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Tony Blair no ha entendido nada
Jue, 07/07/2016 - 10:28

Barbara Wesel

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Barbara Wesel

Barbara Wesel, corresponsal de DW en Bruselas.

La opinión pública hace mucho que le había juzgado: Tony Blair fue con George W. Bush a la guerra en Irak para mostrarse como un político de talla mundial, el mejor aliado del presidente de Estados Unidos. Muchos ya creían que mintió al Parlamento y a su pueblo y que es corresponsable de las muertes y el caos en el Medio Oriente. Sin embargo, la espera ha merecido la pena, porque ahora queda claro cómo se gestó el mayor error político de la historia británica reciente.

Con infinito detalle, un ex alto funcionario asesta un sosegado pero certero golpe a Blair. En el actual caos político del Reino Unido el viejo aparato gubernamental muestra una vez más sus cualidades. Sir John Chilcot establece en dos millones y medio de palabras, cómo Blair decidió en 2002 ir a la guerra y sólo después buscó las razones para justificarla.

El veredicto es inequívoco: no había ninguna razón de peso ni ninguna base legal en 2003 para la invasión de Irak. Los informes de inteligencia sobre las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein eran dudosos. Blair esquivó al Consejo de Seguridad de la ONU, equipó a sus tropas miserablemente y fracasó totalmente al planear la posguerra.

El pecado original de Blair. Los británicos salieron a la calle en masa para protestar antes de la invasión. Sentían que habían sido engañados. Que no existía esa "amenaza directa" de las armas de destrucción masiva. Pero Blair pasó por alto a su propio pueblo. Y también las objeciones de Francia y Alemania.

Su megalomanía le llevó a servir como vasallo a George W. Bush y metió al Reino Unido en una guerra que resultó un desastre. Meticulosamente muestra el informe la evolución de la invasión de 2003 a la situación actual de Irak.

Con su engaño sobre las motivaciones de la guerra, traiciónó la confianza de sus electores. Amordazó a su gabinete y esquivó las medidas de control de su gestión. El ex primer ministro, sentó las bases del odio y la desconfianza actual contra los políticos. Él cometió el pecado original que alimenta la desconfianza básica con la que muchos contemplan ahora la política.

Por otro lado, no se arrepiente. Un pálido y envejecido Tony Blair habló con voz temblorosa de tristeza y pesar. Pero todavía no ha entendido nada. Un momento más tarde, volvió a citar las manidas justificaciones de siempre: que si el mundo está mejor sin Saddam, que si los ataques del once de septiembre cambiaron el mundo para siempre. Y que si el terrorismo actual en la región no es, en ningún caso, consecuencia de la invasión.

Es un monumental acto de negación. Blair sigue tratando de defender lo indefendible: una sucesión errores políticos y militares que ponen los pelos de punta, sus fallos de apreciación y su arrogancia sin límites.

"Estamos con usted pase lo que pase", le había escrito el primer ministro británico a George W. Bush en el verano de 2002. Ese debería ser el epitafio grabado en su tumba. Lealtad cienga y arrogancia política. Este informe ha acabado con la reputación de Blair.

Todos los logros de su gobierno -como los acuerdos de paz para Irlanda del Norte- quedan enterrados bajo los escombros de la guerra de Irak. Queda por saber si Tony Blair va a poder ser ahora llevado ante la Justicia. Pero la Historia ya ha emitido su juicio sobre él: he aquí un hombre que libró una guerra equivocada, por motivos falsos y con un plan equivocado.

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