Pasar al contenido principal

ES / EN

¡Más transformismo (estructural), menos etapismo (coyuntural) para A. Latina!
Mié, 22/01/2014 - 12:03

George Gray Molina

La trampa de renta media: ¿sí, pero cuál?
George Gray Molina

George Gray Molina es el Economista Jefe y Líder del Equipo regional de Desarrollo Humano y Objetivos de Desarrollo del Milenio en la Dirección Regional para América Latina y el Caribe del PNUD, basada en Nueva York. Proviene del Instituto Alternativo. Previamente, fue miembro de la sociedad de Lideres Globales de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales Woodrow Wilson, en la Universidades de Princeton y Oxford. También fue investigador asociado del Centro de Investigación sobre Desigualdad, Etnicidad y Seguridad Humana (CRISE) de Oxford y miembro del Centro Dialogo Interamericano basado en Washington, DC. Entre 2004 y 2008, fue coordinador del Informe de Desarrollo Humano PNUD en Bolivia. Fue Director de la Unidad de Análisis de Política Económica del Gobierno Boliviano (UDAPE) y Director del Programa de Maestría en Política Publica de la Universidad Católica de ese país. Posee un Doctorado en Filosofía y Política de la Universidad de Oxford, una Maestría en Política Publica de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard y un pregrado en Economía y Antropología de la Universidad de Cornell.

Luego de cuatro décadas de silencio, el “etapismo” -de Rostow y Gerschenkron en los años 60, y de autores neo-marxistas como Sweezy y Mandel en los años 50- vuelve con fuerza en la literatura de desarrollo. Los ránkings de competitividad de Davos, los umbrales de países de renta media, un sin fin de indicadores que “gradúan” a países del desarrollo y la idea de que economías convergen hacia un patrón común, muestran, con diferentes matices, dejos de esta lectura. El etapismo planteaba desde el siglo XIX que las economías se desarrollaban en “etapas”, que no se podían saltar estadios del desarrollo -el paso de las sociedades rurales y agrarias a urbanas e industriales, del capitalismo monopólico al capitalismo financiero,  tendría su propia lógica, afin al darwinismo biológico.

Hay algo intuitivo del etapismo. La palabra “desarrollo” misma implica el paso de una etapa a otra. Y, sin embargo, los contra-ejemplos son demasiado importantes y numerosos como para obviarlos: en Río y México DF coexisten vastas economías informales con bolsones de modernidad financiera y tecnológica; miles de bohemios en Berlín y Londres quieren vivir en la simplicidad tradicional del siglo XIX; los barrios más pobres de Nairobi y Puerto Príncipe transfieren y reciben dinero con celulares de última tecnología. Productos orgánicos de Nueva Zelanda se consumen en Santiago y Bogotá. Las etapas se han entremezclado.

Y, sin embargo, no significa que todo converja. Más bien, algunas cosas convergen y otras no. Podemos mover capitales financieros de sur a norte apretando un botón, pero millones de ciudadanos tienen vetados los mercados laborales europeos o norteamericanos.

¿Entonces, que converge? Todos hablamos de convergencias, pero vale la pena sincerar la discusión. La primera acepción es mecánica y estadística. Está dominada por la lectura de convergencia de los datos del PIB per cápita. En sentido mecánico, las economías del mundo están convergiendo. El PIB per cápita de los países emergentes ha crecido mucho más rápido que el de los países industrializados en estas dos décadas. Ya es un lugar común afirmar que la economía china será del tamaño de la economía EE.UU. el año 2015, y que el ingreso per cápita chino convergerá hacia el 2050. De hecho, para el 2025, la China y la India tendrán, cada una, una economía más grande que el G7 europeo. Todo esto es cierto, pero insuficiente.

Más allá de la mirada mecánica,  existe evidencia de transformaciones más complejas de largo plazo. Incluye procesos engorrosos que tienen salidas inciertas y  no encasillables. No nos llevan a un tipo ideal, sino a múltiples vías de desarrollo. Tres son particularmente importantes: primero, las convergencias urbanizadoras. La mayoría de los países ve un traslado masivo de la mano de obra del campo a las ciudades, de los sectores agrícolas a los sectores de servicios y de situaciones de poca o nula participación laboral a empleo pleno o por lo menos dinámico. Este proceso de transformación estructural ya prendió hace décadas en América Latina. El 80% de la población ya es urbana, y pronto, hacia el año 2050, el 90% vivirá en urbes.

