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Roberto Mangabeira Unger, filósofo y político: “los progresistas del mundo andan perdidos”
Martes, Agosto 11, 2015 - 16:22

Molesto con la “doctrina del azúcar” que guía a las socialdemocracias latinoamericanas, el pensador político de Brasil más influyente en la arena global aboga por un “productivismo incluyente”.

Para muchos, Roberto Mangabeira Unger es un polémico ex ministro de Asuntos Estratégicos de Lula Da Silva; para otros, el ex profesor de Barack Obama en Harvard; para unos terceros, un inclasificable defensor del Amazonas, según el cual el peligro no es su deforestación, sino transformarlo “en el parque de diversiones ecologista de los europeos”. Todos ellos están equivocados. Los datos anteriores poseen apenas la relevancia de lo pintoresco. Mangabeira Unger, lo dijo el también pensador Richard Rorty, “será recordado como el filósofo más importante que produjo Sudamérica en el siglo XX”. Su trabajo es sólido e inmenso. Con What Should Legal Analysis Become? se ha convertido en uno de los teóricos más influyentes del planeta en cuanto al pensamiento legal, en tanto que su trilogía Politics: A Work in Constructive Social Theory, le ha dado un lugar entre los pensadores políticos de nuestra era.

Parte de su relevancia proviene de cómo demuestra que tanto la historia como las sociedades no poseen un origen necesario. Ni divino, ni genético, ni sujeto a ninguna ley o destino histórico. Su plasticidad es mucho mayor de lo que creemos. Al no existir una trayectoria prefijada, las personas somos mucho más que lo que definen nuestros roles sociales y nacionales, por lo tanto, las estructuras sociales pueden alterarse drásticamente. Mangabeira Unger es partidario de la democracia, pero de una que ha definido como “democracia de alta energía”. Crítico tanto de la que ha llamado “izquierda recalcitrante”, como de la “izquierda humanizante”, el filósofo propone “democratizar la economía de mercado”. En este marco, se ha convertido también en un crítico de los modelos epistemológicos de los economistas, repensando el marginalismo, el análisis macroeconómico y el comercio, en su libro Free Trade Reimagined. Justamente, de la situación económica de Brasil y, por extensión, de varias otras economías de la región, habla en esta entrevista que se llevó a cabo en Boston, donde reside mientras da clases.

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- ¿Qué opina del momento político de Brasil?

- Como todas las personas seriamente comprometidas con Brasil, vivo frustrado con las opciones partidarias que se nos ofrecen. No tenemos todavía partidos capaces de representar una verdadera alternativa. Aunque existen muchos partidos, de verdad, en la política brasileña hemos tenido en el periodo histórico reciente una sola idea, en cierta ocasión la llamé la de la Suecia Tropical, una versión fantasiosa de la socialdemocracia escandinava. La idea es que la misión de la política es endulzar la píldora del modelo económico, de ahí que casi todo el mundo en la política brasileña diga ser algún tipo de socialdemócrata o social liberal. ¿Qué es lo social en estas formulaciones? Lo social es el azúcar con que los políticos se presentan para endulzar una estructura que no pueden transformar. Yo me rebelé desde temprano contra esta doctrina del azúcar. Creo que el pueblo brasileño no quiere azúcar, quiere instrumentos y oportunidades para aprender, trabajar, producir. Acepta el azúcar a falta de otra cosa, pero eso no es lo que quiere.

- ¿Son los políticos los mayores responsables por la situación económica?

- Existe, sobre todo entre los progresistas, una confusión conceptual, que no es brasileña, es mundial. En general, las izquierdas, los partidos de centro­izquierda o que se identifican como progresistas, perdieron la fe en el estatismo y desde ahí evolucionaron hacia políticas de humanización de las estructuras existentes, en particular las de redistribución compensatoria de la renta. Y descubrieron que ellas no bastan para resolver los problemas de la sociedad, de ahí la gran confusión. En general, los progresistas del mundo andan perdidos, preguntándose cuál es su proyecto. La respuesta es que es el proyecto de sus adversarios conservadores con un descuento. Entonces ellos se presentan en el palco de la historia contemporánea como los humanizadores de lo inevitable.

