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Perú: ni militares, ni penas extremas que no se cumplen
Mié, 23/12/2015 - 08:33

Patricia Teullet

Pymes: entre el romanticismo y la dura realidad
Patricia Teullet

Es economista de la Universidad del Pacífico. Ha sido responsable del manejo del mayor programa de nutrición infantil en el Perú. Asimismo, ha sido viceministra de Economía, en el ministerio de Economía y Finanzas, y viceministra de Desarrollo Social en el Ministerio de la Presidencia de Perú.

“Me apuntó con una pistola y se llevó todo: mi cartera con los documentos, mi celular con mis fotos”. “El taxista sacó una pistola; le di toda la plata y me devolvió S/. 10 para que llegara a mi casa”. “Me jalaron la cartera en el micro...”.

Seguramente conocemos casos similares o peores, incluido daño a personas. No es de extrañar que en las encuestas la seguridad sea una de las condiciones más buscadas por la población.

Paradójicamente ocurre al finalizar un gobierno por el que muchos votaron porque, al provenir del ejército el candidato presidencial, se pensaba que tendría las agallas para combatir la delincuencia.

Expectativa convertida en desilusión y algo de indignación. El miedo y el desconocimiento hacen que no se piense en las consecuencias de encargar a las fuerzas armadas el combate a la delincuencia, y algunos candidatos lo pregonan irresponsablemente, sin medir las consecuencias de poner a los civiles a merced de los militares, cuyo entrenamiento tiene fines totalmente distintos.

Otra propuesta es exigir penas extremas. Mientras más avezado sea, menos evaluará el delincuente su probable pena para decidir si perpetra el crimen o no.

Malcolm Gladwell relata que, a raíz del asesinato de una joven en California y, a fin de controlar el crimen, se estableció La Ley de Tres Faltas: cualquier condenado por un delito por segunda vez recibiría el doble de pena que la prevista en el código penal. Y, al tercer incumplimiento de la ley recibiría cadena perpetua, sin excepción.

El respaldo a esta ley fue masivo. Sin embargo, no logró mostrar ninguna reducción en criminalidad directo: faltas pequeñas pueden responder a un cálculo costo/beneficio; pero la mente del delincuente avezado no lo hace. La ley fue cambiada.

Existen otros enfoques, y los siguientes ejemplos dan cuenta de su éxito: en los ochenta los niveles de violencia en Nueva York se incrementaron alarmantemente. David Gunn, presidente del sistema de transportes de Nueva York, aplicó la teoría de síndrome de la ventana rota: si una ventana se rompe y no se repara, la gente sentirá que que nadie está a cargo; nadie vigila. Pronto se romperán muchas otras ventanas, y la sensación de caos y anarquía se contagiará a zonas aledañas.” Por ello la eliminación del grafiti en el metro fue condición no negociable de su campaña: su permanencia daba sensación de impunidad.

Si en Lima hiciéramos una correlación entre criminalidad y entorno, probablemente encontraríamos que en los distritos más abandonados suele haber mayor índice de violencia.

En sentido similar, Desarrollando la Raza Celeste, exitosa experiencia de Backus y Sporting Cristal con un grupo de miembros de las barras bravas, trata la conducta violenta como un síntoma que se manifiesta en muchachos que suelen provenir de familias disfuncionales, conductas de riesgo y fracaso escolar. Como resultado ven que la sociedad es incapaz de darles oportunidades. Ser barrista permite desfogar la frustración ante esa sociedad.

La intervención promovió liderazgo con estímulos positivos y se enfocó en la frustración. Se mejoró la comunicación con la familia y en el interior del grupo, y se empezó por recuperar sus identidades (Negro y Congrio pasaron a ser Robert y Ciro).

Fueron motivados a retomar sus estudios y se intervino para arreglar lugares que habían arruinado. El 60% retomó sus estudios y un porcentaje similar se reinsertó en el mercado laboral: la sociedad comenzaba a proveer oportunidades para ellos también. Algo en lo que valdría la pena pensar.

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