La segunda convergencia es en salud y longevidad, de manera más precisa, en la extensión de la calidad de vida de los adultos. Trabajo empírico reciente demuestra esto con bríos. Los países que lideran en el ritmo de convergencia de expectativa de vida y logro educativo son radicalmente distintos a los que convergen en ingreso per cápita. Todos oímos de los “tigres “asiáticos” y sus logros económicos, pero pocos recordamos a los “tigres del desarrollo humano” –países como Nepal, Túnez y Ecuador que tienen las tasas más rápidas de convergencia social del mundo desde 1980.

La tercera convergencia está en la subjetividad detrás de estándares de vida ascendentes. Esto también es engorroso y complejo. El Latinobarómetro más reciente muestra un dato interesante: el país que más “clase-mediero” (53%) se siente en toda la región es Bolivia, que según definiciones “objetivas” de clase media es uno de los países que menos clase media tiene (17%). ¿Qué sucede? Parte de la subjetividad de ser de clase media es ser sujeto, ser ciudadano, ejercer poder social o político. Esto claramente sucede en Bolivia –más allá de los umbrales mecánicos de ingreso. Y sin embargo, no podríamos afirmar que Bolivia “converge” hacia estándares homogéneos de desarrollo. Todo parece afirmar lo contrario: toman raíz experiencias alternativas, heterogéneas de progreso.

¿Reformas estructurales o transformaciones estructurales? Así como la historia tiene sus usos y abusos, el etapismo también los tiene. El más evidente es el que “gradúa” a sociedades íntegras del desarrollo. Algo que suena razonable es, en realidad, nada más que una lectura mecánica de los datos. Las dolorosas brechas de desigualdad de nuestras ciudades, la violencia descarnada que genera espirales de homicidios, la vulnerabilidad a los desastres naturales, los lentos cambios en roles de género, la violencia sexual, la discriminación contra la diversidad sexual, la necesidad de cerrar brechas de salud en los primeros años de vida, la demanda por empleos de calidad –todos, de manera abrumadora, muestran que queda una agenda de desarrollo pendiente.

En los debates de coyuntura, el etapismo tiene un aliado: el reformismo estructural que desde los años ochenta busca acelerar el crecimiento económico a todo precio –bajando los costos laborales para dotar competitividad espuria, depredando los recursos naturales y la biodiversidad para vender barato, y transfiriendo un rol cada vez más creciente al sector financiero en nuestras economías. Si algo aprendimos del 2008, es que estas son malas ideas.

Reformas estructurales pueden tener perfecto sentido desde el punto de vista de una empresa o un banco, pero no dan respuesta a las demandas de toda una sociedad –ni defienden el bien común de una economía.

El elefante invisible en esta conversación es que existe otro cambio estructural en marcha: el que viene de atrás con transformaciones demográficas lentas y acumulativas, con mayor inserción gradual de la mujer, con mayor calificación de la mano de obra entre jóvenes, con el cierre gradual de brechas educativas entre áreas urbanas y rurales y la proliferación de nuevos emprendedores que no tienen problemas con adoptar estándares ambientales y laborales altos.

Miles de emprendedores muestran que se puede ganar mercado, lograr beneficios y crecer generando productos ecológicos, brindando servicios ambientales, generando empleo a destajo en condiciones dignas, retribuyendo el justo precio del esfuerzo laboral y tratando a los clientes como parte de redes sociales de carne y hueso y no meras estadísticas.

Estas transformaciones estructurales son las que generan los “gatos que ladran”, los bolsones modernos en los barrios pobres, las tecnologías que redistribuyen oportunidad y la pléyade de inventos coloridos que están adaptados a tiempo y lugar. En América Latina queda mucho por hacer, pero la búsqueda no debe quedarse en el etapismo. Este concepto es “tan 2013”, que propongo una nueva consigna para el 2014: ¡más transformismo (estructural), menos etapismo (coyuntural) para la región!

*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Hmanum.