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El conflicto de Medio Oriente
Lun, 26/11/2012 - 20:42

Marcelo Ostria Trigo

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Marcelo Ostria Trigo

Abogado boliviano, fue Encargado de Negocios en Hungría (1971-1973), Embajador en Uruguay (1976-1977), Venezuela (1978), Israel (1990-1993) y Representante Permanente ante la OEA (1999-2002). Se desempeñó como Secretario General de la Presidencia de la República (1997-1999) y como Asesor de Política Exterior del Presidente de la República (2005). En el Ministerio de Relaciones Exteriores, entre otras funciones, fue Director de Asuntos de América Latina, Director General de Política  Exterior y Viceministro de Relaciones Exteriores. Es columnista de los diarios El Deber de Santa Cruz (Bolivia),  El Nacional (Tarija, Bolivia) y de Informe (Uruguay). Ha publicado los libros “Las negociaciones con Chile de 1975” (Editorial Atenea, 1986), “Temas de la mediterraneidad” (Editorial Fundemos), 2004) y “Baladas mínimas” (Editorial El País, 2010).

El pasado miércoles 21 de noviembre, con la mediación del gobierno de Egipto, apoyado por el gobierno estadounidense y con la activa participación del Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, los israelíes y la organización Hamás que administra la franja de Gaza, “un lugar pequeño, de sólo unos 41 kilómetros de largo y de entre 6 y 12 kilómetros de ancho, con aproximadamente un millón y medio de habitantes”, han concertado el cese de fuego, luego de más de una semana en que recrudeció la prolongada lluvia de misiles lanzados contra territorio israelí, y los bombardeos aéreos israelíes, en  represalia, contra objetivos en Gaza, con el saldo de más de un centenar de muertos e innumerables heridos.

De la reciente gestión mediadora de Egipto resulta una percepción: la caída de Mubarak y el posterior ascenso al poder de un miembro de los Hermanos Musulmanes, a los que se les asigna una actitud muy hostil contra Israel,  muestra ahora que El Cairo ha resuelto recuperar su influencia en el Medio Oriente, cuidando no alejarse demasiado de Israel y conservando su relación privilegiada con Estados Unidos que le asigna anualmente una ayuda bilateral por más de US$1.500 millones.

Aunque el cese de las hostilidades es alentador, no significa que se haya alcanzado la paz en la región. Seguramente, habrá tensiones, puesto que Irán se propone continuar proporcionando a Hamás cohetes de mayor alcance -o asesorando para su fabricación- como los que han impactado las cercanías de Tel Aviv y Jerusalén. Tampoco se puede asegurar que, aun en el supuesto de que Hamás esté dispuesta a llegar a la paz, esta podría concitar el apoyo general de los árabes de la franja. Hay en ese territorio otras organizaciones muy radicales que insisten en la continuación de la guerra santa (la yihad) contra Israel. Entre estas las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa y el Frente Revolucionario Popular por la Liberación de Palestina, además de  Hezbolá que opera desde el Líbano.

Hay quienes afirman que este es sólo un episodio del inacabable conflicto en el Medio Oriente, y podría constituir de anticipo de una escalada de tensiones que sea provocada por los ayatolas iraníes  que, enfervorizando a los  musulmanes y superando la división entre sunís y chías, pretenden liderar una cruzada anti israelí (la arenga presidencial iraní incita a que se haga desaparecer a Israel) y, por supuesto, anti estadounidense y anti occidental.

La situación del Medio Oriente se complica aún más con la cruenta guerra civil en Siria, cuyo  pueblo está resuelto a derrocar a la tiranía dinástica de Bashar al-Assad, que se mantiene en el poder con el apoyo de Irán y con la virtual aquiescencia de China y Rusia.

El largo conflicto entre el Estado de Israel y los árabes de Palestina es, para muchos, confuso e inquietante. Con indeseada frecuencia, es examinado con fanatismo, preconceptos e intolerancia. Para unos esta tragedia se origina en una supuesta política israelí de exterminio de los árabes que habitan en Palestina; para otros se debe al incomprensible y empecinado rechazo árabe a la existencia de un Estado judío en el Medio Oriente.

