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El estado mental de Nicolás Maduro
Dom, 19/05/2013 - 16:23

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

En enero pasado denunció la existencia de un plan para asesinarlos a él y a Diosdado Cabello (sin develar la identidad de los conspiradores). En marzo eran el Pentágono y la CIA quienes urdían un plan para asesinar a Henrique Capriles, y luego culparlo a él. En abril eran Otto Reich y Roger Noriega quienes se confabulaban con sicarios salvadoreños para asesinarlo sólo a él. Este mes, el ex presidente colombiano Álvaro Uribe se sumó a esa trama. Si añadimos su afición por emplear aves silvestres como médiums, podríamos sospechar que a Nicolás Maduro lo aqueja una paranoia producto de una pérdida del sentido de la realidad. 

En primera instancia, la destemplada reacción de Maduro ante las declaraciones del entonces canciller peruano pidiendo “tolerancia y diálogo” en Venezuela reforzarían esa impresión. A fin de cuentas, Perú ejerce la presidencia pro tempore de Unasur, y el pronunciamiento de Unasur frente a las elecciones venezolanas, a la letra, “invoca al diálogo y a contribuir a preservar un clima de tolerancia en beneficio de todo el pueblo venezolano”. Me permito sugerir sin embargo que existe un cálculo político detrás de estas acciones. Es decir, si bien el estré propio del berenjenal en el que está inmerso en ocasiones lo induce al error, en lo esencial Maduro es un actor político racional.

Tomemos como ejemplo su reacción visceral y desproporcionada ante las declaraciones del ex canciller peruano, Rafael Roncagliolo. Desde Fidel Castro hasta el propio Maduro, pasando por Hugo Chávez, en tiempos difíciles no hay nada menos original que azuzar el espectro de una amenaza o conspiración externa  para intentar cohesionar el frente interno. Sobre todo cuando el liderazgo de Maduro esta en la picota incluso dentro de su movimiento político, al convertir lo que según las encuestas sería una victoria auspiciosa, en una más bien pírrica. Pero el tono en apariencia desmedido de la respuesta a Roncagliolo también cumpliría un propósito de cara al frente externo: evitar que algún otro gobierno secunde la idea, y se pretenda por esa vía una mayor injerencia de Unasur en la crisis venezolana. En ese contexto, el viaje de Maduro hacia Argentina, Brasil y Uruguay terminó sirviendo el mismo propósito. No sería por ende casual que, coincidiendo con el periplo de Maduro, el canciller uruguayo declarara que no consideraba necesaria una nueva reunión de Unasur para abordar el caso venezolano. 

También apuntaría en la dirección de evitar una iniciativa regional el que, cada vez que surgía esa posibilidad, el gobierno venezolano hiciera alguna concesión menor para neutralizarla. Por ejemplo, el recuento parcial de votos que en la víspera era calificado como “imposible” por la presidente del Tribunal Supremo de Justicia, fue aprobado por el Consejo Nacional Electoral tan sólo un par de horas antes de que se iniciara la cumbre de Unasur. De ese modo la decisión no aparecía como el producto de la presión internacional, sino como una iniciativa propia (con lo cual la cumbre se limitó a declarar que “toma nota positiva de la decisión del CNE”). Del mismo modo, la respuesta altisonante de Maduro a Roncagliolo fue acompañada por un “Pacto de Caballeros” para restablecer el trabajo legislativo en el Congreso venezolano (luego de que la mayoría oficialista negara el pago de sueldos, la participación en comisiones, y el uso de la palabra a los congresistas de oposición). Es decir, estamos ante una aplicación de la táctica del garrote y la zanahoria. Esgrimida bajo la presunción de que mientras más grande fuera el garrote que blandía el gobierno venezolano, menor sería el tamaño de la zanahoria que debía extender como ofrenda de paz (excluyendo por ejemplo del recuento del CNE la revisión de los Cuadernos Electorales, documentos que podrían acreditar el tipo de irregularidades denunciadas por la oposición). 

Un último elemento a tener en consideración aquí es el de la ayuda exterior que brinda a sus aliados el gobierno venezolano. No faltaron por ejemplo quienes, ante la declaración mencionada del canciller uruguayo, recordaron que Uruguay importa de Venezuela en condiciones preferenciales el 40% del petróleo que consume. Como si ese hecho bastara como prueba de la influencia que el gobierno venezolano ejerce sobre su par uruguayo. Cosa que esas mismas fuentes no dirían sobre la ayuda estadounidense, pese a existir  en ese caso una confesión de parte. Así, en el documento de 2006 “USAID, What we do and how we do it”, se dice lo siguiente: “el Acta para el Desarrollo Internacional de 1950 se enfocó en dos objetivos: crear mercados para Estados Unidos por medio de la reducción de la pobreza y el incremento de la producción de los países en desarrollo, y minimizar la amenaza del comunismo ayudando a otros países a prosperar bajo el capitalismo”. 

Es decir, Venezuela no es el único país que tiene una agenda política al conceder ayuda. Pero a su vez, el propósito de esa ayuda no suele ser algo tan burdo como la compra de conciencias a discreción (recordemos sino que USAID operaba hasta hace poco en la Bolivia de Evo Morales). Por ejemplo, cuando los países que reciben ayuda de Venezuela tienen que elegir al presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, votan por el candidato respaldado por los Estados Unidos. Pero cuando en 2006 tuvieron que pronunciarse en el Consejo Permanente de la OEA sobre la injerencia del presidente Chávez en el proceso electoral peruano, guardaron un discreto silencio. Por eso hoy ningún país integrante de la OEA se toma la molestia de invocar la Carta Democrática Interamericana frente a lo que pasa en Venezuela. 

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