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Popularidades, precios y gobiernos
Vie, 23/12/2011 - 10:43

Carlos M. Adrianzen

Latinoamérica en tiempos interesantes
Carlos M. Adrianzen

Decano de la Facultad de Economia de la UPC y Senior Executive Fellow de la Escuela John F. Kennedy de la U. de Harvard.

A lo largo de la última década, la historia regional ha estado sellada por los extraordinarios términos de intercambio recibidos. Esta afirmación -aunque muy fácil de contrastar- cuando se habla de los panoramas políticos y económicos en la región es simple y sencillamente omitida.

Desde Panamá hasta Chile, las visiones políticamente correctas o generalmente aceptadas sobre el crecimiento regional dan un rol marginal o tácito a la influencia de los precios internacionales que exportamos e importamos. Abundan los consentimientos que destacan los logros de gobernantes como el comandante Chávez en Venezuela, Lula en Brasil, Michelle Bachelet en Chile, Cristina Kirchner en Argentina o Alan García en el Perú.

Frente a esta práctica regional, vale la pena preguntarse: ¿adónde nos habrían llevado estos gobiernos si los precios externos no hubieran sido tan generosos en la última década? Para tratar de delinear un primer brochazo en esta dirección vale la pena ponderar alguna de las políticas observadas en esta última década al sur del Río Grande.

En Venezuela, por ejemplo, hemos visto cómo un simpático personaje, un golpista acicalado con ropajes de izquierda moderada, se convirtió en pocos años en un voraz, simpático u omnipresente dictador. El comandante Chávez no solo se pasó la década cometiendo cuanto error de política económica se pudo cometer, también se convirtió en el socio ideal del mercantilismo local y en generoso proveedor de subsidios para un porcentaje significativo del electorado venezolano.

Hoy en día, este ya achacoso dictador sigue siendo popular: tiene su prensa, su burocracia y hasta sus socios regionales. De hecho, los precios del petróleo le han dado la caja para financiar tantos y tan ingratos socios. El fondo de la historia aquí trasciende equilibrios políticos locales. Los precios externos también le han permitido sobrevivir convirtiendo a Venezuela en un referente global de baja competitividad, alta corrupción, inestabilidad macroeconómica y aciagos perfiles de crecimiento y desarrollo económico. De hecho, anticipar lo que podría pasar en Venezuela si los precios del petróleo se derrumbasen implica todo un ejercicio de terror social.

El caso de Brasil o Argentina, con  gobiernos creyentes en un Estado fuerte y mercantilista, seguidor del iluso concepto de crecimiento con equidad, es también ilustrativo. Por más que Lula o Cristina Kirchner pueda seguir reeligiendo a sus candidatos, con altos índices de popularidad, resulta más que difícil imaginar que esto continuaría así si los precios externos se derrumbaran significativamente.

Por más que en la región se les considere como dos relativas potencias, lo concreto es que cualquier indicador de crecimiento económico los coloca en el triste rol de naciones que no van muy lejos. Década tras década, los ingresos por habitantes tanto de Brasil como de Argentina grafican cuadros de abierto declive en comparación con otras naciones de ingreso similar. Aquí también precios en derrumbe implicarían severos cuadros de reestructuración social y el desmantelamiento de aparatos redistributivos que no han enfrentado, ni resuelto, problemas de fondo.

Los casos de Bachelet y García, aunque distantes de la moda bolivariana, tampoco han configurado un escenario de éxito. En el caso peruano, particularmente, los precios externos nos han permitido no reformarnos, e incluso reducir la pobreza con un tipo de cambio fijo y sin mayores ganancias en competitividad. Tanto en el Perú como en Chile un cambio en la tendencia de los términos de intercambio nos llevaría a reconocer nuestra enorme distancia de nuestras políticas de gobierno respecto a las de los tigres asiáticos.

A la luz de estas reflexiones pienso que la región tiene abierto el reto de aislar aciertos o desaciertos de cada una de estas gestiones y dejar de asignarle todo el mérito a administraciones populares pero poco lúcidas. Hecho esto, otra pregunta se caerá de madura: ¿dónde podríamos haber estado hoy si nuestros gobiernos no hubieran utilizado los recursos solo pensando en ser populares? La historia de América Latina es, pues, muy generosa y peculiar. Dadas nuestras institucionalidades, se puede ser un popular y pésimo gobierno al mismo tiempo.

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