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El imperio tiembla por un poema
Mar, 14/02/2012 - 09:35

Leonardo Valencia

Ecuador: la cultura como vergüenza ajena
Leonardo Valencia

Leonardo Valencia es escritor ecuatoriano. Ha publicado libros de cuentos y novelas. Con el crítico Wilfrido Corral publicó la antología Cuentistas hispanoamericanos de entresiglo (McGraw Hill, 2005). Fue seleccionado para el Hay Festival de Bogotá 39 como uno de los 39 autores más destacados de la actual literatura latinoamericana. Es columnista de diario El Universo (Ecuador) y dirige en Barcelona el Laboratorio de Escritura.

Este mes de febrero de 2012 podría recordarlo como el mes de las sentencias, tanto en España, con el caso del juez Baltarsar Garzón, como en Ecuador con los periodistas Juan Carlos Calderón y Christian Zurita, autores de El Gran Hermano, un libro de investigación que destapó contrataciones gubernamentales millonarias con empresas vinculadas al entorno del presidente ecuatoriano. La sentencia de este último caso consiste en que los periodistas paguen al presidente US$2 millones por daño moral.

En este mes la sentencia que todavía da más escalofrío es la que ha recibido el escritor chino Zhu Fuyu. Tendrá que pasar siete años más en la cárcel. Desde 1999, con algún intermedio, Zhu Fuyu ha pasado tras las rejas. Ahora la causa es un poema que supuestamente incita a la subversión contra el gobierno socialista chino. La traducción aproximada desde la versión inglesa sería: “¡Es el momento, gente de China! Es el momento. / La Plaza es de todos./ Con los dos pies / Es hora de ir a la plaza y hacer su elección./¡Es el momento, gente de China! Es el momento./ Una canción es de todos. /Con la propia voz / Es el momento de cantar la canción de tu corazón. /¡Es el momento, gente de China!/ Es el momento. / China pertenece a todos. / Por nuestra propia voluntad / Es el momento de elegir lo que China será”.

¿Qué tendrá un breve poema para irritar tanto a un gobierno? Para colmo el poema es menor: el lugar común de que la plaza “es de todos” y las emocionales apelaciones patrióticas son recursos fáciles. La literatura dedicada a finalidades políticas carece casi siempre de esa amalgama que Harold Bloom considera indispensable: dominio del lenguaje metafórico, originalidad, poder cognitivo, sabiduría y exuberancia en la dicción. Pero si no importa tanto un poema menor, sí importa el hombre que lo sufre. Se puede comprobar en la sobredimensión hipersensible de los gobernantes -precisamente quienes tienen el poder- por la ceguera de su obstinación y el viciado punto de apoyo sobre el que se levantan sin admitir la menor crítica de un individuo, por demás, débil. Algo tan leve y transparente como un poema revela algo tan oscuro y turbio como las entrañas del poder y su deseo de perpetuación.

Siempre hay jueces dispuestos a condescender a gobernantes. Ese juez del pueblo de Hangzhou que condena a siete años a un poeta ojalá conozca un día ese párrafo de La Cartuja de Parma de Stendhal, donde se muestra cómo la veleidad y el capricho de un déspota, el príncipe de Parma, inseguro como el que más, recurre a jueces bien dispuestos, como el fiscal Rassi, para castigar los desplantes de una mujer, sin que le importen las víctimas. Dice Stendhal: “La forma exterior del despotismo es la misma que tienen los demás gobiernos: hay jueces, por supuesto, pero, por poner un ejemplo, son como Rassi; a este monstruo no le parecería nada extraordinario ahorcar a su propio padre si se lo pidiera el príncipe. Diría que era su deber”.

Los jueces pueden cumplir su deber. Menos cierto es saber si lo han cumplido con justicia.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

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