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Medimos muy bien, ¿cuándo los nuevos instrumentos de políticas públicas?
Mié, 25/09/2013 - 11:44

George Gray Molina

La trampa de renta media: ¿sí, pero cuál?
George Gray Molina

George Gray Molina es el Economista Jefe y Líder del Equipo regional de Desarrollo Humano y Objetivos de Desarrollo del Milenio en la Dirección Regional para América Latina y el Caribe del PNUD, basada en Nueva York. Proviene del Instituto Alternativo. Previamente, fue miembro de la sociedad de Lideres Globales de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales Woodrow Wilson, en la Universidades de Princeton y Oxford. También fue investigador asociado del Centro de Investigación sobre Desigualdad, Etnicidad y Seguridad Humana (CRISE) de Oxford y miembro del Centro Dialogo Interamericano basado en Washington, DC. Entre 2004 y 2008, fue coordinador del Informe de Desarrollo Humano PNUD en Bolivia. Fue Director de la Unidad de Análisis de Política Económica del Gobierno Boliviano (UDAPE) y Director del Programa de Maestría en Política Publica de la Universidad Católica de ese país. Posee un Doctorado en Filosofía y Política de la Universidad de Oxford, una Maestría en Política Publica de la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard y un pregrado en Economía y Antropología de la Universidad de Cornell.

En 1930, John Maynard Keynes predijo que al ritmo actual de cambio económico el mundo tendría tal excedente económico que se reduciría el día laboral de 40 a 15 horas por semana. Hoy, gracias a nuevas mediciones de horas trabajadas, productividad y remuneraciones, sabemos que sucedió exactamente lo contrario. Se trabaja más para mantener un estándar de vida igual o mejor que ayer. Lo interesante es que desde la época de Keynes, vivimos una revolución de datos, empiria y métricas de desarrollo, pero los instrumentos de políticas públicas son básicamente los mismos.

No me refiero acá al uso de la evidencia para la formulación de políticas. Me refiero, mas bien, a los instrumentos de política económica y social en sí –a las tasas de interés que manipulamos y a los impuestos que reasignamos para lograr un propósito social—instrumentos que tienden a ser relativamente imprecisos para la tarea encomendada. Vivimos en un mundo en el que es más fácil espiar a un ciudadano, que enviarle una transferencia social condicionada.

¿Dedicamos demasiada energía a la medición perfecta, pero no suficiente al diseño de nuevas maneras  de acelerar el bienestar humano?

Métricas multi-dimensionales, descomponibles y dinámicas. Tuve la buena fortuna de asistir a la Conferencia de la Asociación para las Capacidades y el Desarrollo Humano en Managua, Nicaragua. Entre Amartya Sen, Martha Nussbaum, Joshua Cohen, Frances Stewart y Sabina Alkire, entre otras personalidades, vislumbré lo mucho que ha avanzado el debate sobre desarrollo humano y la manera de conceptualizar la pobreza  y el bienestar.

Paneles repletos de ponencias sobre mediciones multi-dimensionales de pobreza nos muestran un panorama fascinante a nivel micro. Se puede describir, para cada persona de un hogar, dimensiones de carencia, dinámicas en el tiempo y relaciones con características de otros miembros del hogar, comunidad o nación.  Existen también nuevas métricas de medición del bienestar subjetivo que añaden a la información existente la percepción de carencias sociales, económicas y culturales.

Avanzamos mucho desde la era en que los ministerios de planificación se daban por satisfechas con tener un censo nacional cada década. Ahora hablamos de big data, un censo en cada comunidad, cada día.

Políticas de brocha gruesa, externalidades enormes, goteo incierto. La política pública de mayor impacto global de este año depende de una decisión del Federal Reserve norteamericano: ¿decide mantener una política monetaria expansiva o, si, por lo contrario, decide contraer su emisión monetaria?  El impacto no es trivial. EE.UU. inyecta US$85 mil millones a la economía mundial cada mes.

El instrumento de política monetaria, el QE3, en realidad no tiene nada de sofisticado una vez que vemos como actúa. El Fed inyecta liquidez a los mercados financieros comprándose billones de dólares de activos financieros que nadie quiere a un retorno financiero bajo –hipotecas y bonos del tesoro norteamericano.  El trillón de dólares que ya compró, mantuvo tasas de interés globales cercanas a cero. El mero anuncio del cambio de política, sin embargo, puso a los mercados en pánico.

La rupia de Indonesia se desplomó en 25%, el Banco Central brasileño tuvo que defender el real con un incremento en las tasas de interés. Todos los países latinoamericanos sufrieron presión cambiaria hacia la depreciación. Países con presiones inflacionarias tomaron medidas para recoger liquidez  y países con demanda efectiva moderada, tomaron medidas para generar liquidez  y bajar tasas de interés.

Igual que en los años 30, un país estornuda, pero el todo el planeta se resfría. Este no puede ser considerado un instrumento sofisticado de política pública. Los impactos del QE3 son volátiles, inesperados e inescrutables. La focalización es mínima. Acarrea externalidades masivas y algunas que todavía no son visibles. A pesar de todo esto, es la política pública más sofisticada de la era post-crisis –tiene inclusive un acrónimo de siglo XXI.

Políticas intensivas en capacidades e instituciones. Susan Pick y Joshua Cohen mostraron, en Managua, algunas alternativas al “método hidráulico” de políticas –el de inyectar lo que fuese necesario a la economía global. En particular, mostraron que las mejores políticas son las que cambian comportamientos de largo plazo –las que empoderan a mujeres en la toma de decisiones comunitarias o generan alternativas para el abastecimiento de agua en épocas de sequía. Estas no son “políticas hidráulicas”. No inyectan nada.

Construyen capacidades, transforman relaciones de poder, generan desequilibrios que liberan a individuos  a tomar sus vidas en sus propias manos. Lo que tienen en común, es que son intensivas no en capital, ni en tecnología ni en mano de obra, sino en capacidades e instituciones. De manera más precisa generan la capacidad de crear nuevas instituciones.

Este es el capítulo ausente de la importante obra de Acemoglu y Robinson y de muchos autores de la vertiente institucionalista del desarrollo. No solo que son importantes las instituciones. De manera más quirúrgica, es importante poder generar nuevas instituciones que construyan renovados equilibrios de poder, nuevas formas de empoderamiento, nuevas aspiraciones sociales.

La predicción de Keynes no está obsoleta. Nos muestra de manera dramática que en el siglo XX pusimos demasiado pienso a las formas de generar y medir la prosperidad, pero poco en como compartirlas bajo severos limites sociales y ambientales. Es hora de equilibrar la ecuación.

*Esta columna fue publicada originalmente en la revista Humanum del PNUD.