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Cuatro es el número mágico para controlar la inflación
Mar, 12/05/2015 - 10:46

Stephen Pope

Cuatro es el número mágico para controlar la inflación
Stephen Pope

Stephen Pope es Managing Partner en Spotlight Group.

La inflación (en sentido económico) es un aumento sostenido del nivel general de precios de bienes y servicios de una economía durante un periodo de tiempo. Para registrar la inflación, los economistas calculan la tasa de inflación como el cambio porcentual anualizado de un índice general de precios, que suele ser el índice de precios al consumo (IPC) a lo largo del tiempo. Como todos sabemos, la cara opuesta de la inflación es la deflación, situación en la que los precios caen.

La inflación repercute en la economía de forma positiva y negativa. Los efectos favorables pueden suponer un ajuste de los niveles de los tipos de interés clave de los bancos centrales, que se traduce en una caída de los tipos de interés reales evitando cualquier tendencia hacia la recesión. Al bajar los tipos de interés, en teoría el sector privado debería encontrar impulso para realizar nuevas inversiones en proyectos de capital.

Por el contrario, entre los efectos negativos de la inflación también se incluyen estas cuestiones dado el incremento del coste de oportunidad de mantener dinero al aumentar la incertidumbre en torno al futuro, es decir, las perspectivas pueden desalentar la inversión y el ahorro. Si el ritmo de la inflación es muy marcado o en caso de “hiperinflación”, podría haber escasez de productos básicos ante el acaparamiento de los consumidores y las empresas.

Políticas para controlar la inflación. La inflación puede reducirse mediante políticas que ralenticen el crecimiento de la demanda agregada (DA) y/o impulsen la tasa de incremento de la oferta agregada (OA).

Mediante la política fiscal, si el gobierno considera que la DA es excesivamente alta, puede optar entre endurecer la política fiscal reduciendo el volumen de gasto estatal en bienes públicos o prestaciones sociales. De igual forma, puede tratar de controlar la demanda del sector privado aumentando los impuestos directos reduciendo así la renta real disponible. No obstante, la consecuencia no deseada puede ser que tanto al DA como la OA bajen, una situación que tendría efectos negativos en el empleo y en el crecimiento económico real a corto plazo.

Por otro lado, el estado puede optar por esperar y dejar al banco central, que en las economías más desarrolladas actúa con independencia de la orientación del gobierno, haga cambios en la política monetaria. De endurecer su política, el banco central iniciará un periodo de subida de tipos para reducir el gasto al consumo y de inversión. Es probable que con el aumento de los tipos de interés, el tipo de cambio suba y el coste de las importaciones (M), bienes y servicios caiga mientras aumenta el coste de las exportaciones (X). El volumen de comercio neto, X – M, mejorará a corto plazo en función de la elasticidad de las importaciones y de las exportaciones y del tiempo que se mantengan los contratos de comercio pre-existentes.

Un tercer enfoque consiste en establecer medidas fundamentadas en la oferta tendentes a aumentar la productividad, la competitividad y la innovación. Estas fuerzas sirven para mantener la bajada de precios, si bien el desfase temporal conlleva que las repercusiones no se dejen sentir hasta el medio plazo.

¿Qué funciona mal? Las primeras propuestas por parte de los sistemas monetarios de fijar el objetivo de la tasa de inflación respecto del tipo de cambio siguieron a la crisis general del patrón oro tras la Primera Guerra Mundial. Irving Fisher y John Maynard Keynes son buenos ejemplos de trabajo académico sobre el tema.

No obstante, en 1990, el Banco de la Reserva de Nueva Zelanda fue el primer banco central en establecer un objetivo de inflación. El Banco de la Reserva de Nueva Zelanda adoptó un enfoque con cuatro características:

1. Una tasa de inflación variable nominal identificada como el único objetivo alcanzable a medio plazo en materia de política económica.

2. El establecimiento de una política directa tendente a cumplir con el objetivo a medio plazo a través de un objetivo de inflación rigurosamente medido en lugar de indirectamente a través de un objetivo intermedio.

3. Una estructura institucional para articular las funciones y responsabilidades respectivas del banco central y del gobierno.

4. Una transparencia total para respaldar la organización, cobertura y debilidades de la estructura.

Desde que empezaran a establecerse objetivos de inflación, parece que han sido muchos los bancos centrales que han adoptado este enfoque y ni la Reserva Federal estadounidense, ni el Banco de Inglaterra ni el BCE han alcanzado su objetivo de IPC. El Banco de Japón ha sobrepasado el objetivo. De hecho, del G7, solo el Banco de Canadá cumple en la actualidad con su objetivo.

Teniendo en cuentas que los demás bancos centrales del G7 llevan mucho tiempo sin cumplir con sus objetivos de IPC, hay quien considera que los objetivos deben incrementarse del 2,0% al 4,0%. La propuesta nació del economista jefe del Fondos Monetario Internacional, Olivier Blanchard, y contó con el respaldo del premio Nobel Paul Krugman. No obstante, la idea está ahora en la cabeza de varios gobernadores de bancos centrales.

