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Stressidencialismo
Jue, 29/12/2011 - 13:47

Rodrigo Lara Serrano

Días Cristinistas
Rodrigo Lara Serrano

Rodrigo Lara es Editor Ejecutivo de la edición internacional de AméricaEconomía.

Un amigo me llama por teléfono y me comenta que, en la cadena de llamados, chateos y “mensajeos” que se extendió exponencialmente entre la noche del 27 y la mañana del 28 por toda Argentina, a él le llegó uno que decía: “Tenemos que salir a rayar en las paredes. ¡Muera el cáncer!”.

Que Cristina Fernández, la presidenta argentina, haya sido diagnosticada con esa enfermedad hace imposible que muchos no recuerden que Eva Perón la sufrió. Mortalmente. Aunque no ocupaba cargo electo alguno, entonces su figura política generaba tales pasiones que los graffitis de ¡Viva el cáncer! aparecieron por Buenos Aires y entraron a formar parte de la leyenda (casualmente esta semana se había revelado que la “apoderada de los humildes” sufrió una lobotomía, una opción siniestra, en búsqueda de aminorar el dolor que le producía el mal).

La sociedad argentina aparece hoy menos propensa a ambos tipos de barbaridades: ni el elogio de la enfermedad que amenaza con la muerte al adversario político, ni sacarle un trozo de cerebro a quien sufre, parecen acciones dignas o posibles. Pero que ello no puede darse por descontado explica por qué diarios locales como La Nación, que editorialmente suele ser crítico con la mandataria y al cual ella o sus funcionarios han atacado, eliminaron la opción de hacer comentarios en las notas que cubren el hecho en sus versiones online.

El cáncer de tiroides de la titular recién reelecta del Ejecutivo genera, eso sí, todo tipo de especulaciones sobre la profusión de presidentes y ex presidentes de la región que sufren, o han sufrido, recientemente alguna de sus variantes. ¿El poder provoca cáncer? Es tentador apostar a que sí, pero puede decirse que, en principio, se trata de una ilusión estadística. Triple. Por un lado, la democracia bien establecida genera una rotación más alta de presidentes. Si se exceptúa a Hugo Chávez, en Venezuela, y su vocación de eternizarse, todos los años la región recibe y despide a dos o tres nuevos mandatarios. A más presidentes, más probabilidades de que algunos sufran cáncer.

Luego, está el feliz y poderoso avance de los métodos de diagnóstico. Cada vez más, chequeos de rutina sofisticados, como los que se someten líderes, empresarios y profesionales de altos ingresos advierten de la aparición de la enfermedad en sus etapas tempranas. En otras épocas los mandatarios morían de cáncer, pero avanzado, ya fuera del poder. Incluso ni se sabía que era cáncer.

En tercer lugar, en efecto, algunos tipos de cánceres son hoy más abundantes. Por las más diversas razones. Basta con pensar en la exposición que sufrimos a una gran cantidad de colorantes de tantos alimentos industrializados, que se retiran del mercado luego de décadas de ignorancia, ocultamiento o debate, hasta que ya es innegable su efecto cancerígeno. Para qué hablar de la moda de tomar sol como un deporte de quién aguanta más, impuesta por Coco Chanel, cuando antes de 1920 era ley que la exposición excesiva al sol era fuente de muchas enfermedades (y el uso de sombreros más que vanidad).

Dicho todo lo anterior, puede argumentarse que –aun así– está abierta la posibilidad de que el cargo influya, al menos en el desarrollo, de algunos tipos de cáncer.  Y no hay que ser presidente para ello. En septiembre recién pasado, Garth H. Rauscher, profesor asociado de epidemiología en la unidad de bioestadística de la Escuela de Salud Pública, en la Universidad de Illinois, presentó un trabajo que mostraba que, en las mujeres afectadas por cáncer de mama, el estrés estaba relacionado con la agresividad del tumor. A menos estrés, el tumor crecía también menos.

Su investigación, basada en casi dos mil casos de mujeres estadounidenses de origen anglosajón, africano e hispánico, muestra la correlación con claridad. Lo que no está claro es si tal relación resulta previa al descubrimiento del tumor. Esto es, si el estrés de la vida diaria anterior potencia la agresividad tumoral, o si quienes se encuentran frente a un diagnóstico peor o con un tratamiento muy duro, se estresan más, incrementando sólo entonces la actividad del tumor.

