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La Teoría General de Keynes en sus primeros 80 años
Lun, 18/04/2016 - 08:39

Fernando Chávez

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Fernando Chávez

Fernando Chávez es economista y docente de la Universidad Autónoma Metropolitana de México (UAM). Actualmente es coordinador del sitio de divulgación económica El Observatorio Económico de México. Su línea de investigación abarca remesas y migración, política monetaria, banca central, federalismo fiscal y macroeconomía. Desde 1984 se desempeña en el ámbito editorial como autor y coordinador de publicaciones, boletines, revistas y secciones de periódicos.

Hace 80 años apareció en los países de habla inglesa el famoso libro de John Maynard Keynes (JMK). Fue y es un trabajo fundacional en la historia del pensamiento económico. Un lugar común (muy acertado) es señalar que la “Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero” (TG) llenó “todo” el siglo XX y que sigue siendo hoy un referente obligado para entender el capitalismo de nuestros días. Intentaré aquí centrarme en su impacto en América Latina (AL) en general y en México en particular, aunque debe quedar claro que el libro estaba dirigido, según el mismo JMK, “especialmente a mis colegas economistas”, sin desdeñar a los lectores que no fueran de este gremio.

En la segunda parte de los treinta y principios de los cuarenta del siglo pasado, en nuestro continente se transitaba lentamente del modelo primario-exportador al modelo de industrialización con sustitución de importaciones, como lo explicó la CEPAL en sus orientadores trabajos iniciales. Ese fue el contexto económico latinoamericano en el que se comenzó a leer y explorar la TG, cuando aún se procuraban mitigar los efectos de la Gran Depresión que estalló en 1929 en Norteamérica. Con dictaduras militares y con gobiernos civiles progresistas de valores nacionalistas, por supuesto, el keynesianismo se fue acomodando en la teoría y en la práctica de la región.

Puede decirse que las grandes tesis de la TG tuvieron, sin embargo un efecto retardado en AL. Los enfoques vernáculos del keynesianismo original fueron ganando terreno gradualmente. Vale decir que no fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial  que las coordenadas del modelo keynesiano se asentaron y así dieron un lenguaje nuevo y fresco a los hacedores de la política económica. (El libro en español llegó a AL hasta 1943, dicho sea de paso). La Macroeconomía, gracias a la TG, entró en la formación profesional de los economistas, donde las Cuentas Nacionales fueron su piedra angular indiscutible, privilegiando los temas económicos del corto plazo.

Todos los nuevos paradigmas del conocimiento nacen y entierran o desplazan a los viejos paradigmas a un ritmo lento, muy lento. La TG de JMK, como los “Principios” de David Ricardo o “El Capital” de K. Marx, por ejemplo, no son trabajos digeribles a la primera lectura. De allí que para llegar a la médula de estos economistas a veces hay que hacerlo por medio de algunos intérpretes lúcidos en manuales introductorios de vocación didáctica. Y aún así no hay garantía de que estas iniciativas de divulgación científica tengan éxito, sobre todo cuando los partidarios de estas celebridades confunden las conclusiones científicas o razonables con verdades santificadas. Los ricardianos ramplones, los marxistas de pacotilla y los “keynesianos bastardos” (expresión ésta atribuida a Joan Robinson) formaron legiones y no hay mucho que hacer, la verdad.

Al JMK le preocupó explícitamente que su TG no tuviera “una influencia práctica”, la que en ese momento parecía no tenía la teoría económica debido a las diferencias “de criterio” que había entre él y “los demás” (los defensores del “laissez faire”, es decir, del paradigma económico liberal). Esta inquietud es inexpugnable. He visto en mi vida de profesor universitario a personas embelesadas con sus razonamientos formales impecables, pero sin vínculo alguno con la realidad. La carencia de ese mérito profesional es indefendible, sea para preservar o asaltar el orden económico establecido. En Economía el placer de razonar sin llegar a nada concreto y práctico es una forma de perder el tiempo que merece otros destinos (quizá gozosos).

Las consecuencias prácticas de la revolución keynesiana en AL fueron considerables y polémicas, pero nunca hegemónicas. En la posguerra (de 1946 en adelante) con o sin la CEPAL, pero sobre todo con ella, las políticas intervencionistas y reguladoras de la economía capitalista se extendieron hasta principios de los años ochenta. Hubo pausas y cortes en la orientación keynesiana, sin duda, que son atribuibles a programas de estabilización monetaria alentados y patrocinados por el FMI, donde las crisis de balanza de pagos fueron su causa más frecuente. La revolución cubana fue más allá del paradigma keynesiano en los tempranos sesenta: se instauró el socialismo a la rusa y Cuba pasó a reforzar el bloque soviético, hoy extinto. El efímero experimento socialista en Chile impulsado por la Unidad Popular negó también las posibilidades reformadoras al keynesianismo. No hay que soslayar que los programas económicas de las dictaduras militares de derecha en el Cono Sur durante los setenta fueron esencialmente de corte neoliberal. En resumen, JMK quedó enfrentado intermitentemente en la segunda parte del siglo XX latinoamericano con Friedman y Hayek en la derecha (encabezando ambos la “Contrarrevolución Monetarista”, como dijera Harry Johnson)  y con Marx en la izquierda. Pero los tres enfoques siguen en la palestra. Muy disminuida la ruta marxista, fortalecido el neoliberalismo y redivivo el pensamiento de JMK de forma novedosa y tal vez en fusión extraña con liberales y marxistas en algunos puntos.

En México la TG de Keynes aterrizó sin problemas. Igual que en otros países de AL hubo en los años cuarenta resistencias liberales a JMK en la teoría económica y en la formulación de las políticas  económicas, pero con una enorme diferencia: la Revolución Mexicana nació keynesiana sin saberlo. La Constitución de 1917, de estirpe antiliberal, opuesta a la de 1857, colocó las bases para una institucionalidad económica acorde a los principios keynesianos, sin perder su ideario social propio: reforma agraria, nacionalización petrolera, banco único de emisión, banca de desarrollo, educación pública laica y gratuita, etcétera. El catálogo de las nuevas instituciones económicas de la Revolución embonaba en la filosofía de este economista inglés. Las rupturas teóricas y prácticas declaras por él con la “economía clásica” eran las mismas que de modo práctico y sin formalizaciones previas habían preparado y puesto en marcha los fundadores del nuevo Estado mexicano. No veo hoy ninguna razón para regatearle a Obregón, Calles y Cárdenas, por ejemplo, su papel decisivo en esta hazaña histórica. 

En el campo fiscal, donde la TG fue innovadora, los gobiernos revolucionarios de los veinte y treinta fueron también eso: innovadores. Por el lado del gasto, de los impuestos y con una disciplina fiscal de buena ley, Hacienda impulsó la inversión pública para apuntalar el nuevo modelo que se consolidó lentamente, pero sin pausa. El último libro del historiador económico Enrique Cárdenas demuestra la tergiversación de la derecha histórica mexicana de que hubo financiamiento inflacionario para el gasto público creciente del gobierno cardenista. El “desarrollismo” cardenista se mantuvo vigilante de las exigencias financieras ortodoxas  sin renunciar a sus propósitos revolucionarios de justicia social.

La TG es un libro abierto a las nuevas circunstancias latinoamericanas. Hay Keynes para rato. En las escuelas de Economía hay que estudiarlo sin ataduras frívolas o devociones cuasireligiosas. Como toda gran obra del pensamiento económico, insisto, no es de lectura facilona o fluida. Y hay que alejarse de su ilusorio entendimiento por medio de sus muchas frases célebres; eso es divertido sí, pero eso no basta para comprender a JMK.