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Irán y los Republicanos: sí, había una alternativa mejor
Lun, 01/02/2016 - 11:04

Farid Kahhat

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Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

Ahora que el acuerdo con Irán comienza a implementarse, reaparecen las críticas republicanas. Estas son en lo esencial de dos tipos: primero, el acuerdo se restringe al programa nuclear de ese país (y, por ende, no contempla cambio alguno en otras conductas reprobables del régimen iraní, como su respaldo a Hamás y Hezbolá). Segundo, no impide que Irán mantenga cierta capacidad para enriquecer uranio (por lo que podría eventualmente retomar el proyecto de construir una bomba atómica). Es decir, la mayoría de la dirigencia republicana no deseaba resolver la controversia a través de una guerra con Irán (aunque no descartaban esa posibilidad, como medio de presión durante una negociación), sino a través de un mejor acuerdo. Parecería un argumento contra fáctico (V., si hubieran tenido la oportunidad, los republicanos habrían negociado un acuerdo mejor), y como tal sería imposible demostrarlo de manera concluyente. Salvo por un pequeño detalle: el gobierno republicano de George W. Bush tuvo la posibilidad de negociar un acuerdo mejor, y se negó a hacerlo.

El artículo de Nicholas Kristof “Iran’s Proposal for a ‘Grand Bargain’”, publicado en Abril de 2007 en el New York Times provee toda la documentación pertinente, y la conclusión es inequívoca: Irán ofreció a los Estados Unidos en mayo de 2003 los términos de un acuerdo mejor al que suscribieron con ese país Alemania y los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, y el gobierno de Bush simplemente desechó ese ofrecimiento. Claro, eran otros tiempos: el primero de Mayo de 2003 (inmediatamente después del derrocamiento de Saddam Hussein), Bush daba un discurso  en el portaviones Abraham Lincoln flanqueado por una banderola que decía “Misión Cumplida”. Esta última es una frase que no pronunció durante el discurso, pero que resume lo que fue la proclamación de una victoria fulminante. O al menos eso debió parecerle a los iraníes que, tras dos años de negociaciones secretas y temiendo la posibilidad de convertirse en el próximo blanco estadounidense, enviaron al Departamento de Estado un documento que concedía virtualmente todo aquello que los Estados Unidos pudieran desear del régimen iraní (salvo, claro, su desaparición de la faz de la tierra). Precisamente porque ambas partes compartían una estimación sobre su poderío relativo, el gobierno estadounidense pareció creer que podía obtener todo lo que le ofrecía Irán y además un cambio de régimen, sin mediar negociación alguna.

En retrospectiva sabemos que la proclamación estadounidense de una victoria tanto en Afganistán como en Iraq, fue cuando menos prematura. Y el nuevo acuerdo con Irán revela el deterioro en la capacidad negociadora de los Estados Unidos después de que Afganistán se convirtiera en la guerra más prolongada que jamás haya librado ese país, y su intervención en Iraq contribuyera a la creación del denominado “Estado Islámico” (el cual surge a partir de una mutación de “Al Qaeda en Iraq”, y Al Qaeda no tenía presencia formal y organizada en Iraq antes de la invasión estadounidense).

¿Qué contenía esa oferta de 2003? El régimen iraní aseguraba que “no intenta desarrollar o poseer armas de destrucción masiva” (es decir, el ofrecimiento no se restringía a las armas nucleares, como el acuerdo suscrito en 2015), y como garantía ofrecía una plena colaboración con la  Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA), suscribiendo para ello “todos los instrumentos relevantes” (como los protocolos que establecen condiciones particularmente rigurosas para las inspecciones de la AIEA). Y es probable que los términos de un acuerdo suscrito entonces hubiesen sido mejores para los intereses estadounidenses que los obtenidos en 2015, no solo por la estimación compartida sobre el poderío relativo de las partes, sino además porque en 2003 Irán contaba con unas 200 centrifugadoras para enriquecimiento de uranio, mientras que al momento de cerrarse el acuerdo de 2015 contaba con cerca de 20,000.

En ese documento Irán ofrecía además cooperar en la lucha contra Al Qaeda, usar su influencia en Iraq para contribuir a crear un régimen democrático estable que no tuviera una base sectaria, detener todo apoyo material a los grupos palestinos opuestos a la OLP (citando con nombre propio a Hamás), usar su influencia sobre Hezbolá para que se convirtiera en una “mera organización política” y, por último, aceptar la Declaración de Beirut de la Liga de Estados Árabes (basada en la creación de un Estado palestino que coexistiera con el Estado de Israel).

Es decir, el régimen iraní ofreció a un gobierno republicano en 2003 todo aquello que los dirigentes republicanos echan de menos en el acuerdo suscrito por un gobierno demócrata en 2015, y desecharon el ofrecimiento. Si lo desecharon porque no querían renunciar al objetivo de derrocar al régimen iraní, entonces el problema no eran los términos de un eventual acuerdo. Si lo hicieron porque suponían que el régimen iraní no habría de implementar lo acordado, entonces no creían realmente en la posibilidad de un acuerdo (y deberían admitir que se equivocaron, dado que Irán viene implementando con celeridad y cooperando a plenitud con la AIEA, el acuerdo de 2015). Sea cual fuere su motivación entonces, los republicanos son los principales responsables de que los términos del acuerdo suscrito en 2015 no sean de su entera satisfacción.

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