Acá puede hacerse una conexión con el trabajo del Dr. William Li. Especialista en angiogénesis. Es el nombre que se le da a la generación de vasos sanguíneos, generación que los tumores promueven para alimentarse y poder seguir creciendo. El investigador que piensa que puede “matarse de hambre” o neutralizar algunos tipos de cáncer comiendo alimentos que poseen elementos que inhiben el crecimiento citado (la angiogénesis). En lo que nos concierne, Li ha citado un trabajo que registró que el 40% de todas las mujeres de entre 40 a 50 años, que habían muerto en accidentes automovilísticos, poseían “micro tumores” de medio milímetro cúbico, o sea el tamaño de parte de la punta de un lápiz ballpen. También, que el 50% de los hombres de 50 a 60 años los posee en su próstata. Y que prácticamente la totalidad de las personas, al cumplir los 70 años, sufre de micro tumores en… la tiroides, como Cristina Kirchner. ¿Por qué todo el mundo no se enferma? La razón es que la mayoría de los tumores enanos “no pueden crecer más porque no tienen abastecimiento sanguíneo, no tienen suficiente oxígeno y nutrientes”.

Dada esta lógica, es posible especular que, en algunas personas sometidas a un alto estrés permanente, esos tumores pueden encontrar la forma de crecer. Alguien podría decir que, para que esta fantasía tenga visos de seriedad, la ciencia médica tiene mostrar, por ejemplo, exáctamente cómo altos niveles de cortisol, hormona que llena la sangre en momentos de estrés, ayuda a los tumores. No es necesario. Robert M. Sapolsky, quizás el mayor experto planetario en el planeta del asunto, hace ya muchos años sentenció que “parece que el estrés interviene en el desarrollo de cáncer (…) en los humanos, un agente estresante como una depresión profunda se asocia con un mayor riesgo de contraer cáncer años después”. El mecanismo parece residir en el hecho, bastante asombroso y largamente conocido, de que durante los períodos de estrés, ¡el cuerpo suprime en muchas áreas la actividad del sistema inmunitario! O sea, apaga sus defensas. Una hipótesis (no comprobada y debatida) de por qué nuestro cuerpo haría cosa tan riesgosa, lo asocia al hecho de que a los mamíferos no les gusta verse “vulnerables y enfermos frente a competidores y depredadores” y, justamente, la acción eficiente del sistema inmunitario (pensemos en una simple alergia) no ayuda a ganar campeonatos de belleza o “aspecto normal”. Y la normalidad es clave para sobrevivir en el bosque o la sabana: los depredadores, alertados de la debilidad de sus presas por la más mínima señal, se les van encima.

Es tentador pensar que quienes ocupan el sitial de poder máximo en los sistemas presidenciales latinoamericanos, donde el primer mandatario es blanco de todo tipo de demandas y ataques, justificados e injustificados, tanto de propios como de adversarios; y dónde millones de personas, y decenas de competidores, bastante crueles, día a día, están atentos al más mínimo detalle sobre la fortaleza o debilidad de su liderazgo, el estrés permanente sea la norma y no la excepción. Eso asegura un sistema inmunológico oscilando a un ritmo enfebrecido. De ser así, es una mala noticia y explicaría nuestra tendencia histórica a tener presidentes autoritarios, débiles (a veces escapistas en su irresponsabilidad) o que se terminan enfermando. Los primeros, sociópatas incapaces de empatizar con nadie, se estresan menos. Los segundos, demasiado concientes de la gravedad de los asuntos, se paralizan o evaden la toma de decisiones. Y los terceros, los peleadores concientes, verdaderos malabaristas del estrés, luchan elegantemente una y otra vez, guardan las apariencias, hasta enfermarse. En esta lógica el cáncer presidencial puede ser un argumento a favor del parlamentarismo: ¿cuántos primeros ministros enfermos vemos en Europa habitualmente? No demasiados, por no decir ninguno. Es que saben que se pueden ir, o volver, casi en cualquier momento. Se juegan el cargo, pero rara vez el paso a la Historia. O tal vez, podría ser un secreto de Estado, hacen meditación para bajar el estrés.