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¿Queremos en México un presidente con el 25% de los votos?
Lun, 15/06/2015 - 10:19

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

El voto en México se está fragmentando como resultado del creciente rechazo del electorado a los partidos grandes y reglas que permiten ganar con un porcentaje mínimo de votos. En este contexto no es nada utópico pensar que el próximo presidente gane con tan sólo 25% de la votación nacional. ¿De verdad queremos esto? ¿Qué fuerza y legitimidad tendría un mandatario con el respaldo de uno de cada cuatro electores?

Los números muestran que el electorado se está alejando, cada vez más, de los partidos grandes. En la elección intermedia de 1997, la suma de votos a favor del PAN, PRI y PRD alcanzó el 91% del total. Seis años después, en las intermedias de 2003, este porcentaje cayó al 88%. En 2009 volvió a caer al 77%. Y en estas últimas elecciones intermedias del domingo pasado, la suma del PAN, PRI y PRD alcanzó 61% del total de votos.

Hemos pasado de un sistema de tres partidos grandes y la morralla a uno de dos partidos grandes, cuatro intermedios y la morralla. Los dos grandes son PRI y PAN. El domingo pasado, el primero alcanzó un total de 29%; el segundo, 21%. Entre los dos suman la mitad de los votos del país. Luego vienen cuatro intermedios: PRD (11%), Morena (8,4%), Verde (6,9%), y el Movimiento Ciudadano (6,1%). Los chicos, que apenas libraron el mínimo para conservar el registro (3%), son Nueva Alianza y Encuentro Social.

En este contexto de fragmentación, es posible que un candidato gane con muy pocos votos. Veamos lo ocurrido en las elecciones de delegados en el DF. En dos de las 16 delegaciones, los candidatos ganadores obtuvieron el 24% de los votos (Álvaro Obregón e Iztacalco). En otras dos fue el 25% (Gustavo A. Madero y Coyoacán). En una, el 26% (Azcapotzalco) y en otra el 27% (Magdalena Contreras). En tres más el triunfo lo obtuvieron con el 29% (Cuauhtémoc, Tlalpan y Xochimilco). ¡Nueve de las 16 delegaciones se ganaron con menos del 30% de los votos! Y tampoco se puede presumir que en las siete delegaciones restantes hubo triunfos aplastantes. El que más votos sacó fue el ganador de Benito Juárez con el 39%, seguido de Iztapalapa con el 37%, Cuajimalpa (35%), Milpa Alta y Venustiano Carranza (34%), Miguel Hidalgo (33%) y Tláhuac (31%).

Pongo otro ejemplo, en este caso de la elección federal de diputados: la del segundo distrito del DF. Morena ganó con el 22.7% del total: 26 mil votos, que equivalen al 9% del padrón electoral de esa demarcación.

Pero una cosa es ganar así para un delegado defeño o un diputado federal, quienes tienen poco poder comparado al Presidente. ¿Queremos que nuestro jefe de Estado y del gobierno federal, el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el que ejerce un presupuesto de más de cuatro billones de pesos al año, sea elegido con el 25% de los votos, que pueden equivaler, dependiendo la participación, a uno de cada diez mexicanos inscritos en el padrón electoral?

Desde luego que no. Para eso se inventaron las segundas vueltas: para darle mayor fuerza y legitimidad a los ganadores, sobre todo en sistemas presidenciales donde, a diferencia de Estados Unidos, el voto está fragmentado en más de dos partidos.

Imaginemos que en 2018 el PRI-Verde lanza su candidato presidencial, el PAN al suyo, López Obrador va por Morena y el PRD no se le une y pone al propio. Además, por ahí, se lanza un candidato independiente. Existe la posibilidad, muy real, de que el ganador lo haga con un cuarto de los votos. Sin segunda vuelta, las encuestas se convertirán en el instrumento para que los electores decidan en una lógica de voto útil. ¿Queremos dejarle a los encuestadores, después de todo lo que ha pasado, esta tarea? ¿No convendría más que el voto se fraccione en una primera vuelta y sólo pasen a la segunda los dos candidatos con más votos (a menos que uno de ellos alcance cierto umbral o la diferencia entre el primero y el segundo sea sustancial)? Desde luego que sí. Es lo más racional para una democracia con creciente fragmentación como la nuestra.

Pero creo que ni el PRI ni Morena van a querer la segunda vuelta. Van a preferir jugársela a una sola vuelta para evitar que en la segunda se aglutine una posible coalición antipriista o antilopezobradorista. Eso es, quizá, lo que más le convendría a ellos, no al régimen democrático. Si de verdad pensaran en la salud de la República, ya estarían cambiando la Constitución para permitir la segunda vuelta. No lo van a hacer porque les interesa la salud de sus partidos. Por tanto, me temo que nos quedaremos sin segunda vuelta con el riesgo muy real de que el próximo Presidente gane con un escaso 25% de los votos con todo lo que eso implica.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excelsior.com.mx.

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