- ¿Y esto no es así?

- Hasta aquí seguimos el modelo de crecimiento económico de desarrollo nacional, que consiguió grandes conquistas y que ahora está exhausto, basado en la producción y exportación de commodities y en la popularización del consumo, con aumento de la renta popular. Creamos un mercado de consumo de masas, rescatamos millones de personas de la extrema pobreza, disminuimos la desigualdad en el país y asistimos a un fenómeno social extraordinario: el surgimiento, al lado de la clase media tradicional, de una pequeña burguesía emprendedora mestiza, morena, de millones de personas venidas de abajo, que luchan para abrir y mantener pequeños negocios, que estudian de noche y que inauguran en el país una cultura de autoayuda y de la iniciativa. Atrás de esa burguesía emprendedora está una multitud todavía mayor de trabajadores aún pobres, a los que llamamos los batalladores. Los que, a veces, mantienen dos o tres empleos y, a pesar de ser todavía pobres, adhieren a esa cultura de autoayuda e iniciativa. La mayoría trabajadora de Brasil quiere seguir el camino de vanguardia de estos ciudadanos que llamo emergentes.

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- ¿Y cuál es la solución?

- La gran revolución es que el Estado use su poder y recursos para abrir ese camino de vanguardia de los sectores de ciudadanos emergentes. Este modelo consiguió las conquistas de las que hablé, pero sus fragilidades estaban ocultas mientras había mucho dinero fácil en el mundo: el precio de los commodities estaba allá en lo alto y la economía china estaba creciendo al máximo con un apetito desenfrenado por nuestros productos primarios. Cuando esas circunstancias cambiaron, quedó expuesta la fragilidad de este modelo.

- ¿Cuáles son los elementos de esa fragilidad?

Hay dos fragilidades en particular que son decisivas para comprender la tarea que tenemos por delante. La primera es que esa estrategia exhausta, a pesar de haber conseguido muchos efectos benéficos, sobre todo en la democratización del acceso al consumo, coexistió con un nivel muy bajo de productividad en la economía brasileña. Mantenemos a la gran mayoría de los brasileños empleados, pero en general en servicios de bajísima productividad. La segunda fragilidad es que no conseguimos resolver el problema del acceso a servicios públicos de alta calidad. Cuando los ciudadanos que llamo emergentes tuvieron acceso a los bienes de consumo, descubrieron que el consumo privado no basta para llevar una vida decente si no existen salud, seguridad y educación de calidad. Ahora tenemos que, a la luz de estas fragilidades, construir una nueva estrategia.

- ¿El ajuste fiscal que se vive en Brasil es parte esencial de ella?

- Entiendo el ajuste fiscal como un puente entre el modelo anterior y el modelo nuevo. Hay dos maneras de entender el propósito de un ajuste fiscal. Una de ellas es la doctrina de la confianza financiera, según la cual el ajuste es necesario para ganar la confianza del sector financiero y los inversores, lo que atrae inversión y, luego, ésta produce el crecimiento. Esa doctrina es falsa. Basta con mirar a Europa hoy, una  combinación de austeridad con estancamiento. Hay una segunda manera de entenderlo: la razón del ajuste no es ganar confianza financiera, es, por el contrario, no depender de ella. Evitar que la economía privada se desorganice y que el potencial de iniciativa estratégica del Estado se anule. El ajuste fiscal, por lo tanto, no es una agenda nacional, es lo preliminar de una agenda nacional.

- En el contexto actual, ¿qué nos puede decir del “derretimiento” de la industria brasileña? ¿En qué se origina?

