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La culpa la tienen los chilenos
Vie, 23/12/2011 - 10:53

Patricia Teullet

Pymes: entre el romanticismo y la dura realidad
Patricia Teullet

Es economista de la Universidad del Pacífico. Ha sido responsable del manejo del mayor programa de nutrición infantil en el Perú. Asimismo, ha sido viceministra de Economía, en el ministerio de Economía y Finanzas, y viceministra de Desarrollo Social en el Ministerio de la Presidencia de Perú.

Hemos escuchado la frase infinidad de veces, pero esta vez es verdad. Concretamente, la tiene un chileno: el presidente Ricardo Lagos. Hace unos años fue invitado a dar un discurso en la Convención Minera en Arequipa y explicó hacia adónde iban los planes de desarrollo de Chile: incorporación de valor agregado a su agricultura. Este mayor valor no venía ya del proceso posterior a la cosecha, sino del proceso de investigación previo: en sus productos agrícolas, los chilenos venderían ciencia y tecnología; investigarían sobre especies, cualidades, combate a las plagas y rendimiento… y cobrarían al mundo por ello. Tenían los campos, los productos y los científicos. Ciertamente también la voluntad y la capacidad para hacer las cosas. ¿Por qué no nosotros?

Porque los peruanos hemos decidido algo distinto: siendo el área rural (especialmente ligada a la agricultura) la que más dramáticos niveles de pobreza muestra, no ha habido una política que busque aumentar la productividad del campesino. Y es poco probable que eso vaya a cambiar ahora que algunos han puesto de moda lo amish y reniegan de la tecnología para el agro. Es decir, está muy bien comprar maíz y trigo y soya de cultivos que incorporan el uso de tecnología y productos genéticamente modificados (y pagar por ello); pero no se debe permitir a los campesinos peruanos el acceso a esta tecnología. Así lo quiere este gobierno y para ello el Congreso aprobó una norma que impide el ‘ingreso y la producción de organismos vivos modificados con fines de cultivo o crianza’.

Y se hará aunque el precio que se pague sea condenar a los productores agrarios a la pobreza.

Las cifras lo prueban: a pesar de la gran reducción de pobreza alcanzada por el país en los últimos cinco años (hoy en 31%), en las zonas rurales la misma alcanza el 54% (y el 23% está en situación de pobreza extrema). Y para avanzar en una mayor reducción de ella, así como para poder combatir la desnutrición, la agricultura es tanto parte del problema como de la solución.

La agricultura en el Perú se mueve entre extremos: un extremo es ese sector que utiliza sofisticados mecanismos de riego y fertilización, así como cadenas logísticas que permiten llegar con productos frescos de alta calidad a los mercados más exigentes. El otro extremo es el de la agricultura de subsistencia. La imagen del campesino desesperado por haber perdido la cosecha de papa a causa de la helada es demasiado frecuente: condena a la pobreza y contrasta grotescamente con la ‘papita nativa’ listada en una elegante carta gourmet.

Irónicamente, mientras los empresarios discuten en el Cusco la importancia de la tecnología y la innovación en la Conferencia Anual de Ejecutivos-CADE 2011, los campesinos de la zona estarán impedidos de acceder a semillas que ahorren el uso de pesticidas, les permitan un mayor rendimiento o los protejan de las plagas y la helada.

En la CADE se destacará la importancia de investigar. Pero los laboratorios de biología o biotecnología y los investigadores que ya están trabajando en proyectos para elevar el contenido nutricional o mejorar la resistencia de nuestras especies han sido satanizados por el gobierno y la opinión pública.

El mercado mundial de alimentos tiende a mostrar precios en aumento debido al incremento del consumo en China y a la utilización de productos alimenticios como combustible: dos tendencias que no se espera que cambien. Por ello, las mejoras tecnológicas y la investigación genética resultan fundamentales. Por eso los países, cada vez en mayor medida, están cultivando especies genéticamente modificadas y por eso el Perú consumirá cada vez más este tipo de productos… pero sin la posibilidad de crearlos, producirlos o venderlos.

El transgénico puede proteger nuestra biodiversidad salvando las cosechas de esas papas nativas, de las que tan orgullosos estamos que se cultiven a más de 3.500 metros de altura. Puede proteger nuestra Amazonía y evitar que la mancha anillada arruine los cultivos de papaya y se tenga que seguir talando y depredando la selva. Y puede liberar muchos cultivos del uso de fertilizantes, herbicidas y pesticidas, ambientalmente ‘poco amigables’.

Se ha querido encumbrar lo ‘orgánico’ por encima de cualquier otro ‘valor’ con un muy exitoso resultado marketero. Pero como menciona The Economist en un reciente análisis, mientras unos se preguntan “Qué habrá para cenar”, otros se preguntan si “Habrá algo para cenar”.

¿Cuál es la pregunta relevante en el Perú?

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