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Grecia tiene que seguir en la Unión Europea "Platón no puede jugar en la segunda división"
Lun, 06/07/2015 - 09:42

Florent Sardou

¿Un New Deal para Europa?
Florent Sardou

Florent Sardou posee una Licenciatura en Derecho (Universidad de Toulouse, Francia) y un Master de la misma universidad en Historia Contemporánea. Su tesis fue sobre la Historia Social contemporánea de Chile. Ejerció como profesor en el colegio la Alianza Francesa de Santiago de Chile. Después de haber vivido cinco años en París, volvió a Chile en 2013. Desde entonces es invitado como analista en canales (CNNChile, 24Horas, NTN24 de Colombia) y radios locales (Duna, Zero, Bio Bio, Cooperativa, ADN).

Grecia recibía el 1 de enero de 1981 la bienvenida de parte de la Unión Europea. Treinta y cuatro años han pasado ya de ese suceso y, tal como ahora, en 1981 el país helénico ya sufría de los males que la están azotando hoy. Un Estado omnipresente, pero ineficiente. Una incapacidad de recaudar los impuestos. Y los expertos alertaron a los mandatarios de la época sobre la debilidad de la economía griega: una competitividad débil que provocaría un desastre. No obstante, la gran diferencia de ahora con aquellos tiempos es que los expertos de entonces no tenían tanto poder como hoy. Cumplían su papel de asesores técnicos, pero la última palabra quedaba siempre en manos de los políticos. Frente a ellos el entonces presidente de Francia, Valéry Giscard d’Estaing, objetó con esta frase: "Platón no puede jugar en segunda división". Los políticos de entonces tenían la ambición de hacer Historia.

El mandatario francés Valery Giscard d’Estaing supo ser fiel a la esencia del proyecto europeo. No era, no es y no será un mero proyecto económico. La integración económica es el medio para alcanzar la meta original de la construcción europea: un proyecto geopolítico y de civilización que busca la cooperación y la solidaridad, para evitar la repetición de un suicidio europeo, tal como los fueron la primera y segunda guerra mundial, y para generar la prosperidad de sus habitantes.

Grecia, cuna de valores occidentales: su ingreso, una obligación moral y geoestratégica para Europa. El error de los europeos, entonces, no fue permitir la entrada de Grecia: era más que justificada en materia política y a pesar de lo que se escucha Alemania no se opuso. En plena Guerra Fría, Grecia era miembro de la OTAN y tenía una frontera directa con el campo comunista. Era vital, además, consolidar una democracia joven recién salida de un régimen dictatorial. Algunos olvidan con facilidad que, entre 1967 y 1974, los griegos sufrieron la llamada "Dictadura de los Coroneles". Restricción de las libertades civiles, economía debilitada, persecución de los opositores políticos, práctica de la tortura y la masacre de la Escuela Politécnica de Atenas en 1973, son parte del balance negro de un régimen apoyado por los Estados Unidos y la OTAN.

Ya profundamente dividida, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y la terrible guerra civil que transcurrió entre 1946 y 1949 y que opuso los conservadores monárquicos y los comunistas, la dictadura fragilizó y polarizó aún más a la sociedad helénica. Por eso es que junto con el retorno de la democracia, el ingreso a la Unión Europea fue una necesidad absoluta para permitir su consolidación de manera pacífica.

Entrar en el mercado común permitió a los griegos elevar, de forma espectacular, su nivel de vida. Grecia se convirtió en una isla de prosperidad dentro de su región, atrayendo incluso trabajadores de países vecinos (Albania, Yugoslavia, Bulgaria).

Ser miembro de la Unión Europea les concedió, además, seguridad territorial. Constituye la primera línea de defensa de Europa. Puesto avanzado del atlantismo durante la Guerra Fría, Grecia cumple hoy un rol estratégico fundamental. Expuesta a la inestabilidad de Turquía y su doble juego con los terroristas islámicos; expuesta también al drama de los refugiados que llegan por miles desde el Mediterráneo. Sin hablar, además, de su proximidad territorial con los Balcanes, una región con estados nuevos, frágiles y con conflictos fronterizos. Por último, su cercanía cultural con Rusia (ambas naciones son ferozmente ortodoxas) puede convertir Grecia en mediador respecto al conflicto que opone Putin y la Unión Europea.

Pero lo realmente importante con el ingreso de Grecia al proyecto europeo fue que por primera vez, en 1981, entraba al "club de los ricos" (Francia, Alemania, Reino Unido, Países Bajos, Bélgica, Italia, Luxemburgo, Dinamarca e Irlanda), un país "pobre" y mediterráneo. Esto permitió un reequilibrio de Europa hacia sus raíces históricas en el mar mediterráneo. Abrió la puerta para que entraran luego España y Portugal, mostrando así la fidelidad de la construcción europea con los ideales de sus padres fundadores: no es meramente un mercado económico sino también el "respaldo de la paz y de la libertad" (Tratado de Roma de 1957). La Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea afirma que esta Unión se basa en los valores de dignidad humana, libertad, igualdad y solidaridad. Y con vocación a integrar todos los países del Viejo continente.

Simbólicamente, la entrada de Grecia -cuna de la democracia y de los valores occidentales- era una obligación moral debido a la ambición del proyecto europeo.

Expulsar a Grecia: un riesgo para su democracia. Sin embargo, (como en todo) por supuesto que se cometieron errores: los europeos fueron negligentes y demasiado tolerantes con los diferentes gobiernos griegos (socialistas del Pasok y conservadores de Nueva Democracia). No hubo controles y tampoco obligación de resultados, cuando las cifras entregadas por las autoridades helénicas estaban llenas de contradicciones. Pero ya es demasiado tarde. El pasado es el pasado.

Ahora, hay que hacer frente al presente y futuro -griego y europeo. Y el panorama no se ve nada bien.

La crisis económica, la actitud intransigente de los acreedores y su desprecio para el gobierno de Tsipras democráticamente elegido han gestado emociones y conductas peligrosas: rabia, ira, humillación, desesperación, nacionalismo y un sentimiento revanchista. La historia nos ha enseñado que estos sentimientos se convierten en los mejores ingredientes para derrotar una democracia. Aristóteles y Platón estarían revolcándose en sus tumbas. "Expulsarla sería abrir la Caja de Pandora", como dijo Thomas Piketty. El tiempo apremia. Mantener a Grecia es salvar el ideal europeo. Mantener a Grecia para salvarnos todos.

*Esta columna fue publicada originalmente en revista Panorámica Latinoamericana.

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