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La revolución de los buses
Mar, 17/01/2012 - 09:18

Leonardo Valencia

Ecuador: la cultura como vergüenza ajena
Leonardo Valencia

Leonardo Valencia es escritor ecuatoriano. Ha publicado libros de cuentos y novelas. Con el crítico Wilfrido Corral publicó la antología Cuentistas hispanoamericanos de entresiglo (McGraw Hill, 2005). Fue seleccionado para el Hay Festival de Bogotá 39 como uno de los 39 autores más destacados de la actual literatura latinoamericana. Es columnista de diario El Universo (Ecuador) y dirige en Barcelona el Laboratorio de Escritura.

Ha sido suficiente un mes de visita en Ecuador para traerme una tos crónica y una congestión bronquial debidas a la contaminación vehicular. Por más que se hable a cada momento a la Pachamama o Madre Tierra, los derechos de la naturaleza o se invite a “yasunizarse” –un nuevo verbo de la comunicación estatal que sigue el más previsible y pobre estilo publicitario de las ofertas promocionales– Quito y Guayaquil están con un elevado y creciente grado de emisiones tóxicas. Me pregunto cómo es posible que nadie se alce en una verdadera revolución ante lo que está ocurriendo con el medio ambiente en las dos principales ciudades.

Luego de ver una y cien veces el video sobre Yasuní –no hablemos de la contaminación mediática de la propaganda, otro índice de saturación–, que si bien es un video hermoso y verde y coreográfico, donde todos son buenos y buenitos, basta salir a la calle para medir el abismo entre la propaganda naturista y la negra realidad impregnada de hollín.

He visto a decenas de personas con problemas respiratorios y obstrucciones pulmonares crónicas, y no quiero ni imaginar los casos de fibrosis pulmonar que debe sufrirse sobre todo en Quito, donde es peor la situación. El coctel de dióxido de azufre, partículas de plomo y monóxido de carbono es el que día a día los peatones beben de una jauría de buses que campan sin regla ni orden en una carrera salvaje, donde a más de uno he visto treparse a la acera para ganarle a su competencia. Pese a proyectos de renovación del parque automotor y tantas campañas a favor de la naturaleza, y tanto alardear de un cambio real en el país, lo cierto es que se vive en condiciones de contaminación cada vez peores. O dicho de otro modo: la larga noche de la contaminación está mucho más alargada que antes.

Puesto que una de las características de la revolución ciudadana es que los funcionarios limpian sus escritorios, forman fila y se ponen en marcha solo cuando el presidente Correa anuncia una visita a primera hora de la mañana, prepara una cadena sabatina o da un golpe sobre la mesa soltando un carajazo, no queda más que solicitarle su democrático modo para que lo aplique desde el Ministerio de Medio Ambiente hasta el Plan de Renovación Vehicular y las infinitesimales secretarías adscritas.

Por supuesto, es poco popular en tiempo de elecciones exigir a los transportistas que controlen y mejoren sus vehículos y tubos de escape, y menos votos trae hacer que se cumpla el retiro de unidades obsoletas que tiñen de negro una revolución que no llega ni a revuelta en asuntos tan concretos como esta contaminación que cae con toda su evidencia. Mejor no digo nada del incivismo de los conductores hacia los peatones, verdaderos seres indefensos que ya ni pueden caminar por sus ciudades, mientras a su lado pasan, claro, largas caravanas de seguridad de tantos funcionarios de gobierno que con las ventanillas cerradas no huelen ni miran ni se bajan a la realidad de la calle, concentrados en su marcha gloriosa al cielo impoluto de la Pachamama.

*Esta columna fue publicada originalmente en El Universo.com.

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