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De la historia de los precios en México
Vie, 29/01/2016 - 09:09

Fernando Chávez

Los saldos económicos de la guerra mexicana contra el poder narco
Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

Vuelvo al tema de la inflación anual mexicana del 2015 (2,13%), la más baja de los últimos 45 años. Insisto en esto sólo para plantear algunas cuestiones de la historia monetaria del país en el siglo XX y llegar a moralejas realistas.

La cuestión memorable es que 100 años antes, en 1915, se registró la inflación más elevada de todo ese siglo: 212,5%. Este dato es polémico por que el índice de precios disponible para medir la inflación en ese año y en otros años cercanos a éste no es del todo confiable, pero hay consenso entre economistas e historiadores de que 1915 fue un año marcado por turbulencias monetarias sin par en ese siglo "problemático y febril", como dice el famoso tango "Cambalache".

La primer explicación de este episodio de alta inflación es que la guerra entre las diferentes fracciones revolucionarias llevó a un desorden monetario provocado por la emisión intermitente de diferentes monedas y billetes. El dominio militar temporal de villistas, zapatistas y carrancistas en diferentes territorios generó en 1915 igual número de zonas monetarias, tan firmes y duraderas como fuera el dominio militar de cada ejército revolucionario que las ocupaba. Las guerras siempre han tenido un alto costo financiero y los jefes revolucionarios recurrieron a la emisión de dinero fiduciario como un recurso de última instancia, por la ausencia casi total de un sistema bancario que había quedado pulverizado por los vientos de guerra desatados por los asesinatos del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez.

La guerra civil en sí misma, hay que subrayarlo, no fue la causante principal del episodio monetario, sino la circulación intermitente y masiva de dinero de diferentes emisores. Por supuesto que la Revolución, al ir destruyendo capital físico e interrumpir la regularidad del proceso productivo, contrajo severamente la oferta de bienes y servicios y ello propagó con mayor fuerza el incremento de los precios de las pocas mercancías que entraban a los mercados. En este contexto, aparecieron con frecuencia en ese año y en los inmediatos posteriores, llenos de miserias políticas y sociales, dos fenómenos económicos exóticos: el trueque como mecanismos de intercambio y la desaparición u ocultamiento de las monedas fuertes conocidas en ese entonces, las de oro y plata, por supuesto, que eran "contantes y sonantes".

Solamente les recuerdo que los 100 años transcurridos entre 1915 y 2015 se registraron las dos caras del tema monetario: una alta inflación (que quizá fue el umbral de una hiperinflación que no llegó) y una baja inflación (la más baja en los últimos 45 años, asociada al poco poder adquisitivo de los salarios y a una demanda efectiva por debajo de la capacidad productiva hoy existente). Esto lleva directo a una pregunta complicada: ¿qué explica el movimiento de los precios, sobre todo cuando éstos son muy pequeños o muy elevados? Huyo ahora en mi cuaco veloz y dejo mi respuesta para más  adelante, en otra colaboración.

La segunda inflación anual más alta del siglo XX fue en 1987. El dato es de 160% y el índice de precios utilizado para medirla creo que es confiable. Los mexicanos estuvimos otra vez cerca de una hiperinflación, fenómeno monetario que por esos años vivieron plenamente Argentina, Nicaragua y Bolivia, sólo para nombrar  unos cuantos países de América Latina que la vivieron con sus particularidades sociales. Y del caso alemán de los años veinte del siglo pasado, que se invoca para describir y analizar lo que fue una hiperinflación emblemática, ya se ha escrito mucho y está muy bien explicado en la historia económica mundial.

Hubo una vez en que México tuvo una tasa anual de inflación cercana al 3% y por muchos años: entre 1954 y 1971 se registró un periodo que los economistas bautizaron como el "Desarrollo Estabilizador". También se registró en ese periodo un crecimiento productivo sostenido alrededor del 6% anual y algo increíble a los ojos de un observador de hoy: hubo una estabilidad cambiaria en cada uno de esos años, donde el precio del dólar era de 12,50 pesos (de los viejos pesos), o de 0,01250 de los nuevos pesos (que comenzaron en 1993). Este paquete de tres indicadores macro hizo que algunos eufóricos llamaran también a este periodo el "Milagro Mexicano", y hay mucho de razón en ello: el poder adquisitivo de los salarios subió notablemente. Poniéndonos magnánimos con la clase dirigente de esos años, podríamos decir que aquí se produjo algo así como el legendario "Reino de Camelot", por la genuina y larga fortaleza macroeconómica de esos años.

Curiosamente fue en los inicios de la etapa neoliberal que la inflación cobró fuerza inusitada. En los años ochenta se registraron tasas anuales de inflación altas e inestables, cuando los economistas de vocación liberal en el gobierno y en el banco central se proclamaron los paladines de la estabilidad monetaria, posición cómoda y práctica para desacreditar (fácilmente) al llamado "populismo económico" de Echeverría y López Portillo. Ese impacto inflacionario en el bienestar familiar fue devastador: cayeron sostenidamente desde 1981 hasta 2001 los salarios reales, los mínimos y los contractuales. La transición del modelo económico con intervención estatal al modelo económico neoliberal (MENEO) tuvo un costo inadmisible por innecesario y corrosivo: se masificó más la pobreza. Los viejos y los nuevos pobres (incluyendo a sectores amplios de las clases medias) le dieron un nuevo perfil a la sociedad mexicana y la migración multitudinaria al "otro lado" fue una tabla de salvación para muchos frente a la violencia monetaria de esa década.

El largo y costoso camino a la estabilidad monetaria establecida desde 1988 a la fecha (quitando 1995, cuando la inflación anual repuntó a 50%), deja muchos interrogantes y también algunas moralejas o certezas. Veamos algunas de éstas últimas.

Una, la estabilidad monetaria no garantiza en sí misma la mejoría de las mayorías pobres y empobrecidas. Dos, la aversión social a la alta inflación es ya un hecho constatable en México, cualquiera sea su origen. Tres, una moneda con valor estable real puede allanar el camino para impulsar un crecimiento económico con empleos bien remunerados. Cuatro, el salario mínimo tiene que fijarse con la premisa de que es un derecho social que no puede ni debe ser vulnerado por la inflación, ni baja ni alta. Cinco, las reformas de mercado pueden ayudar al punto anterior, pero una regulación e intervención estatales democráticas son indispensable para ser exitosos en la competencia internacional. Seis, es defendible la autonomía del banco central como instrumento para procurar una inflación "baja y estable", compatible con bajas tasas de desempleo y un esfuerzo sostenido de creación de empleos crecientes con nuevas políticas industriales y agrícolas.

Los nuevos caminos que hay que explorar son variados y atractivos, ninguno exento de riesgos. 

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