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México: una década "ocre"
Mié, 08/12/2010 - 15:02

Manuel Suárez-Mier

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Manuel Suárez-Mier

Autor de la célebre columna diaria "Aquelarre Económico", en El Economista (México), y hace comentarios editoriales semanales en Hechos de la Noche de TV Azteca y en el noticiario matutino de Radio 13. Es colaborador editorial del Wall Street Journal y comentarista en CNN. Con anterioridad fue: asesor principal de la Junta de Gobierno del Banco de México; ministro para Asuntos Económicos de la Embajada de México en Washington. Estudió Economía en la UNAM y en la Universidad de Chicago dónde recibió la maestría y la candidatura al doctorado.

Una de las frases favoritas de un ocurrente amigo mío cuando quería hacer un juicio lapidario sobre algo, era que el objeto de su crítica no llegaba a mediocre sino que se quedaba en simplemente “ocre”. Estoy cierto de que si mi amigo viviera todavía, calificaría a la década de gobierno panista como absoluta y positivamente “ocre”.

La frase sacramental de la prensa, sobre todo extranjera, fue que “después de más de siete décadas de gobiernos priístas” la alternancia en el poder era muy bienvenida pues marcaba el final de una prolongada transición en la que se fueron afinando las instituciones que harían de las elecciones un instrumento confiable.

Esa misma prensa no cuestionó jamás que nunca hubo tal cosa como un “gobierno priísta” pues el contenido ideológico y político de cada administración se lo daba el presidente en turno y con frecuencia no tenía nada que ver con los de otras administraciones engendradas por el mismo PRI.

Es paradójico que el último de los llamados gobiernos priístas, el de Ernesto Zedillo (1994-2000), haya trabajado sin descanso para asegurar la derrota del partido político que lo llevó al poder para poder así colocarse como el padre de la moderna democracia mexicana y tratar de borrar de la memoria colectiva el desastre en el que sumió a la economía en los primeros diecinueve días de su lamentable gestión.

Peor aún que su atroz gobierno, fue el instigar que llegara alguien que, como Vicente Fox, no tenía la más remota idea de cómo gobernar a México y, previsiblemente, dejó ir la gran oportunidad de promover las reformas institucionales indispensables para que el país retomara la marcha de un desarrollo económico acelerado y sostenido.

Las tonterías de Fox por poco resultan en la victoria electoral en 2006 del peligroso populista Andrés Manuel López Obrador, quién, como lo demostró con sus acciones postelectorales, cuando se le compara con Hugo Chávez, hace ver al dictadorzuelo venezolano de como un estadista magistral.

A algunos amigos míos les consta que trabajé denodadamente por la candidatura de Felipe Calderón, no sólo por el temor que llegara el demagogo a la presidencia, sino también porque pensé que sería un buen líder dada su amplia experiencia política y legislativa, con la que podría forjar acuerdos para retomar la senda reformista.

Sin embargo, después de cuatro años al timón, las reformas que promovidas por su gobierno son lamentables, con alguna modesta excepción, y el discurso con el que celebró los diez años en el poder de Acción Nacional puso la lápida a cualquier posibilidad de alianza con el PRI, único partido con el que se podrían forjar los acuerdos que se requieren para adoptar las reformas substantivas necesarias.

Es increíble que a diez años de haber asumido el poder, Calderón, como vocero del PAN, achaque al PRI todo lo malo que le ocurre al país, y presuma una serie de logros fantasiosos e imaginarios que nos hacen recordar a ese mundo tan feliz como inexistente que se inventó su antecesor, Foxilandia.

Las cifras y los sentimientos de la población cuentan una historia bien distinta de cuál es la realidad por la que atraviesa el país: un crecimiento económico anodino, lo que hace que la movilidad social se haya estancado y que la posibilidad de conseguir empleo siga siendo elusiva.

Peor aún, su gobierno emprendió una guerra contra organizaciones criminales que resultaron ser mucho más poderosas de lo que se imaginó y que ha sumido al país en una ola de violencia sin precedente, sin una estrategia clara de cómo y cuándo conseguir una victoria decisiva que lleva cuatro años prometiendo a la población.

Difícilmente se puede esperar un mejor desempeño de un gobierno en el que se mantiene a los peores elementos en sus puestos y se descarta a los mejores hombres, sólo para remplazarlos con quienes no tienen ni los tamaños ni la más remota capacidad para desempeñar las funciones que se les encomiendan. ¿Y la supuesta honestidad de los panistas, “gente decente,” según ellos?, una colosal mentira.

¿Cuáles son los criterios de selección de funcionarios de este gobierno? Primero, que sean panistas hasta la médula y segundo que sean cuates del presidente. En estas circunstancias, la alternancia partidista en 2012, que Calderón denuncia a diario como una desgracia intolerable, se ve cada vez más apetecible.

Esta columna fue publicada por ElCato.org

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