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El pago de la administración pública... crónica de un ex funcionario
Vie, 12/12/2014 - 09:40

Carlos Escaffi

Perú: cuando los emprendedores se hacen notar
Carlos Escaffi

Director del think tank Relaxiona Internacional y profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

Óscar fue un excelente funcionario. Ingresó al servicio público a la edad de 19 años recién cumplidos. Un mocoso romántico, con aspiraciones y ganas de crecer, y que estaba dispuesto a realizar las funciones que le encomendarán. El grueso de éstas inicialmente eran auxiliares y operativas.

Óscar comenzó a aprender y especializarse en los diferentes tópicos del servicio que entregaba su institución, en favor del las empresas con potencial exportador. Pasaron los años y el buen Óscar culminó sus estudios, obtuvo no sólo reconocimientos académicos, sino laborales por lo impecable y dedicado de su actuar laboral, y por cierto, por su  vocación de servicio público (ésa que nace de manera natural, ésa que no se imposta para la ocasión), demostrada también en las innumerables ocasiones en las que le tocó representar a su país en una nación extranjera.

Pasaron los años y Óscar se posicionó, no sólo logró el reconocimiento de sus superiores y autoridades, sino que especialmente de los clientes que atendía; de esas empresas que deseaban internacionalizarse, un logro en favor de importantes gremios.

Como era previsible y natural, Óscar comenzó a creer que era factible ascender a una posición de mayor nivel, pues él sólo había llegado a ser subrogante; además, sus jefes cada vez que podía le "sobaban el hombro" y lo hacían sentir que debía ostentar dicha posición de interés, pues tenía todos los méritos y conocimiento del mercado. Lo anterior no tiene por qué ser una falacia, puesto que las labores encomendadas y de representación eran ejecutadas al más alto nivel.

Así fue cómo Óscar creyó que podría obtener un ascenso de verdad y postuló y postuló a cuanto concurso lo invitaban, y los resultados casualmente eran que siempre quedaba segundo, pero no desanimes, sigue insistiendo, ¡con fe! -le decían-, algún día te promoverán.

Así transcurrió el tiempo y la sensación de frustración laboral crecía, sin embargo Óscar, caracterizado por su obstinación, seguía creyendo en el sistema, hasta que llegó el cuarto concurso público al que se presentaba. Él estaba seguro que ganaría, puesto que la plaza para la cual se requería la jefatura era en la que se encontraba, donde se había desempeñado durante casi la mitad de su vida y se movía cual "pez en el agua". Pero Óscar, que seguía creyendo en la institucionalidad y en las oportunidades laborales que ofrecen las instituciones a sus empleados, no contaba con que dichos argumentos eran sólo retórica y que la palabra empeñada para algunos políticos pesa menos que una pluma en el viento, y es así que una vez más el buen Óscar no logró ser elegido.

¡Pobre Óscar, qué iluso! Él no tenía militancia política, no era sobrino, ni cuñado, ni amigote de alguna autoridad de turno, ni menos pertenecía a la tribu que hoy están acostumbrados a armar los señores empoderados; tampoco era un "sí señor", sólo trabajaba convencido de que tarde o temprano le tocaría el ascenso que le correspondía; él creía en la línea de carrera funcionaria, creía en la meritocracia y no en la "dedocracia". ¡Sí!, ésa donde los "concursos" concluyen con una técnica muy particular, analítica y conspicua: El Dedo.

Le dicen a Óscar para variar que no quedó, pero la institución lo necesita, esta vez para capacitar al nuevo profesional que será su jefe. Óscar deberá decirle qué cosas hacer, además de indicarle cuáles son las tareas que le debe ordenar. Pero olvidaron un detalle: Óscar es un hombre digno y no tolera esta impertinente solicitud, decide irse y abrirse a nuevos horizontes.

Óscar renunció, y como era previsible, de la mano con las buenas prácticas de recursos humanos, esperó al menos una carta de agradecimiento por dejar ahí gran parte de la mitad de su vida. Pero no, por el contrario, encontró una actitud dilatoria para el pago de sus beneficios sociales, seguido de un exhaustivo análisis para verificar si efectivamente le correspondía lo que él pedía. Por cierto, todo fuera de los plazos que manda la ley, tal cual como si hubiese sido un perfecto  desconocido.

Así las cosas, he ahí el reconocimiento y pago de algunas administraciones públicas, frente al compromiso de su gente, compromiso que deberá, (a pesar de las circunstancias) mantenerse inalterable en lo que significa el servir, pues sin ello, se extinguiría la filosofía del buen servicio público.

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