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Rio 2016: ¿the Hunger Games?
Vie, 22/01/2016 - 09:36

Gildo Seisdedos

Rio 2016: ¿the Hunger Games?
Gildo Seisdedos

Gildo Seisdedos es profesor de IE Business School.P { margin

En julio de este año conocíamos que, después de presentar su candidatura en noviembre de 2013, la ciudad de Estocolmo, Suecia, daba un paso atrás y abandonaba la disputa de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022. La ciudad calculó los gastos que los Juegos traerían a la ciudad, frente a los ingresos, y llegó a la conclusión de que el proyecto sería demasiado alto y no tendría sentido invertir dinero público en esta aventura. "No puedo recomendar a la Asamblea Municipal dar prioridad a la realización de un evento olímpico si tenemos otras necesidades en la ciudad, como la construcción de más viviendas", afirmaba Sten Nordin, alcalde de la ciudad.

Más reciente, el caso de Hamburgo demuestra que los Juegos Olímpicos ya no hacen soñar a los europeos como antes. Los ciudadanos de Hamburgo, candidata alemana a albergar los Juegos de verano del 2024, dijeron a finales de noviembre no al proyecto y con la candidatura ya presentada al Comité Olímpico Internacional (COI).

Otras consultas populares tumbaron planes olímpicos: la candidatura polaca de Cracovia a los Juegos de invierno del 2022 (votó en contra el 69,7%) o la suiza Lausana a los de invierno de 1994 (votó no el 62,3%). Pero el caso más famoso de marcha atrás fue en 1972, con los Juegos de invierno de 1976 ya adjudicados a Denver (Estados Unidos). El presupuesto se triplicó y los vecinos decidieron en una consulta no seguir. Ante el plantón, el COI recurrió a Innsbruck (Austria), que había acogido los Juegos de 1964 y tenía, pues, infraestructuras.

¿Cuáles son las razones de que lo que hasta hace unos años era objeto de deseo se haya transformado, para muchas ciudades, en algo a lo que se contesta con un "no, gracias"?

Por un lado está el balance económico pero seguramente a esta tendencia no son ajenos factores específicos, en el caso de Hamburgo, como los escándalos de corrupción en la FIFA y de dopaje en el atletismo; la llegada masiva de refugiados a Alemania, el recuerdo de los prohibitivos Juegos de Invierno de Sochi del 2014 o, incluso, los atentados terroristas en París y la posibilidad de ataques yihadistas.

En la antigua Siam, los elefantes blancos eran sagrados y un símbolo de poder real. Cuantos más elefantes tenía el rey, mayor era su estatus. Hasta ahora, los ambiciosos proyectos de nuestras ciudades se regían por esta misma regla: para competir en la nueva arena global, mi ciudad necesitaba dotarse del mayor número posible de elefantes blancos. Muchas veces las olimpiadas no tienen una rentabilidad tangible, directa o empresarial, sino que se transforman en una gigantesca operación de diplomacia pública internacional, en un instrumento al servicio de la geopolítica.

Sin embargo, cuenta la leyenda que cuando los reyes de la actual Tailandia no estaban contentos con un súbdito, le regalaban un elefante blanco. El súbdito debía darle comida especial y permitir el acceso a aquellos que quisieran venerarlo, lo cual tenía un coste que muchas veces arruinaba al súbdito. Por eso, la expresión elefante blanco es atribuida a posesiones que tienen un coste de manutención mayor que los beneficios que aportan o aquellas que proporcionan beneficio a otros, pero que a su propietario únicamente le ocasionan problemas y gastos.

Al mismo tiempo, las olimpiadas son supernovas en explosión. Explosiones estelares que producen objetos muy brillantes en la esfera celeste. Dan lugar a destellos de luz intensísimos que duran varias semanas. Se caracterizan por un rápido aumento de intensidad hasta alcanzar un pico, para luego decrecer en brillo de forma más o menos suave, hasta desaparecer completamente.

Sin embargo, sólo algunos de estos grandes eventos terminan transformándose en púlsares. Sólo algunos convierten a las ciudades que los albergan en estrellas de alta densidad, en cañones de radiación electromagnética intensa y enfocada, en generadores de pulsos de energía potentes, coherentes y rítmicos. Podríamos decir, por tanto, que hay que buscar el efecto púlsar de las olimpiadas. El efecto mediante el cual la explosión del gran evento se transforma, a veces, no siempre, en un impulso urbano preciso y constante, continuo, enfocado y poderoso. ¿Son las olimpiadas elefantes blancos o generan beneficiosos efectos pulsar? Como siempre en la vida, la respuesta a esta pregunta es clara: depende.

Las olimpiadas de Barcelona suponen el inicio de una nueva generación de olimpiadas en las que la palabra clave es la regeneración urbana, en las que aparece como una nueva e importante dimensión de este efecto púlsar. Tuvieron un saldo modesto, pero positivo de US$3 millones.

Por su parte, los juegos de Atenas de 2004 pueden ser considerados un voraz elefante blanco. Hasta el punto de que quizás no sea una exageración decir que costaron el puesto al gobierno del PASOK, incrementando el déficit griego hasta poner en peligro la viabilidad económica del propio país.

¿Se convertirá Río en un elefante blanco o generará un potente efecto púlsar en un momento en el que Brasil tanto lo necesita? Pronto lo sabremos.

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