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¿Qué origina el desarrollo?
Jue, 07/02/2013 - 08:51

Nora Libertun

¿Cuál es el origen de la riqueza de una ciudad?
Nora Libertun

Nora Libertun de Duren es especialista líder en Vivienda y Desarrollo Urbano en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Anteriormente, se desempeñó como Directora de Planificación de la Ciudad de New York, Department of Parks and Recreation, Profesora Adjunta Asistente en University of Columbia, y editora del MIT Journal of Planning. Su trabajo examina las implicancias espaciales y sociales de los nuevos modos de urbanización, y ha sido publicada en prestigiosos jornales científicos. Ha recibido numerosas distinciones, incluyendo la beca presidencial del MIT, de Harvard-Fortabat, Fulbright, y la Medalla de Oro de la Universidad de Buenos Aires. Cuenta con un doctorado en urbanismo y planificación regional del Massachusetts Institute of Technology, una maestría en diseño urbano de Harvard University, y otra en arquitectura de la Universidad de Buenos Aires.

Hace poco vi un documental sobre la búsqueda del famoso eslabón perdido, aquella evidencia de un paso evolutivo intermedio entre el simio y el hombre. Durante gran parte los siglos XIX y XX, los científicos buscaron lo que imaginaban como la prueba fundamental de esta evolución: un cráneo fosilizado que albergase un cerebro cuyo tamaño fuese cercano al de un hombre junto a una mandíbula casi simiesca. Durante décadas buscaron este fósil sin hallarlo, y no lo hallaron porque no existía. Pero su afanosa búsqueda, no fue en vano.

Encontraron ingeniosas herramientas fosilizadas hechas en piedra, cráneos pequeños pero con cambios significativos respecto al de un simio, y mandíbulas que guardaban una innegable semejanza con las del hombre actual. Pero nada de esto correspondía a la hipótesis aceptada del desarrollo del hombre.

Recién promediando el siglo XX, cuando la tecnología permitió datar mejor estos hallazgos y comprobar que las herramientas fosilizadas eran tan antiguas como aquellos cráneos catalogados como ‘demasiados simiescos’, la teoría de la evolución fue reexaminada.

Hasta entonces, la hipótesis canónica era que la evolución había comenzado con el aumento de tamaño del cerebral, sinónimo de una inteligencia mayor. Así, los homínidos habrían estado capacitados para realizar tareas más complejas, tales como usar herramientas. A su vez, el uso de las mismas les habría permitido mejorar la calidad de su alimentación y expectativa de vida. Sin embargo, la evidencia que desenterraban los antropólogos reveló un camino evolutivo inverso: fue el uso de las herramientas –aún evidente en otros homínidos- lo que llevó a una mejor alimentación y al eventual aumento del cerebro. Es decir, el desarrollo cerebral fue la consecuencia, y no la primera causa, de la evolución. Y mal que nos pese, durante mucho tiempo, nuestros primerísimos antepasados se parecían más a simios con mandíbulas humanoides que a hombres con mandíbulas simiescas.

Esta historia es fascinante porque revela tanto al hombre actual como al prehistórico. Es decir, por un lado presenta un mecanismo causal de la evolución, en el que las funciones instrumentales anteceden y son el motor de las funciones complejas. Por otro lado, muestra como nuestras preconceptos acerca como procede el desarrollo pueden cegarnos a entenderlo.

Y es precisamente este punto el más útil para repensar a nuestra región. Una y otra vez leemos que América Latina y el Caribe es la región en desarrollo con índices de urbanización superiores al promedio mundial, rondando el 80% y semejante al de los países desarrollados. Y esta diferencia entre su nivel de desarrollo nacional y su nivel de urbanización suele presentarse como una discrepancia, ya que históricamente, la urbanización fue un síntoma de un alto desarrollo nacional. Ahora bien, ¿no es quizás que las ciudades son la causa del desarrollo nacional y no a la inversa? ¿No será que la densificación urbana que experimenta nuestra región es, en sí misma, la herramienta que permitirá la evolución de nuestras sociedades y su economía?

*Esta columna fue publicada originalmente en el blog Ciudades Emergentes y Sostenibles del Banco Interamericano de Desarrollo (BID).

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