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El dictador ha muerto
Lun, 28/11/2016 - 10:07

Leo Zuckermann

¿Puede comprarse el voto en México?
Leo Zuckermann

Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.

Falleció Fidel Castro el viernes pasado. En México, muchos izquierdistas trasnochados le siguieron cantando odas al viejo líder revolucionario. Otros, más moderados, hablaron de claroscuros; argumentaron que Castro realizó cosas positivas para su país. Asumamos, por un momento, que esto fue cierto, que incluso fueron muchas las cosas buenas de la Revolución cubana. Pues ni todas ellas justifican, ni por un solo minuto, la dictadura de Fidel en Cuba.

Una de las pocas certezas políticas que tengo es que no hay dictadores buenos y malos: todos son malos porque cancelan los derechos inalienables de los individuos: el derecho a la libertad de expresión, a ejercer cualquier religión, a la manifestación, a la protesta pacífica, a la asociación, a elegir a los gobernantes, a la diversidad sexual, al debido proceso jurídico y al libre movimiento dentro del territorio nacional. Nada, ni siquiera la pretensión de construir un país igualitario, justifica la abolición de estas libertades. Los que piensen lo contrario, no saben, ni siquiera se imaginan, cómo se vive en un régimen dictatorial que le infunde miedo a la población.

¿Por qué unos defienden la dictadura de Castro y no la de Pinochet? ¿Tan sólo porque una era de izquierda y la otra de derecha? ¿Se vale lo primero, pero no lo segundo? Desde luego que no. Ni Castro ni Pinochet ni ningún tirano que sojuzgue a la ciudadanía.

Vamos a decir, y tengo mis dudas, que Fidel efectivamente construyó un país con mejores niveles de educación, salud y seguridad para los cubanos. Que su revolución tuvo algunos éxitos; que fue eficaz, pero al costo de que la población no gozara de sus derechos fundamentales. Yo le pregunto: ¿a usted le gustaría vivir en un país así?

A mí no. Ya sé que me van a decir que es porque yo tengo un nivel socioeconómico privilegiado aquí en México, pero que esto es muy diferente para los pobres del país: que no es posible ser libre con el estómago vacío. Y tienen toda la razón. La desigualdad y la pobreza son dos problemas para tener una auténtica democracia liberal. Pero la solución no es una dictadura que estrangule las libertades para implantar la igualdad social por decreto. La solución es implementar políticas públicas que redistribuyan el ingreso y las oportunidades en un régimen democrático que, por un lado, respete las libertades y, por el otro, fomente la solidaridad social.

Este fin de semana recibí muchas críticas en Twitter por haber dicho que México es un país libre a diferencia de Cuba. Lo sigo sosteniendo.

Es cierto: aquí todavía hay cavernarios en el gobierno que pretenden censurar a sus críticos en los medios. Pero, que yo sepa, no hay ningún periodista que no pueda ejercer su oficio o esté en la cárcel por haberlo hecho. En la Cuba de Fidel, en cambio, ningún crítico del gobierno podía decir absolutamente nada en público.

Es cierto: aquí la gente vive amenazada por la violencia del crimen organizado. Pero en Cuba el miedo que tienen es a las fuerzas del Estado. Aquí necesitamos más Estado que ponga orden en materia de seguridad. En la Cuba castrista había un enorme Estado que se metía a la vida privada de todos los individuos.

Es cierto: aquí la policía comete abusos cotidianos y mató, por ejemplo, a los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Pero en la Cuba castrista ha habido muchos más abusos y desapariciones que no se reportan y critican en la prensa.

La gente no es tonta y siempre acaba votando con sus pies. Las múltiples veces que yo visité Cuba atestigüé la gran cantidad de cubanos que querían venirse a vivir a México. En cambio, a la fecha, no he conocido a un solo mexicano que haya emigrado a la Cuba castrista. Ni los más pobres. Esos efectivamente migran, pero a Estados Unidos, un país que no sólo ofrece mayor bienestar económico, sino que además respeta los derechos fundamentales de los individuos.

He ahí la gran paradoja de la muerte de Castro ocurrida unos días después de la elección de Trump en Estados Unidos. Mientras que en la isla ha fallecido un dictador de izquierda, en la súper potencia llegará al poder un personaje que tiene todo para convertirse en un dictador de derecha que limite las libertades en ese país. Por eso, hoy más que nunca, debemos rechazar a los dictadores por más benévolos que parezcan. Sólo hay dictadores malos. Y Fidel Castro fue uno de ellos.

*Esta columna fue publicada originalmente en Excélsior.com.mx.

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