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El busto del bandolero
Lun, 17/09/2012 - 14:29

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

La colocación de un busto del bandolero Ernesto Guevara, autor de miles de ejecuciones, en algunas de las cuales participó personalmente, quien ametralladora en mano recorrió varios países queriendo por la fuerza imponer su credo, se hace con el deliberado ánimo de afrentar la conciencia republicana de Guayaquil.

Opino que el monumento a León Febres-Cordero debió haber esperado unos veinte años antes de colocarse, la memoria inmediata suele equivocarse, como se dice “para verdades, el tiempo; para justicias, Dios”. Lo que sí, no hay derecho a armar la batahola que montaron para impedir la colocación del retrato escultórico de un guayaquileño que, con sus virtudes y defectos, es parte de la historia de la ciudad, y luego imponer el de un violento aventurero, cuyo único “mérito” es haber ayudado a instaurar una dictadura que durante cincuenta años ha oprimido y empobrecido a un país.

Dicen que murió “defendiendo sus ideas”, mentira, lo hizo imponiendo sus ideas donde nadie lo había llamado. ¿No murieron Hitler y Bin Laden también aferrados a su ideología? A este paso no está lejano el día en que veamos en las plazas de cualquier ciudad de la república un monumento a Tirofijo como existe en la carnal Venezuela.

Creo que la realidad existe con independencia de la mente humana y que esta, usando sus capacidades racionales, puede entender el mundo real. Pero la mente humana es mucho más que capacidades racionales, está constituida también por una serie de facultades, mecanismos, procesos, no reductibles a la razón. Por más que nos esforcemos en actuar racionalmente, hay emociones y otros factores que funcionan de distinta manera y no es posible suprimirlos. Son parte de la realidad y tratar de ignorarlos es no ser objetivos. Estas facetas no racionales de la mente tienen fortísima presencia en lo que se llama la “psicología de masas”, pues las manifestaciones colectivas difícilmente se conducen por ideas lógicas. Si se quiere entender a los grandes colectivos, no puede pasar por alto estas “realidades”.

El manejo de los símbolos es uno de estos aspectos y en esa línea deben considerarse los monumentos. No son mojones de bronce anodinos, pueden celebrar o insultar, ¡significan! No soy partidario de ellos, pienso que el metal que los constituye y las destrezas necesarias para hacerlos se pueden usar mejor en objetos de arte meramente estéticos.

Pero se hacen y con propósitos determinados, a la gente le importan, cuesta fabricarlos y mantenerlos, no podemos matarlos con la indiferencia. Merece tener una posición frente a cada uno de ellos.

Si abomino de la censura de textos, no puedo estar a favor de una censura “escultórica”. Si alguien tiene el pésimo gusto de poner en su jardín o en su cuarto de baño la estatua de un terrorista, que lo haga, pero no usando espacios o fondos públicos. Y, por supuesto, quienes así actúan deben estar absolutamente dispuestos a tolerar que otros lo hagan con figuras que les disgustan.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com

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