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¿El inicio del fin del euro?
Lun, 18/06/2012 - 10:36

Jagadeesh Gokhale

¿Hacia un nuevo orden económico?
Jagadeesh Gokhale

Experto en reformas de seguridad social, productividad laboral y compensación, política fiscal estadounidense y el impacto de la política fiscal sobre generaciones futuras. Se desempeñó en 2002 como un consultor para el Departamenteo de la Tesorería de EE.UU. y en 2003 como un académico visitante del American Enterprise Institute (AEI). Fue el consejero económico titular del Banco de la Reserva Federal de Cleveland desde 1990 hasta 2003. Ha publicado varios estudios en importantes publicaciones académicas, como el American Economic Review, el Journal of Economic Perspectives, el Quarterly Journal of Economics, entre otras. Gokhale tiene un Ph.D. en economía de la Universidad de Boston.

El euro se introdujo como parte del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de 1999, que también estableció claras directrices fiscales para las naciones miembro, que limitaban la deuda y el déficit públicos, y aseguraban la estabilidad económica necesaria para que el Banco Central Europeo pudiese conducir una política monetaria común en Europa. Ahora es evidente que se trataba de un sueño imposible para economías tan distintas como Grecia y Alemania. Sin embargo, ¿están también España, Italia y Francia lejos de poder acatar esas directrices? Eso dependerá de la política fiscal que adopten durante los próximos meses —y de la supervivencia del euro.

El aumento de la deuda en los países del sur de Europa amenaza con la disolución del euro tan solo 13 años después de su creación. La opinión se divide sobre si el euro podrá sobrevivir la salida de Grecia, o Grexit, como se le ha apodado. El resultado dependerá de las elecciones en Grecia. Podría haber algo de esperanza si los votantes griegos le otorgan el poder a los partidos a favor de los rescates, pero no habría ninguna esperanza si más bien fortalecen a los partidos extremistas que están en contra de los rescates o si las elecciones no dan un resultado conclusivo. En los dos últimos escenarios, Grecia se quedará sin tiempo y dinero demasiado rápido como para evitar el caos institucional a corto plazo. Si Grecia sale del euro y vuelve a introducir el dracma, recuperará competitividad económica en el largo plazo pero solo después de haber sometido a una gran devaluación, inflación y austeridad a las generaciones actuales.

¿Cuál es el rumbo correcto que deben tomar las políticas de los países más fuertes —dirigidos por Alemania— para prevenir la Grexit y restaurar las condiciones de estabilidad y crecimiento? ¿Deberían ofrecerle a Grecia más fondos de estímulo y condiciones relajadas de austeridad? ¿Deberían insistir en la implementación del acuerdo de rescate actual, independientemente del resultado de las elecciones en Grecia? Ambas estrategias implican obstáculos insuperables.

Ofrecer mejores condiciones de rescate a Grecia tiene sentido si efectivamente estas pondrían fin a la recesión, restaurarían la estabilidad económica o al menos generarían un crecimiento positivo. Eso no significaría el fin de la austeridad, que incluso podría prolongarse como una consecuencia del gasto excesivo del gobierno anterior, y los beneficios seguirían siendo reducidos por un período mayor para recuperar un nivel de deuda aceptable. Por desgracia, las elecciones griegas se llevan a cabo antes, con votantes inseguros de lo que Alemania podría ofrecer, si es que ofrece algo, en virtud de un acuerdo de rescate revisado. De igual forma, los alemanes no están seguros del impacto de cualquier oferta previa a las elecciones sobre el resultado de las elecciones. Es poco probable que tal negociación, "con los ojos tapados", arroje un resultado positivo.

Si Alemania ofrece a los votantes griegos mejores términos de rescate o acceder a un rescate indirecto para los países más débiles a través de la introducción de eurobonos, ¿qué efecto tendría esta oferta sobre los franceses, españoles e italianos? Los políticos alemanes deben preocuparse sobre la posibilidad de que estos países concluyan que sus políticas de austeridad podrían relajarse y, efectivamente, deberían introducirse políticas más fuertes de estímulo financiadas con deuda. Pero tales políticas podrían causar mayores déficit a corto plazo sin tener tanto impacto en el crecimiento económico de estos países. Después de todo, el récord reciente de las políticas de estímulo fiscal aplicadas en las economías desarrolladas ha estado lejos de ser estelar. Si el déficit aumenta pero el crecimiento se estanca, ¿estarán obligados los contribuyentes alemanes a asumir cargas de rescate aún mayores? Y la opción de emitir eurobonos —para permitirle al Banco Central Europeo llevar a cabo una política monetaria uniforme en toda la Unión Europea (UE) con mayor libertad— sería solamente otro rescate alemán y conduciría a la reducción de los costos de crédito para los países más débiles a expensas del aumento en los costos de crédito para Alemania.

Por otro lado, negarse a mejorar las condiciones del rescate financiero endurecería la percepción de los griegos, quienes ahora notan poca diferencia entre la fuerte austeridad impuesta por los alemanes y el caos que probablemente suceda con la Grexit. Este resultado también es peligroso por la posibilidad de que una declaración griega de default con los contratos de deuda externa debilite a los bancos de toda la UE e induzca más rescates a bancos privados financiados con deuda. Los inversionistas ya se preguntan si el recientemente anunciado plan de rescate a Bankia es solo la punta del iceberg. Las tasas de interés españolas ya han sobrepasado los niveles que provocaron el primer rescate a Grecia, pero no hay posibilidades de ofrecerle un trato similar a España — simplemente no hay esa cantidad de dinero.

Incluso si los políticos europeos logran salir de la crisis y logran salvar al euro, sus desventajas fundamentales son claras: A costas de ceder el control nacional sobre las políticas monetarias, el sistema de moneda común iba a brindar una mayor transparencia de precios y promover la eficiencia económica mediante la explotación de las diferencias regionales en la competitividad en todos los sectores económicos. En realidad, el euro solo logró hacer todo lo contrario.

El camino hacia la unión política europea no es a través de un sistema monetario común, que cada vez demuestra ser más divisivo. Quizá sea el momento para que las autoridades de Bruselas planeen colectivamente la disolución del euro y regresen al sistema de monedas individuales, libre comercio y tasas de cambio flotantes para restaurar el status quo previo a 1999.

*Esta columna fue publicada originalmente en el centro de estudios públicos ElCato.org.

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