- Nuestro perfil de producción y exportación comercial privilegia cada vez más la producción y exportación de commodities. Ese énfasis en lo primario, a su vez, promovió la apreciación cambiaria, lo que dificultó todavía más la situación de la industria. Por lo tanto, una respuesta simple a su pregunta es que el corazón del problema está en la falta de un nivel adecuado de productividad. Ahora, en Brasil tenemos una cultura emprendedora envidiable desde el punto de vista del ingenio y la energía encarnada en cientos de miles de empresas pequeñas y medianas. Y eso no tiene contrapartida en el mundo: poquísimos otros países ostentan una cultura emprendedora con ese vigor. En paralelo, la gran mayoría de nuestras empresas pequeñas y medianas están en la retaguarda de la tecnología, están hundidas –incluso– en un primitivismo productivo. Además, nuestras empresas más grandes, que normalmente operan en la explotación del sector de recursos naturales, a menudo tienen un estrecho espectro de tecnologías y prácticas avanzadas, en comparación con los disponibles en un país como China. Y en tercer lugar, muy en concreto, hemos perdido la figura importantísima de la compañía de vanguardia de tamaño medio.

- ¿A qué se refiere?

- En la mayor parte de las grandes economías de mercado, las mayores empresas están rodeadas por un entorno de empresas menores en tamaño, sin embargo, muy avanzadas. Para crearlas, tenemos que fomentar la unión de las tecnologías avanzadas con planes de negocios dirigidos a crear nuevos mercados, nuevos productos, nuevas demandas.

- En la práctica, ¿cómo se haría?

- Veo tres capítulos de esta estrategia. Primero, la promoción del espíritu empresarial de vanguardia en todos los sectores: industrias, servicios y agricultura. Teniendo como destinatario principal lo que llamé empresa media de vanguardia, pero buscando subvertir el nivel de las prácticas y las tecnologías en las empresas pequeñas y grandes. Esto no se puede hacer simplemente por la política de crédito subsidiado, requiere un diseño mucho más complejo y ambicioso, uno que combine el acceso al capital, el acceso a la tecnología y prácticas de aprendizaje avanzadas. El segundo capítulo de esto, que he bautizado como productivismo inclusivo, tiene que ver con la relación entre el trabajo y el capital.

- ¿Se refiere a la precarización laboral?

- En efecto, en los últimos años la informalidad se redujo, pero dentro de la economía formal aumentó la precarización. Es un fenómeno no sólo de Brasil, pasa en todo el mundo. La aparición de nuevos métodos de producción que descomponen los procesos de producción a nivel mundial y organizan el trabajo a través de relaciones descentralizadas. Luego, viene un número creciente de trabajadores en situación de trabajo subcontratado, temporal o por cuenta propia que no están protegidos eficazmente por la ley. Nos arriesgamos a ver la aparición de una división entre dos clases de trabajadores. Un nuevo dualismo en el mercado laboral: por un lado, los  relativamente estables, trabajando en sectores intensivos en capital y, por otro, los precarizados. Brasil no puede prosperar como una China con un número menor de personas. Brasil, como en general los países de ingresos medios, está apretado como en una prensa entre el ahorro de mano de obra barata y el ahorro de la alta productividad. Nuestro interés es escapar de esta prensa, yendo para el lado de una escalada hacia la alta productividad y una condición previa para esto es para revertir la dinámica de la precarización. De ahí la necesidad de crear un nuevo cuerpo de leyes de trabajo complementario de las leyes existentes. No para sustituirlas, sino para complementarlas, que proteja, organice y represente a esos trabajadores precarizados.

- ¿Es necesaria alguna otra reforma? ¿Del Estado?

- Sí. Un tercer capítulo de este productivismo incluyente que propongo, tiene que ver con el marco legal y tributario de la actividad productiva. Se deben quebrar todas esas trabas al impulso productivista. Precisamos crear un marco legal que no sofoque la producción. Así, un tercer aspecto es el régimen tributario. Lo que casi todas las economías avanzadas están haciendo es organizarlo en torno de un impuesto amplio y neutro sobre el valor agregado, que no distorsione los precios relativos y no promueva la guerra fiscal entre los Estados. Es un impuesto regresivo, es cierto, pero que permite un alto ingreso público sin desorganizar los incentivos económicos. Y aquello que se pierda de progresividad del lado de la recaudación se puede ganar en el momento del gasto. Es claro que ese impuesto tendría que ser complementado con otros explícitamente progresivos, como sería, por ejemplo, cun impuesto altamente progresivo sobre el consumo individual, que establece la jerarquía de patrones de vida.

* Con la colaboración de Rodrigo Lara Serrano en Santiago.

Autores

Agostinho Turbian