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El informe Chilcot sobre la invasión de Irak
Vie, 15/07/2016 - 11:00

Farid Kahhat

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Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Encargado por su sucesor, Gordon Brown, el Informe Chilcot sobre la participación del ex premier británico Tony Blair en la invasión y ocupación de Irak en 2003 es lapidario. En este artículo revisaré la información que considero relevante para juzgar esos hechos. 

La razón esgrimida para justificar la invasión era falsa. George Bush la resumió así: “el peligro es claro: el uso de armas químicas, biológica o, algún día, nucleares, obtenidas por organizaciones terroristas con la ayuda de Irak”. El denominado “Dossier de Septiembre” que el gobierno de Blair dio a conocer en 2002 fue el principal documento público que pretendía demostrar la existencia de armas químicas y biológicas en Irak, así como de un programa de armas nucleares. El problema no es sólo que toda la información substantiva contenida en el dossier fuera falsa, sino además que, como concluye el informe Chilcot, Blair atribuyó a sus conclusiones un grado de certeza que no derivaba de los reportes de inteligencia. De hecho, lo que aseguraba Tony Blair en el prólogo de dicho dossier constituía una imposibilidad lógica: no podía probarse “sin lugar a dudas” la existencia de armas que en realidad no existían. La invasión de Irak careció además de base legal, al no contar con el respaldo de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, ni constituir un acto de legítima defensa ante un ataque armado (las situaciones en las que la Carta de las Naciones Unidas autoriza el uso legal de la fuerza). 

Fue recién tras constatarse que la razón esgrimida para justificar la invasión era falsa, que Bush y Blair apelaron a un argumento alternativo: esa invasión libró al mundo de una dictadura sanguinaria. Siendo ello cierto, también lo es que algunas de las peores atrocidades cometidas por esa dictadura (por ejemplo, la campaña de Al Anfal), fueron perpetradas cuando ella recibía el respaldo de la OTAN durante su guerra contra Irán. Prueba de ello es la visita a Saddam Hussein de un enviado especial del presidente Reagan el mismo día de 1984 en el que las Naciones Unidas hacían público un reporte documentando el empleo de armas químicas por fuerzas iraquíes contra soldados iraníes (armas que el régimen iraquí recibía, entre otros, de países miembros de la OTAN, y que en 1988 uso contra civiles iraquíes sin causar mayor conmoción entre sus proveedores). El enviado especial en cuestión era Donald Rumsfeld, quien como Secretario de Defensa durante la invasión de 2003 mostraría frente a las atrocidades de Hussein la indignación moral que estas no le provocaron mientras se perpetraban. 

Lo más lamentable es que el pueblo iraquí no fue victimizado únicamente por la dictadura de Hussein, sino también por las potencias que en 2003 alegaron que intervenían para liberarlo del yugo dictatorial. Por ejemplo, las sanciones económicas contra Irak entre 1991 y 2003, y la invasión y ocupación de ese país a partir de 2003 causaron sobre la población civil estragos devastadores. Sobre las sanciones, la Directora Ejecutiva de la UNICEF, Carol Bellamy, sostenía con base en un estudio de esa entidad que, “de haber continuado durante los 90 la reducción substancial en la mortalidad infantil que se produjo en Irak durante la década de los 80,  se habrían producido medio millón de muertes menos entre niños menores de 5 años de las que se produjeron en el país entre 1991 y 1998”. En cuanto al período posterior a la guerra de 2003, un estudio realizado por investigadores de la Universidad John Hopkins para la revista médica “Lancet” estimó en más de 600,000 el número de personas muertas como consecuencia directa o indirecta de la invasión y ocupación de Irak tan sólo entre 2003 y 2006. La mayor paradoja respecto a ese estudio fue que mientras George W. Bush y Tony Blair lo cuestionaban en forma estentórea, daban por buena la cifra de 200,000 muertes en Darfur que obtenían de un reporte similar publicado en la misma revista. 

Por último, habría que recordar que la invasión y ocupación de Afganistán en 2001 y de Irak en 2003 se inscribían dentro de la denominada “guerra contra el terrorismo de alcance global” (es decir, contra Al Qaeda y, a partir de 2014, ISIS), declarada tras los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono. Desde esa óptica, resultaron ser fracasos monumentales. Según el Índice de Terrorismo Global del Instituto para la Economía y la Paz, las muertes por terrorismo en el mundo se quintuplicaron entre el 11 de Septiembre de 2001 y fines de 2013 (año en que el terrorismo asesinó a cerca de 18,000 personas a nivel mundial). Tras el surgimiento de ISIS en 2014, las muertes por terrorismo en el mundo crecieron en un 80%, alcanzando ese año un total de 32, 658 personas (y un número similar en 2015). Recordemos que ISIS es el producto de una mutación de lo que fue Al Qaeda en Irak, organización que no existía antes de la invasión de 2003. Lo cual no es una mera coincidencia, pues según el libro de Fareed Zakaria “The Post American World”, el 80% de los atentados suicidas ocurridos en el mundo entre 2003 y 2008 tuvieron lugar en tan solo dos países: Afganistán e Irak.

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