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¡Adiós TTIP! ¿Y ahora qué?
Mar, 30/08/2016 - 09:12

Henrik Böhme

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Henrik Böhme

Henrik Böhme es periodista de Deutsche Welle.

Un amplio espectro de organizaciones ha llamado a manifestarse este 17 de septiembre contra el TTIP y el CETA, los tratados de libre comercio que la UE proyecta con EE. UU. y Canadá, respectivamente. Se han sumado grupos eclesiásticos, organizaciones no gubernamentales, asociaciones, y hasta el emergente partido de derecha populista AfD. Aunque los organizadores podrían, sencillamente, ahorrarse el esfuerzo. La gente podría quedarse en casa, pues el TTIP no llegará. Al menos, no en los próximos años.

Que haya sido justo el ministro alemán de Economía el primer representante de la actual coalición de Gobierno en admitirlo públicamente es algo que le debemos a su filiación partidista. Gabriel es, además de ministro, líder de los socialdemócratas alemanes y su partido −sobre todo el ala izquierda de su partido− bulle cada vez que se habla de TTIP y CETA.

Como el ministro ya ha dejado claro que pretende poner en vigor el tratado ya negociado con Canadá (CETA), parece que quiere ahora congraciarse con sus camaradas dando por muerto al TTIP. Clara y pura retórica de campaña de quien quiere salvar su pellejo.

Polémico guardián del empleo. Gabriel se presenta como el ministro que lucha por proteger los puestos de trabajo en Alemania. Con esa espuria motivación pasó por alto recientemente numerosos reparos antimonopolistas y aprobó la fusión de las cadenas de supermercados Edeka y Kaisers-Tengelmann –un proceso que ocupa actualmente al Tribunal Supremo alemán.

Ahora, como ministro de Economía de una de las naciones exportadoras más importantes del mundo, Gabriel entierra un tratado de libre comercio con uno de los principales socios comerciales, y de pronto parece que los puestos de trabajo ya no son tan importantes. ¡Por favor! ¿Cuán hipócrita es esto?

Que el TTIP esté, de facto, enterrado no hay que agradecérselo ni a los múltiples detractores −que se le han opuesto con todo fervor, sobre todo en Alemania−, ni a Sigmar Gabriel, que culpa del fracaso a los estadounidenses.

Justo en este punto podría tener razón el ministro, pues nadie ignora que EE. UU. está en campaña. Donald Trump es un enemigo declarado del libre comercio y tampoco Hillary Clinton ha destacado hasta ahora con declaraciones a favor del TTIP. Al contrario. Aunque se declara defensora del libre comercio, tiene que tomar en cuenta a los numerosos partidarios de Bernie Sanders, su contrincante dentro del partido demócrata.

Perdedores de la globalización. He aquí el verdadero meollo del asunto: muchos estadounidenses −aquellos simpatizantes de Sanders, pero sobre todo los de Trump− se ven como víctimas de la globalización. Y a los manifestantes alemanes, en realidad, no les importa tanto el tratado de libre comercio como una globalización más justa.

La globalización ha generado, ciertamente, ganadores y perdedores. En muchos países occidentales, los perdedores han sido abandonados a su suerte. Esto le ganado simpatías a los populistas y se ha revertido en un aumento del proteccionismo.

Entretanto, se busca devolver parte de la producción a los países industrializados, pues el desarrollo económico permite ya producir aquí determinados bienes a menor costo que en países donde la mano de obra es más barata. ¿Cómo? Prescindiendo totalmente de las personas. Si no, que le pregunten al productor de artículos deportivos Adidas, que ya lo hace con zapatillas que han dejado de producirse en Vietnam para pasar "a manos" de los robots de una fábrica alemana. ¿Adónde nos lleva todo esto?

¿Cuál es la alternativa? La idea, sin embargo, de que el mundo se despida del libre comercio es escalofriante. ¿Qué significa eso para los países en vías de desarrollo, para los inestables países emergentes, para una nación exportadora como Alemania? Hillary Clinton lo respondió, de cierto modo, con la pregunta retórica a su audiencia sobre por qué las máquinas de precisión tienen que venir de Alemania si Estados Unidos tiene a los mejores trabajadores del mundo.

¡El TTIP ha muerto! Los detractores del planeado acuerdo pueden festejar. ¿Cuál es ahora la alternativa? Tómese el camino que se tome, bloquearse sería para Europa −de por sí en crisis− la peor de todas las variantes imaginables.

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