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Facebook, Bauman y la comunicación líquida
Vie, 10/07/2015 - 13:27

Fernando Valencia

El interés de los chilenos por la figura de Pablo Escobar
Fernando Valencia

Fernando Valencia es colombiano, sociólogo, especialista en métodos de investigación en Ciencias Sociales, Magister en Sociología y actualmente candidato a doctor en Ciencias Sociales en FLACSO, Argentina. Trabaja como investigador en el área Intelligence de América Economía. Es catedrático de la escuela de Trabajo Social de la Universidad Nacional Andrés Bello (Chile). Fue profesor titular del Departamento de Formación y Desarrollo Humano en la Universidad de San Buenaventura (Cali, Colombia). Sus temas de interés académicos son los estudios sociales de la cultura y la sociología del conocimiento.

Recientemente el sociólogo Zygmunt Bauman apareció en Lingano Sabbiadoro, una pequeña localidad al este de Italia, donde reflexionó sobre Facebook y la comunicación de las personas. Afirma Bauman que si bien esta red social se soporta en el masivo acceso de la comunicación, está ausente de la posibilidad de diálogo. Dice Zymunt: "En Facebook nadie realmente habla. Jamás puede suceder que alguien se sienta rechazado o excluido. Siempre, 24 horas al día, los siete días de la semana, habrá alguien dispuesto a recibir un mensaje o a responderlo".

Y estas palabra, viniendo de tal autoridad, pues ya se hicieron masivas entre los mismos usuarios de Facebook: unos tomamos partido crítico; otros siguiéndolas a raja tabla y habrá seguramente quienes las desprecien o hagan caso omiso de las mismas.

Bauman, aquel sociólogo de la modernidad líquida, amor líquido, tiempo líquido, arte líquido, mundo líquido, ahora parece enfilarse en una reflexión más para arrojar pistas que permitan entender los fenómenos comunicacionales propios de nuestra vida actual.

A primera impresión de estas frases, seguramente cortadas, editadas y exegéticas, a uno le da la impresión de que su análisis se fue por otro lado distinto a los del tipo "líquidos" que nos ha tenido acostumbrado, porque ahora fija su atención en la red social como un todo, a la vieja usanza moderna, un aparato estructurante que si bien hace masiva la comunicación, supuestamente silencia y escatima el diálogo entre quienes lo usan.

Pero ¿quiénes son los usuarios de Facebook? ¿Quiénes son los que por miedo a la soledad terminan, más solos que nunca en la red y, según sus palabras, en un sin diálogo y a la espera de una respuesta? Tal vez la respuesta está en una idea alentada en sus propias ideas de tanto texto líquido, y es que la pregunta por el usuario de Facebook, dado su uso hipermasivo, es bastante ininteligible, incalculable; un sólo usuario podría multiplicarse por tantas identidades como formas de uso pueda establecer con esa red.

Inquieto por la frase, pasé por una vereda donde se vende comida a la hora del almuerzo y había tres afro obreros de la construcción. Cada uno -en ausencia de diálogo entre ellos- manipulaba su smartphone mientras llegaba el almuerzo. Me arriesgué y me acerqué a ellos, nos saludamos y nos presentamos, uno haitiano, otro dominicano y un colombiano. Les pregunté qué hacían con el teléfono. Y los tres estaban chateando a través del Messenger de Facebook.

El haitiano se escribía con su madre contándole que el dinero que le había enviado lo podía recoger hoy mismo en Puerto Príncipe; el colombiano se escribía mensajitos con su amada en Cali, preguntándole cuándo se arriesgaba a la misma aventura que él hizo, venirse desde Buenaventura hasta Santiago en bus y el dominicano conversaba con un amigo suyo sobre otras empresas de construcción donde tal vez le pagasen mejor por su trabajo.

No hace mucho tiempo, un profesor universitario español de un doctorado, en una reconocida universidad argentina, se vanagloriaba de no conectarse nunca a esa red y menos de usar Messenger para comunicarse con su familia. Daba voces de júbilo al contarnos que incluso en Buenos Aires habían recientemente instalado restaurantes donde lo primero que se le decía a los comensales era que no había wi-fi libre en sus locales y que esos eran precisamente sus favoritos por estar ausentes de esa conexión y permitir el diálogo entre las personas. Que su mayor alegría era viajar cuando quería a su natal Barcelona, un fin de semana en primera clase, estar ocho días con su familia y regresar a Buenos Aires, y que eso era insuperable ante cualquier dispositivo tecnológico. Y ciertamente sí, eso es bastante envidiable para cualquiera de quienes vivimos la condición de extranjero. Pero a cuántos de estos migrantes -estoy pensando en los tres hombres que chateaban mientras les llegaba el almuerzo y en mi propio caso-, Facebook, Skype, y recientemente WhatsApp, no les resuelve cosas tan prácticas de la vida cotidiana familiar como enviarse un mensaje, enviar dinero, saludar un ser querido que vive lejos...

Es posible que en algunos escenarios de uso, en Facebook no haya diálogo. Como diría un humorista chileno, "la gente hoy se encuentra dizque para hablar, pero terminan hablando por sus celulares con los que no fueron". Pero allí no puede morir la discusión, ya que las redes establecen flujos, desdoblajes de la propia identidad como bien lo afirma el propio Bauman, es una experiencia compleja de comunicación que propone silencios, prácticas, ritmos, es decir, toda una gama de posibilidades que hoy los individuos experimentamos bajo diversas formas, usos, soportes técnicos, condiciones económicas, sociales, y más aún, por ejemplo, cuando la migración es cada vez una constante y un fenómeno que tiende a globalizarse.

Por allí dicen que María se murió de pena esperando a su amado Efraín. El pobre tuvo que soportar días y meses de un viaje en barco que lo hizo sucumbir y no pudo llegar a tiempo, cuando lo único que ella quería era escucharlo o simplemente tener noticias suyas. ¡Ay,  si hubiera existido WhatsApp o Skype!, otro destino y reto literario hubiese enfrentado don Jorge Isaacs.