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La (poco) envidiable vida de un banquero central
Mar, 23/11/2010 - 10:29

John C. Edmunds

Milagro brasileño de doble filo
John C. Edmunds

John C. Edmunds es doctor en Administración de Empresas de la Universidad de Harvard, profesor de Finanzas de Babson College en Boston y coautor de Wealth by Association.


Puede que usted sea uno de los muchos que piensan que ser presidente de un Banco Central es un trabajo envidiable. Da prestigio, poder y estatus, el horario de trabajo no es excesivo y no hay que pelear todas las mañanas, como en otros empleos, por un buen estacionamiento. Pero antes que usted sienta envidia, considere los dolores de cabeza que conlleva el cargo.

Hace una generación estos dolores eran realmente serios. Los banqueros centrales tenían que viajar a Londres, Zurich y París, y sostener tensas reuniones de trabajo antes siquiera de poder reponerse del jet lag. Eran reuniones importantes y que afectaban las vidas de millones de personas. Sus países dependían de que ellos pelearan la más mínima ventaja y estuvieran alerta a cualquier señal, por más sutil, de concesiones por parte de los acreedores. Ni siquiera de vuelta a sus países podían relajarse y disfrutar de la vida. Debían lidiar con todos aquellos (políticos, empresarios, ciudadanos) que les exigían hacer cosas más allá de sus limitados mandatos.

Por estos días los dolores de cabeza de los banqueros centrales de Brasil,, Perú y Colombia son totalmente distintos. A diferencia de antaño, sus preocupaciones son de origen doméstico e internacional. Las domésticas son los fondos de pensión, fondos mutuos e inversionistas locales que han abierto cuentas individuales con corredores de bolsa. Esto suena como una bendición, pero está presionando al alza los precios de los bonos y acciones. Las empresas privadas locales están emitiendo bonos y algunas están emitiendo acciones, pero el monto de estos nuevos títulos es aún insuficiente para satisfacer la creciente demanda por nuevas alternativas de inversión.

Las presiones externas vienen de los inversionistas de portafolio que siguen con interés el rápido crecimiento de estas cuatro economías nacionales y el fortalecimiento de sus respectivas monedas.

Para un banquero central, ver cómo fluyen los recursos hacia los mercados financieros locales podría parecer una tarea agradable, pero en rigor no lo es. A los bancos centrales les preocupa lo que podría ocurrir si estos flujos cesan o se revierten de un día para otro. Era lo que ocurría cuando una crisis financiera estallaba en un país emergente de la región, o en otros tan lejanos como Turquía, Tailandia o Rusia. Ahora no hay crisis en los países emergentes, sino en el mundo desarrollado. Los flujos desde y hacia estos cuatro países latinoamericanos recién mencionados son de una magnitud tal que su volatilidad, por razones completamente nuevas, puede causar mucho daño.

Por ejemplo, entre 2005 y 2008 las reservas internacionales de los países latinoamericanos aumentaron de US$ 195.000 millones a US$ 495.000 millones: un incremento promedio de US$ 8.000 millones por mes. Ahora que la crisis financiera mundial ha amainado, los últimos aumentos mensuales han excedido incluso ese promedio mensual. En Brasil, el mercado estrella de la región, las reservas en moneda extranjera aumentaron de US$ 253.000 millones en junio de este año a US$ 275.000 millones en octubre. La acumulación mensual en Brasil es equivalente a la del resto de la región durante todo el período 2005-2008. Mientras tanto, Perú aumentó sus reservas en US$ 2.460 millones entre agosto y septiembre de este año.

Por estos días los dolores de cabeza de los banqueros centrales no cesan siquiera cuando los mercados financieros mundiales atraviesan una semana de tranquilidad. Los inversionistas extranjeros vuelven a notar lo bien que les está yendo a Brasil, Chile, Perú y Colombia, y siguen comprando pesos, reales o soles para así adquirir acciones y bonos en cada uno de ellos. A los bancos centrales no les queda sino comprar divisas para evitar que las monedas domésticas se fortalezcan demasiado. A todas
luces, la demanda es mayor de lo que han estado proporcionando, pues las monedas se siguen apreciando. Desde agosto el peso colombiano y el real brasileño se han encarecido en un 6% contra el dólar.

Como si no bastara con todas estas tareas, a los sufridos banqueros centrales les queda una más: evitar el sobrecalentamiento de las economías nacionales. Deben evitar que vuelva la inflación, pero sin subir las tasas de interés para no matar el crecimiento.

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