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El fundamentalismo en el fútbol
Mar, 24/03/2015 - 10:39

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

Prestos para ver el clásico del fútbol español, Real Madrid contra Barcelona, en el estadio de este último, nuestros anfitriones nos avisaron que no lleváramos nada de ropa o distintivos que nos identificaran como aficionados madridistas. Nos enviaron un correo donde claramente decía que en el palco sólo se permitía, si acaso, una bufanda del equipo local. Las camisetas merengues se quedaron en las maletas.

Llegamos al enorme Camp Nou y, para nuestra sorpresa, éramos los únicos aficionados del Real Madrid en toda la tribuna: estábamos rodeados de un mar blaugrana. Frente a esta apabullante realidad, nos propusimos guardarnos las emociones a favor del equipo de nuestros amores. No pudimos. Animados por el partido, pronto afloró que había dos “traidores” presentes. Comenzaron los problemas. El tipo de adelante nos gritaba todo tipo de improperios y amenazas con un claro toque racista. Podía tolerar que vinieran aficionados de Francia y hasta de Inglaterra, pero ni hablar de los del continente americano que éramos "inferiores". Como siguiéramos hablando, se nos vendría encima. No lo pelamos…

Cuando estábamos celebrando un gol del Real Madrid, que luego anularon, varios vecinos nos chiflaron. Uno nos exigió, con lenguaje soez, que nos sentáramos o de lo contrario… Ahí decidimos pararle: lo más sensato era callarnos.

Vino el medio tiempo. Nos metimos dentro del palco a comentar el partido. "Esta afición es muy brava", le dije a los otros invitados que venían de Sudamérica. Los argentinos me dijeron que eso no era nada. Me contaron cómo en su país ya prohibieron que los aficionados del equipo visitante vayan a ver a su equipo a los otros estadios. Si uno le va al River Plate no puede asistir al clásico bonaerense en la casa del Boca Juniors y viceversa. Y es que las barras bravas se han vuelto cada vez más fanáticas y violentas. En el palco estaba un ex jugador del Barcelona que nos contó que lo mismo estaba ocurriendo en Grecia: está prohibido ir a ver a tu equipo si juega de visitante. Ridículo: el fútbol convertido en una religión de fanáticos que impiden ir a las otras iglesias.

España tiene una de las mejores ligas de fútbol del mundo. La afición es nutrida e intensa. En el caso del Barcelona, la pasión por este equipo históricamente se ha combinado con la política. En el Camp Nou, en cada partido, al minuto 17 se levanta la afición a expresar el deseo independentista de Cataluña. El asunto adquiere un mayor fanatismo cuando enfrente está el Real Madrid, su archirrival. Pero la línea entre una sana rivalidad deportiva y algo más de toques religiosos-nacionalistas-políticos se llega a cruzar. El resultado es delirante y violento, como son los fundamentalistas.

Y en muchas ocasiones aflora el racismo del hombre blanco europeo. En el continente de la ilustración, el que después de la Segunda Guerra Mundial debió haber aprendido de la estupidez de las teorías de la superioridad racial, es una grosería que le griten "mono" a los jugadores de raza negra. Me consta: el domingo lo escuché varias veces en referencia a Marcelo.

El fundamentalismo al parecer está cada vez ganando más terreno en el fútbol de diversos países. Es una lástima que el juego deje de ser juego para convertirse en otra cosa. El mensaje para los niños es pésimo: no puedes ir a ver al equipo de tus amores al estadio del rival y expresar con toda libertad tus sentimientos.

En México muchas veces nos quejamos de lo que está mal. Pero en este tema, por fortuna, estamos bien: aquí no hemos llegado al extremo de ver el fútbol como una cosa cuasi religiosa, fanática, donde los fundamentalistas se apropian del terreno. Aquí los aficionados del equipo visitante pueden ir tranquilos al estadio de los locales y llevar a sus hijos. Todos pueden vestir, con orgullo, las camisetas de sus amores y la afición rival los respeta. Ciertamente hay uno que otro pleito, pero por lo general son de borrachos que se les pasan las cervezas. No obstante, hay que estar alertas y defender el carácter familiar y pacífico de nuestro fútbol. La Femexfut y los aficionados debemos combatir las tentaciones fundamentalistas que convierten el fútbol en otra cosa muy diferente a lo que simple y sencillamente es: un juego.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.

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