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Los límites de Europa: sus fronteras
Lun, 07/09/2015 - 08:57

Florent Sardou

¿Un New Deal para Europa?
Florent Sardou

Florent Sardou posee una Licenciatura en Derecho (Universidad de Toulouse, Francia) y un Master de la misma universidad en Historia Contemporánea. Su tesis fue sobre la Historia Social contemporánea de Chile. Ejerció como profesor en el colegio la Alianza Francesa de Santiago de Chile. Después de haber vivido cinco años en París, volvió a Chile en 2013. Desde entonces es invitado como analista en canales (CNNChile, 24Horas, NTN24 de Colombia) y radios locales (Duna, Zero, Bio Bio, Cooperativa, ADN).

Hace 30 años, el 14 de junio de 1985, se firmaban los "Acuerdos de Schengen". El "espacio Schengen" es un territorio de 4 millones de kilómetros cuadrados, que agrupa a 26 países y alberga un total de 417 millones de habitantes. En este espacio dejan de existir las fronteras, garantizando la libre circulación de personas. Esto es para muchos europeos un acervo, un derecho evidente. "Schengen" es así, entonces, un logro considerable en la aplicación de una autentica integración europea. 

Pero la llegada masiva de migrantes en su suelo (280 000 intentos de entradas ilegales en 2014) y la ausencia de soluciones coherentes y a largo plazo para controlar este fenómeno, ha hecho resurgir una palabra, casi olvidada en el Viejo continente: frontera.

Lo plantea el diario francés Le Figaro, que publicó el 9 de julio una encuesta sobre "Los europeos y la gestión de los flujos migratorios". Los resultados son elocuentes: la opinión pública de cada uno los cinco países estudiados (Alemania, Francia, Italia, Países Bajos y Reino Unido) es mayormente favorable a la restauración de las fronteras entre los Estados de la Unión Europea. Es decir, la frontera como concepto ha vuelto a ser asociada a la necesidad de protección, cuando el proyecto de integración europea –en su matriz- buscaba resaltar que las fronteras fueron la fuente y el origen de todas las tragedias vividas en el continente, la madre de los nacionalismos que culminaron con dos guerras mundiales. Es de temer que una verdadera revolución copernicana este en marcha en las mentes europeas. Una transformación que podría representar un peligroso retroceso para la prosperidad y la paz en el continente. Pero desde siempre los europeos han mantenido una relación compleja, cambiante y tortuosa con esta noción. 

¿Qué nos enseña la historia de las fronteras europeas? Luego de la caída del Imperio Romano y de sus limes, la noción de frontera- tal como la conocemos actualmente- desapareció por siglos. Eran efímeras, móviles, frágiles. Eran más bien zonas de encuentro y de intercambio con el "otro". No existían Estados, tampoco naciones (hasta por lo menos el siglo XIII). La sociedad medieval se caracterizaba por la supremacía de lazos personales como modo de gobierno: el feudalismo y el vasallaje. Paralelamente, la potente acción unificadora del cristianismo y el actuar de la Iglesia y de sus hombres al rescatar el pensamiento grecorromano (obra de los monjes copistas dentro de los monasterios) hicieron subsistir la noción de pertenecer a un mismo conjunto, a una misma civilización: Occidente. Algo que trajo consecuencias a nivel político. Durante la Edad Media, hubo reiterados intentos por revivir el sueño de la unidad imperial: Carlomagno en el siglo IX, el Sacro Imperio Romano Germánico en el siglo X, hasta el proyecto de Carlos Quinto en el siglo XVI. 

Luego, a partir del Renacimiento y hasta la Revolución francesa se constituyeron los primeros Estados centralizados, gestándose las primeras administraciones: Francia, Inglaterra, Suecia, Castilla, Aragón y las ciudades italianas. Se crearon fronteras que fueron motivos de continuas guerras. Importante es destacar que durante este periodo las fronteras defendían solamente los intereses personales de los monarcas. No delimitaban ni separaban idiomas, pueblos, religiones o culturas. El concepto de nación aún no se diluye con él de Estado.

La Revolución francesa puso punto final a este sistema y dio origen a una nueva era. Ofreció la soberanía al pueblo, a cada uno de sus miembros, transformados en ciudadanos libres e iguales en derechos. Con la defensa de la flamante República frente a la coalición de las monarquías europeas, nació el patriotismo (el famoso Ejército del Año II) y en definitiva el Estado -nación. El mensaje liberador de los franceses (y las guerras napoleónicas) despertaron las identidades nacionales en toda Europa. La defensa de las fronteras se convirtió desde entonces en una obligación sagrada y resultó ser el portaestandarte de los nacionalismos. El resultado fue terrible, con dos guerras mundiales y el casi suicidio de Europa. Frente a este callejón sin salida, se creó el proyecto de integración europea. El resultado fue alentador: 70 años de paz en el continente. Pero a pesar de este éxito, la frontera ha vuelto a ser en la actualidad una palabra y un tema que divide profundamente a sus habitantes.

La frontera: ¿la verdadera línea divisoria de la vida política europea? La palabra “frontera” estructura hoy los discursos políticos europeos y la opinión pública. Quizás la verdadera línea divisoria del paisaje político depende de la respuesta a la pregunta: ¿Más fronteras para el continente o no? Frente a los migrantes, frente a las dificultades de la integración europea (Grecia, "Brexit"),  la reinstauración de las fronteras y la supresión del espacio Schengen constituyen las piedras angulares de los planteamientos excluyentes de los partidos nacionalistas florecientes. Discursos que seducen también a partidos más moderados, que se reivindican pro europeos históricos. Frente al éxito de estas ideas, existe el riesgo de que el europeísmo, pacífico, profundamente universalista, desaparezca o se convierta en nacionalismo pan-europeo. Teorías que son opuestas a la esencia del proyecto europeo: una Europa supranacional regida por reglas democráticas. Robert Schuman dijo: "La comunidad europea no está hecha a la imagen de un Imperio (…) Será basada en la igualdad democrática llevada al ámbito de las relaciones entre las naciones".

Por lo tanto, las fronteras nos hacen reflexionar sobre la permanencia y la esencia del ideal europeo. Proyecto que, por lo demás, aún no tiene claridad dónde se ubica su frontera física y cultural con Asia.  América latina por su parte, cuyos límites están en permanente reestructuración y recomposición (enfrentando conflictos como el de Chile y Bolivia, o las recientes tensiones entre Venezuela y Guyana), haría bien en observar la respuesta europea ante esta problemática.  

Finalmente, observamos que las fronteras revelan la eterna dualidad del ser humano. Por una parte, pueden ser una zona de encuentro; el lugar donde se interactúa o se comunica  con un "otro". Y por otro lado, es aquel espacio en donde se desata la violencia y la negación del prójimo. No olvidemos la esencia del proyecto europeo: un proyecto de cooperación y de paz.

*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Panorámica Latinoamericana.

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