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México: un panorama económico híbrido
Lun, 25/02/2019 - 08:55

Fernando Chávez

Los saldos económicos de la guerra mexicana contra el poder narco
Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

En los primeros 100 días de su gobierno, el presidente López Obrador encabeza un proceso nacional de cambio social y político en un ambiente económico-financiero marcado por luces y sombras. Desentrañar la naturaleza y magnitud de los actuales problemas económicos es un ejercicio obligado, pero difícil y quizá hasta apresurado, dado el poco tiempo recorrido por el nuevo gobierno. Hay señales relacionadas con las inercias del pasado reciente, al tiempo que también hay circunstancias surgidas por las decisiones del nuevo gobierno, que todavía no se reflejan al cien por ciento en ciertos indicadores básicos de desempeño económico.

No obstante, sí hay que revisar el pulso de la economía, siempre, al menos en cuatro puntos precisos: producción, inflación, tipo de cambio y desempleo, lo cual permitirá separar gradualmente lo viejo de lo nuevo en el escenario actual, que lentamente se configurará con sus signos particulares.    

La política macroeconómica diseñada para el arranque de este gobierno está marcada por orientaciones ortodoxas en sus dos ejes fundamentales: el monetario y el fiscal. El primero, responsabilidad del banco central, y el segundo, encargo de Hacienda, moviéndose ambos en una coordinación expresa. Hasta ahora hay una convergencia conveniente entre ambos para impulsar la economía en un entorno de estabilidad monetaria y financiera que, en contra de los augurios pesimistas de los críticos y detractores de AMLO, se fue asentando poco a poco, semana tras semana.

Lo destacable y preocupante, en primer lugar, es que el ritmo de crecimiento económico hasta finales del 2018 fue cada vez menor. En efecto, el indicador “coincidente” del ciclo económico en sus dos versiones, por ejemplo, registró una desaceleración sostenida en los últimos meses del año pasado: hubo un ritmo por debajo de su tendencia de largo plazo. Esto no es nada sorprendente si tanto la inversión pública como privada han mantenido trayectorias negativas, sin soslayar que el consumo interno mantuvo un crecimiento magro y descendente, además de que las exportaciones industriales se estancaron.  

Todo esto ha llevado a muchos analistas a revisar cautelosamente, y a la baja, las proyecciones del PIB en el 2019, temiendo algunos –prematuramente- que el primer trimestre pudiera presentarse con cifras negativas, casi como preludio de una recesión. No puede ignorarse aquí que el entorno económico internacional estará disminuido, por el escaso dinamismo de los países industrializados y de las economías emergentes.

Hay que esclarecer que la desaceleración económica en el primer año de gobierno ha sido casi siempre la constante en los últimos ocho sexenios (1970-2018), donde invariablemente las nuevas políticas económicas anunciadas, junto con factores nacionales e internacionales adversos, no sólo frenaron la economía en el año inicial, sino que también nos llevaron en dos ocasiones a sufrir recesiones graves. Así, hubo atonías económicas con Echeverría en 1971, con López Portillo en 1977, con Calderón en 2007 y con Peña Nieto en 2013. Pero los años iniciales de los gobiernos de M. de la Madrid, Zedillo y Fox estuvieron marcados por recesiones, siendo de intensidad severa las de los primeros dos, en 1983 y 1995 respectivamente, aunque leve la del último, en 2001. El único que arrancó en 1989 “con el pie derecho” fue Salinas, aprovechando el saldo exitoso del programa de estabilización monetaria de 1988, después de haber enfrentado el año de 1987 una inflación anual de 160%, la segunda más alta del siglo XX en México.   

La inflación en los últimos meses ha sido claramente descendente. Hay que ver el INPC de la primera quincena de febrero de este año, que registró una tasa sorprendentemente baja, de -0.10%, la más baja en 51 quincenas (nada menos que desde 2002), lo cual hace que la tasa anual estimada sea hoy de 3.89%. Este hecho cabe explicarlo por cuatro razones: 1) menos presiones de demanda, dada la desaceleración económica apuntada; 2) un mercado cambiario que ha exhibido tendencias a la apreciación del dólar; 3) unos precios de las gasolinas sin aumentos bruscos, es decir, con menos presiones de costos y 4) persistencia de una política monetaria creíble, de crecientes tasas de interés, las que han contenido la expansión de la demanda agregada. Hay que decir que esta fase “halcón” del banco central parece haber llegado a su fin hace unos días con el congelamiento de la tasa de interés interbancaria a un día en 8.25%, fruto de una decisión unánime de su gobierno colegiado.

Las turbulencias cambiarias de los primeros meses después de las elecciones presidenciales quedaron atrás, vistas por la relación de gran volatilidad entre el peso y el dólar. La persistente apreciación del peso ha generado un mejor ambiente financiero, lo cual contradice las previsiones catastrofistas de los críticos de las decisiones de AMLO sobre el nuevo aeropuerto. La política fiscal equilibrada para el 2019 generó confianza de los inversionistas, además de que múltiples iniciativas del gobierno fueron acertadas para calmar las aguas agitadas en el ambiente empresarial por el discurso presidencial sobre la llamada Cuarta Transformación. No es irrelevante tener presente que la revaluación del peso ha tenido que ver claramente con dos cuestiones: la renegociación del nuevo TLCAN (hoy conocido como el T-MEC) y las políticas monetarias restrictivas mencionadas, quizá demasiado prolongadas. Ambas medidas convirtieron otra vez al peso en una moneda confiable.  

La situación del mercado laboral ha resentido poco la desaceleración económica, por lo menos si se observan los pequeños incrementos de las tasas de desocupación (nacional y urbana) a finales del 2018, los que en buena medida son explicables por razones estacionales, igual que la menor generación de empleos formales en dicha temporada. Es insatisfactorio tener la percepción actual de este mercado solamente con dichos indicadores, dado el enorme peso que tiene el empleo informal en nuestra economía, así como la magnitud formidable de la subocupación y de la fuerza de trabajo disponible para trabajar dentro de la llamada Población No Económicamente Activa. Hay que resaltar que, a pesar esta situación laboral precaria, el indicador de confianza de los consumidores (familias) ha observado paradójicamente incrementos espectaculares en diciembre y enero pasados. Tal vez convendría rastrear el origen de ello en la nueva política de salarios mínimos, en varios programas sociales de apoyo a diversos grupos vulnerables y, por supuesto, en las benditas remesas externas, cuyo nivel siguió creciendo en 2018.

Queda claro que el panorama macroeconómico de los primeros 100 días de AMLO es híbrido, de varias tonalidades. Una combinación de desaceleración productiva, con inflación descendente, con un dólar abaratado y con un ligero repunte de la desocupación urbana, pero en un insólito entorno de creciente confianza (optimismo) de las familias. Nada anuncia el surgimiento de problemas coyunturales alarmantes en los meses venideros, aunque es aún precipitado decir la última palabra.

Las predicciones aterradoras de los opositores a la nueva política económica no se han materializado, no obstante que anunciaban el colapso inminente de varios indicadores clave de desempeño económico. Las tensiones políticas y sociales generadas por el cambio de gobierno están a la vista, inevitables cuando se asume un nuevo enfoque de política económica, opuesto al establecido durante el largo pasado neoliberal.  Pero tales tensiones hoy se procesan pacífica y legalmente a través de las acciones y las reacciones de las organizaciones sociales y políticas contendientes, unas a favor y otras en contra de las directrices heterodoxas del gobierno de AMLO. Pero no existe hoy un horizonte de conflictividad que pueda desgarrar el entramado institucional democrático. Andando la carreta, las calabazas se acomodan.