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¿Quo vadis Venezuela en 2013?: los peligros del rentismo
Mar, 23/10/2012 - 09:21

José Ignacio Moreno León

El presidente Santos y el futuro de Colombia
José Ignacio Moreno León

Ingeniero químico de la Universidad de Louisiana (USA), Master en Administración de Empresas de la Universidad Central de Venezuela y en Administración Fiscal y Desarrollo Económico de la Universidad de Harvard. Es además rector de la Universidad Metropolitana de Venezuela.

Cumplida la reciente jornada electoral (elecciones presidenciales), mucho se ha dicho y escrito sobre ese histórico proceso, por lo que ya es poco lo que se puede agregar en relación a este evento y las circunstancias que lo rodearon. Pero lo que sí es oportuno resaltar es el complejo escenario que, en lo económico y social, va a enfrentar el gobierno a partir del próximo año y, en especial, si no termina de entenderse los peligros de la profundización del actual modelo de rentismo y populismo petrolero para el futuro del país, cuando estamos en la antesala de un grave desequilibrio fiscal y de una posible recesión económica que podría acentuarse si, por la crisis de la economía global, se genera una contracción de los precios petroleros; todo lo cual seguramente empeoraría el clima social signado por la inseguridad personal, el vandalismo, el marcado deterioro de los servicios públicos y la conflictividad social que sufre el país y amenaza la estabilidad institucional.

Ese es el sombrío panorama con el que se iniciará el próximo período gubernamental. Un escenario en el que es urgente entender que estamos al borde del colapso del perverso modelo rentista petrolero y de un capitalismo de Estado populista y clientelar que contrasta con las demandas de eficiencia, competitividad y productividad que imponen las nuevas realidades globales y, frente a las cuales sí están actuando inteligentemente y, de manera exitosa, otros países de nuestra región como Chile, Brasil y Colombia.

Pero además lo han hecho igualmente, y también con grandes logros, países como Japón, Corea del Sur y Singapur, que, impulsando, dentro de un gran consenso nacional, un proyecto de desarrollo productivo e inclusivo, apoyado en la promoción de una educación de excelencia, han logrado convertirse, en menos de seis décadas, en grandes potencias de la economía global.

Pero si esos ejemplos exitosos no fueran suficientes para entender la verdadera ruta del progreso, podemos recordar, por contraste, los tristes casos de otros modelos que hemos reseñado en artículos anteriores y que han derivado en trágicos desenlaces en los pueblos que los han sufrido, como fueron los casos de Perón en Argentina (1946-52, 1952-55 y 1972-76); Gulard y Sarney en Brasil (1962-64, 1985-90); Siles Suazo en Bolivia (1982-85) y López Portillo en México (1976-82).

Todos fueron gobiernos populistas, impulsores del capitalismo de Estado, de la centralización, expropiación de empresas, controles de cambio y de precios para tratar de combatir la inflación, pero que al final provocaron la caída de la producción interna, el desabastecimiento, el incremento de las importaciones, el exagerado endeudamiento externo, todo lo cual los arrastró a una crisis de gobernabilidad que, en algunos casos, los llevó al colapso por golpes militares (Gulard y Perón), a la renuncia (Siles Suazo) y al despilfarro de una transitoria bonanza petrolera, salpicados de corrupción y nepotismo (López Portillo).

Del análisis detallado de estos ejemplos históricos no es difícil deducir que, frente a las nuevas realidades globales que están surgiendo y configurando la llamada Sociedad de la Información y el Conocimiento, no hay margen para impulsar el progreso con sistemas populistas y apalancados en economías rentistas; ni mucho menos para insistir en las fórmulas autoritarias y fracasadas del socialismo real que sólo han legado, a los pueblos que las han sufrido, miseria y violación generalizada de los derechos humanos.

Las señales de los países exitosos nos indican que el progreso económico y la justicia social, en democracia, se alcanzan cuando se impulsa, con una estrategia inclusiva y no divisionista, una economía productiva y solidaria, con un enfoque holístico del desarrollo, respetando la propiedad privada y combinando con el mercado los principios de libertad, equidad social y respeto a la dignidad de la persona humana.

Promoviendo además la cultura cívica y la responsabilidad social, como pilares de una genuina democracia participativa. Una democracia de ciudadanos y no de sujetos que puedan ser comprados con dádivas o manipulaciones gubernamentales.

Una democracia en la que operen, sin restricciones, los principios de subsidiaridad y solidaridad, la humanización del trabajo y la política social focalizada y no clientelar; y en la que se respete la absoluta independencia y división de los poderes del Estado.

La gran pregunta de enorme trascendencia para nuestro país es: ¿cuál de los ejemplos señalados será el que marque la ruta del gobierno, frente al evidente fracaso del populismo rentista petrolero? En la respuesta a esta interrogante estará en juego el destino de Venezuela a corto o mediano plazo.

*Esta columna fue publicada originalmente en ElMundo.com.ve.

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