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Israel y el poema de Günter Grass
Mar, 10/04/2012 - 00:18

Leonardo Valencia

Ecuador: la cultura como vergüenza ajena
Leonardo Valencia

Leonardo Valencia es escritor ecuatoriano. Ha publicado libros de cuentos y novelas. Con el crítico Wilfrido Corral publicó la antología Cuentistas hispanoamericanos de entresiglo (McGraw Hill, 2005). Fue seleccionado para el Hay Festival de Bogotá 39 como uno de los 39 autores más destacados de la actual literatura latinoamericana. Es columnista de diario El Universo (Ecuador) y dirige en Barcelona el Laboratorio de Escritura.

Días atrás, el 4 de abril, el diario muniqués Süddeutsche Zeitung incluyó un poema de Günter Grass titulado “Lo que hay que decir.” Es un poema de 68 versos, según la traducción de Miguel Sáenz publicada en El País. 

Grass señala que no se puede tolerar que Israel amenace a Irán con un ataque nuclear, que aquel país esté fuera de control por las entidades internacionales para armamento nuclear, y menos aún que Alemania venda a Israel un submarino para ojivas nucleares. Por este poema el ministro del Interior israelí, El Yishai, lo ha declarado “persona non grata”. Esto implica la prohibición de ingresar a Israel. El gobierno alemán también ha criticado al escritor.

Han pasado dos meses desde que escribí una columna sobre un caso parecido en China, cuando se dictó una condena de siete años al escritor chino Zhu Fuyu por otro poema. Algo está pasando con la poesía que se ha vuelto peligrosa. Desata la reacción, no diré furibunda, sino torpe de ciertos gobiernos. Como señalé en el caso chino, esto revela la intolerancia y las entrañas del poder que no resiste la menor crítica, salvo los elogios y los adecuados silencios, que advierte Grass.

El poema, sin embargo, emociona menos de lo que enfatiza -la literatura puesta al servicio de lo político siempre se empobrece-, salvo cuando dice que escribe con su “última tinta”, quizá por sus ochenta y cuatro años de una vida que ha sido un torrente verbal. Grass siempre ha sido crítico con todo el mundo, empezando con su propio país. Además, hay unas páginas entrañables en su novela El tambor de hojalata cuando su protagonista, Óscar Matzerath, se relaciona con Segismundo Markus, el juguetero judío que vende sus adorados tambores esmaltados en rojo y blanco.

Lo que ocurre con Grass y Zhu Fuyu relevan intransigencia. El gobierno iraní no está exento: es peor. Su presidente, Ahmadineyad, ha negado el Holocausto, y otro escritor, Salman Rushdie, sabe lo que significa ser amenazado de muerte desde Teherán. Israel no llega a ese extremo pero es grave la delgada frontera que traspone. No hay peor cosa que asomarse, aunque sea levemente, al perfil del enemigo.

Vuelvo a leer ese fragmento de la destrucción de la tienda de Segismundo Markus en esa grande y gran novela: El tambor de hojalata tiene más de seiscientas páginas. Está en el último capítulo de la primera parte de la novela. Se titula ‘Fe Esperanza Amor’ y es una pieza de orfebrería narrativa por el recurso fractal de una historia contada desde varias perspectivas. Quien lo lea no solo descubrirá un gran momento literario, sino el alcance de la injusticia y, repito, el error del gobierno israelí de declarar a Grass “persona non grata” cuando, irónicamente, debería ser lo contrario.

Por suerte un gobierno no representa a todo un pueblo. Me quedo con la grandeza de aquel Israel que ha otorgado el premio Jerusalén a escritores como Semprún, Paz, Borges, Kundera, Vargas Llosa o Murakami.

El nombre completo del premio es Premio Jerusalén por la Libertad del Individuo en la Sociedad. Günter Grass ha escrito un poema como individuo. Contra él se lanzan los gobiernos.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com