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¿Qué es la excelencia? (parte II)
Mié, 30/03/2016 - 08:43

Daniel Mordecki Pupko

¿Qué es la excelencia? (parte I)
Daniel Mordecki Pupko

Daniel Mordecki Pupko es Director de Concreta, empresa que brinda servicios de consultoría y asesoramiento orientados a definir y llevar adelante estrategias para la aplicación de Tecnologías de la Información a los procesos de Negocio, con especial énfasis en la usabilidad y la utilización de internet para este fin. Fue Gerente de Desarrollo de Negocios en OCA y Consultor en e-business y Responsable por la estrategia de e-business en IBM Uruguay.

Más fácil de comprender que la excelencia organizacional es la excelencia individual, y es por ello que la tomaremos como punto de partida. Las causas, las características, los parámetros son los mismos, pero las decisiones ocurren en un solo individuo que en su libre albedrío define los caminos a recorrer.

Sea un artesano, sea un profesional, sea un deportista, o simplemente alguien que practica una actividad en su tiempo libre, es frecuente encontrarnos con individuos realmente excelentes. Su desempeño es excelso, su creación es admirable, sus resultados superiores. Alcanzan la excelencia como se fuera algo sencillo y natural; el postre es delicioso, la música es fascinante y la pelota entra en el ángulo como si no hubiera otra opción, como si cualquiera lo pudiera hacer con la misma facilidad.

¿Qué tienen en común? ¿Qué los distingue del resto? Capacidad, pasión y compromiso. Esos son los ingredientes últimos que causan la excelencia. Los analizaremos uno a uno.

Capacidad

No es posible para un individuo alcanzar la excelencia si no posee las capacidades innatas necesarias para ello. Es un caso directo y sencillo de una condición necesaria pero no suficiente.

Es muy duro, inclusive triste, ver a alguien esforzándose hasta lo inconcebible por conseguir resultados en una disciplina para la que carece de las habilidades innatas imprescindibles. No hay camino a la excelencia si no están dadas las capacidades.

Es razonable esperar que los individuos encuentren rápidamente sus habilidades innatas y con más o menos energía las incorporen según su voluntad al devenir de su vida. Es igualmente  razonable pensar que la capacidad para una actividad genere resultados que retroalimenten el gusto por dicha actividad. También es cierto que la vida de cada persona es una azarosa hazaña, en la que los caminos se entrecruzan en las formas más impredecibles.

La pregunta interesante es si para cada individuo existe una actividad, un área, una destreza para la que tienen las capacidades innatas necesarias para la excelencia. Dicho de otra forma: ¿todos tenemos la capacidad de ser excelentes en algo?

No tengo una respuesta. Unos días pienso que sí, y que el oficio del líder es encontrar esa disciplina en la que cada uno de sus liderados podrá desarrollar un potencial sobresaliente. Otros días pienso que no, que hay una inmensa cantidad de individuos condenados a resultados comunes y corrientes. ¿Quién soy yo para decidirlo?

Pasión

La excelencia es una opción demandante, un camino intrincado y desafiante, muchas veces desalentador. La pasión es el combustible que le permite a un individuo recorrerlo hasta el fin.

Recorre el mundo la idea de que en la sociedad de la información cada cual elige estudiar sólo lo que le gusta, ejercitar sólo lo que le resulta entretenido, en una especie de "Summerhill reloaded". Es como si el mundo moderno proveyera conocimiento sólido y profundo en pastillas de 140 caracteres, leídas de costado entre mail y mail.

Tengo malas noticias: desempeñar una actividad con una solvencia digna requiere mucho esfuerzo aburrido, mucho ejercicio rutinario, mucha lectura paciente, mucho conocimiento de base. Y si se aspira a la excelencia mucho, mucho más. Como nos enseñó el señor Miyagi en Karate Kid: "ir despacio, hacer las cosas bien. Tranquilo, en armonía: Primero dar cera, después pulir, dar cera, pulir". Solo la pasión nos puede hacer pasar las horas de gimnasio, el estudio interminable, la práctica repetida una y otra vez. 

Es la pasión la que constituye el hilo conductor de una vida excelente, esa llama siempre presente que enciende todas las actividades, que permite dedicar todas las energías, que hace superar todas las caídas, que da apoyo para recuperarse de todas las derrotas.