El que fuera presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, apuntó el mes pasado que está abierto a una subida del objetivo de la Fed del 2,0% y afirmó que la cifra no tiene misterio alguno. Sus palabras contaron con el respaldo del presidente del Banco Federal de Boston, Eric Rosengren, que además añadió que cabe la posibilidad de que los objetivos de inflación se establecieran en niveles muy bajos.

Hay quien tiene la sensación de que el patrón demográfico y los incrementos de productividad son tales que funcionar con un objetivo del 2,0% es sencillamente insuficiente.

¡Renace la teoría de las expectativas! Con todo ello, nos hacemos la siguiente pregunta: si los principales bancos centrales no logran alcanzar un tasa de IPC del 2,0%, ¿qué posibilidades habrá si se dobla el objetivo? La respuesta se basa en realimentar las perspectivas actuales de inflación, que es, con arreglo al Financial Times, la tasa de inflación que los trabajadores, empresas e inversores creen que prevalecerá en el futuro, y que por tanto tendrán en cuenta en su proceso de toma de decisión.

Las expectativas adaptativas son un proceso hipotético a través del cual se forman expectativas sobre lo que pasará en el futuro sobre la base de lo ocurrido en el pasado. En la siguiente ecuación, figura una versión de expectativas adaptativas, en la que Pe es la tasa de inflación que en la actualidad se estima para el próximo año; Pe - 1 es la tasa de inflación de este año prevista el año anterior y Pa es la tasa de inflación real de este año:

Pe = Pe -1 + λ{Pa – [Pe -1]} y 0 ≤ λ ≤ 1

Si un banco central baja los tipos de interés reales para impulsar el crecimiento económico, el posible incremento de la inflación supondrá una reducción de la carga de la deuda y una ayuda para el mercado laboral, ya que la inflación acelerada erosionará los sueldos reales a la baja permitiendo por tanto que las compañías mantengan niveles de empleo elevados.

El hecho de permitir que la economía funcione con una inflación más alta abriría la puerta a una subida de tipos a largo plazo con lo que habría un margen mayor para una disminución de tipos (política monetaria convencional) cuando el ciclo económico apunte a la baja.

El Banco de Japón ha optado por esta vía al aumentar su objetivo en materia de inflación del 1,0% al 2,0% en 2013 en aras de combatir la deflación. Japón ha sido una de las primeras sociedades que se ha visto afectada por el cambio demográfico ya que la proporción de trabajadores en la población total en relación con los jubilados es cada vez menor. Se trata de una barrera natural a la expansión económica que tiene un impacto indiscutible en la bajada de la inflación. Solo la política del “Abenomics”, que es expansiva desde una perspectiva fiscal y monetaria, ha evitado que esto ocurra en Japón.

La resistencia a incrementar el objetivo. En un comité del FMI celebrado en abril de este año, el vicepresidente de la Fed, Stanley Fischer, manifestó su temor a que la inflación pueda irse de las manos y a que las principales autoridades en materia monetaria puedan arriesgarse a perder credibilidad. Todo ello ha sido compartido por Peter Praet, miembro del comité ejecutivo del BCE y economista jefe.

¿Está justificado el miedo? Cabe preguntarse si un objetivo en materia de inflación del 4% puede ser perjudicial para la economía. Hay quienes argumentan que podría tener unos efectos castigadores inaceptables en los grupos de la sociedad con ingresos bajos y que la variabilidad en los precios relativos y distorsiones en el sistema fiscal podrían favorecer a lo más acomodados.

Todo ello puede contrarrestarse a través de la investigación que indica que mientras tales efectos son importantes desde una perspectiva cuantitativa, a la hora de moderar la inflación las repercusiones son relativamente menores. Paul Krugman afirma: “Si bien la inflación es universalmente considerada como un terrible azote, los esfuerzos por medir los costes presentan cifras vergonzosamente bajas”.

El espectro de ideas de los bancos centrales es variado ya que parece que son conscientes de que una inflación del 4% no perjudica en gran medida la economía y sin embargo existe una oposición a que se adopte un objetivo del 4%, ya que se considera que podría provocar que la inflación se situase realmente por encima del 4% o que al menos diese lugar a esa expectativa.

Al igual que ocurre con todos los temas de naturaleza económica, existen tantas opiniones como economistas. Desde la crisis financiera, la historia nos dice que la inflación ha caído hasta niveles demasiado bajos. Un movimiento hasta un objetivo de inflación del 4% limitaría los costes y haría que los intentos de los bancos centrales por revertir recesiones futuras fueran mucho más fáciles.

*Esta columna fue publicada originalmente en Sala de Inversión.com.

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