amenaza del cambio climático, y esta es la primera vez que esos países establecen un criterio objetivo con base en el cual podrá juzgarse su conducta futura en la materia.

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