En América Latina, varios gobiernos, organizaciones y comentaristas han compartido la idea de que la respuesta israelí a los ataques con cohetes lanzados contra su territorio desde Gaza, tiene intención genocida. Los agresivos pronunciamientos, especialmente de los gobiernos miembros de la ALBA, condenan a Israel por el hecho de usar su derecho a defenderse.

Con anterioridad, en 2009, casi simultáneamente, los gobiernos de Evo Morales y de Hugo Chávez, rompieron relaciones diplomáticas con Israel, acusando al gobierno judío de un supuesto propósito genocida. Esta vez, también lo reiteraron. El gobierno boliviano, en un comunicado, expresó: “su más enérgica condena por la escalada de violencia que han producido las fuerzas militares israelíes en la Franja de Gaza". Y “convocó” a las naciones del mundo a tomar "con urgencia las medidas necesarias para frenar los permanentes y continuos actos criminales y de genocidio que realiza Israel". Hugo Chávez, por su parte, calificó de "salvaje" la ofensiva israelí.

La presidente argentina, Cristina Fernández, en un paréntesis de los   atribulados días en que vive su gobierno, solicitó al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que convoque a una sesión urgente "que ponga fin a esta ronda de violencia, que fortalece a quienes desean impedir la creación de un Estado palestino que conviva en paz con el Estado de Israel".

Pérez Esquivel: "¿Hasta cuando la comunidad internacional va a permitir que Israel continúe actuando con total impunidad y no se pongan limites a su agresión contra el pueblo palestino?".

Nadie puede justificar la violencia. Pero aplicar la ley del embudo, especialmente en este caso, es una necedad. En el desequilibrio de los juicios vertidos, resalta el agresivo discurso unificado anti israelí de la corriente populista en nuestra región; corriente aliada con los ayatolas de Irán. El juicio prudente está ausente, linda con el fanatismo. Recibir el ataque de cientos de cohetes letales, no es un acto criminal ni salvaje, es el derecho a la defensa, consagrado por el derecho internacional. Tampoco es una muestra, como lo expresa la presidente argentina Cristina Kirchner, de que se trata de impedir la creación del Estado Palestino. Claro, ella cree que debe ser coherente con su reciente acercamiento a Teherán.

Es patético, como siempre, el reclamo sesgado del premio Nobel, Esquivel, a la comunidad internacional para que ésta “ponga límites a la agresión israelí”. ¿Lo haría también para que los árabes no agredan a los israelíes con cohetes letales? Este personaje deja serias dudas sobre su coherencia, lo traiciona el sectarismo.

En las mismas andanzas estuvo el Movimiento de Participación Popular, MPP, (ex tupamaros), integrante del gobierno del Frente Amplio del Uruguay. En  un  comunicado condenó la “política de extermino” de Israel. Esta demasía, aunque fue rechazada por la presidente del Frente, denota que persiste la deformación que resulta de la alienación ideológica. Esta actitud proviene del mismo  “sector que ha defendido a tiranos como Gadafi, que ha sido incapaz de criticar al gobierno sirio que hace meses asesina a su propio pueblo, que se ha solidarizado con el presidente iraní, quien ha dicho que hay que borrar a Israel del mapa y que en lo social enarbola posturas propias de la edad media” (Editorial de El País de Montevideo. 22.12.2012).

Por supuesto que debe preocupar el empleo de la fuerza desmedida para imponer soluciones a los problemas y diferendos. Pero condenar el uso del derecho de defensa resulta, por lo menos, hipócrita.

Mucho más equilibrado sería que, en los pronunciamientos de los jefes de Estado y de personajes con notoriedad pública -hay ejemplos de ello-, se insista en que el único camino honroso para la solución de las controversias y de los reclamos históricos, es el de la negociación leal, evitando la intromisión oportunista de terceros, como la teocracia iraní que pretende destruir un Estado. Claro que, para esto, se necesita que participen con honestidad las dos partes en conflicto.

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