Hace unos años me tocó dirigir un equipo en el que trabajaba un Ingeniero de Sistemas muy capaz. Un buen tipo, de esos que todos apreciamos, compañerazo. Y realmente muy sólido desde el punto de vista técnico. Pero jamás entregaba lo que se le pedía: una vez tarde, la otra con errores, la tercera a medias. Cuando las cosas llegaron al límite, me confesó que él sabía que sus resultados no eran excelentes, y que también sabía que su capacidad lo habilitaba a resultados muy superiores, pero era para él más fácil conseguir otro trabajo donde los demás no lo supieran. Ese día aprendí que no todos tienen la pasión necesaria para la excelencia.

Compromiso

La búsqueda de la excelencia no es una campaña de un día, de un mes o de un lustro, es una forma de vida. ¿Es posible maginar a Einstein diciendo ya descubrí la teoría de la relatividad, ahora me voy a dedicar al tenis, a Neruda diciendo ya escribí el Canto General, ahora solo voy a esperar a que se venda bien, o a Leonardo preguntándose para qué pintar La Gioconda si ya pinté La Última Cena, que fue un golazo?

Tal vez compromiso no sea una palabra lo suficientemente fuerte, pero aún no he encontrado una mejor para describir esta arista del camino a la excelencia, la de la fusión de por vida entre individuo y tarea, en la aplicación plena, máxima y absoluta de todos los recursos posibles, de todas las opciones disponibles. Un compromiso irrenunciable a recorrer hasta el fin todos los caminos que sean necesarios para obtener el mejor resultado posible.

Es que la pasión de un día, el entusiasmo repentino no produce excelencia. Solo la combinación de capacidad, pasión y compromiso habilitan la chance de resultados excelentes.

Claro que el compromiso es una actitud, pero la desidia también lo es. No alcanza con una actitud, ni siquiera una actitud positiva, que por lo menos en lo personal me suena a calculado, a políticamente correcto. El compromiso con la excelencia es un baúl lleno de energía, trabajo, esfuerzo y dedicación que permiten alcanzar todo lo alcanzable y derrotar todo lo derrotable, no ceder jamás hasta alcanzar la medida más alta, solo para descubrir allí que es posible alcanzar una aún más alta.

Los discursos son prolíferos en oxímoron del tipo "superar lo insuperable" o "conseguir lo inconseguible", pero en la vida práctica es importante saber que siempre existen restricciones: condiciones a priori, dadas por el contexto e inmodificables para el individuo, que constituyen el territorio en el que se desarrolla la actividad humana. El compromiso irrenunciable es el desafío permanente de alcanzar esos límites en cada actividad que se desarrolla.

Que se entienda bien: no es un impulso grandilocuente de trascender en una instancia. Se trata de empujar al límite en cada actividad, por más pequeña que sea. Todas y cada una de ellas. Y no un día, o un mes: siempre.

Los Beatles no se hicieron Los Beatles porque escribieron una gran melodía, o porque pegaron un estribillo, ni siquiera porque hicieron muchos de ellos, sino porque además de eso tomaban cada acorde, cada verso, cada arreglo como si con él se fuera el mundo. Si está en su lugar la capacidad, si el combustible es la pasión, el compromiso en toda la línea hace que en cada decisión, grande, mediana o pequeña, se juegue una batalla decisiva y construye milímetro a milímetro la excelencia. Es por todo eso que ganaron el lugar indiscutido de los músicos de un siglo.

Conocí un gerente de sistemas, en un gran centro de cómputos, que concluía fácilmente las discusiones con una frase inapelable: "¿vos pensás que eso es un problema?, ¿sabés los problemas que tengo yo?" y asunto cerrado sin acción alguna. Su mega proyecto, su gran problema referido una y otra vez, se empantanó en la mediocridad durante cuatro largos años para que la montaña pariera un ratón. Se retiró casi tarde por la puerta trasera. Jerarquizar es una práctica no solo recomendable: es imprescindible. Pero su estrategia era muy distinta: posponer casi todo en busca de un gran éxito que lo colocara en el podio y lo cubriera de laureles, haciendo olvidar todas las renuncias. En definitiva, la falta de compromiso con la excelencia lo condujo lenta e inobjetablemente al fango de la mediocridad.

*Leer ¿Qué es la excelencia? (parte I)