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Ecuador y el socialismo del siglo XXI
Vie, 02/07/2010 - 10:56

Alberto Benegas Lynch

 Las llamadas "barras bravas"
Alberto Benegas Lynch

Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina. Él es profesor Emérito de Eseade (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas en Buenos Aires), institución en la cual se desempeñó como decano por 23 años. Benegas Lynch es un académico asociado del Cato Institute y un miembro de la Mont Pelerin Society.

El ex marxista Bernard-Henri Lévy escribe en su libro La barbarie con rostro humano que “he dicho que el socialismo es un engaño y una decepción. Cuando promete, miente; cuando interpreta, yerra”, y en otro pasaje advierte: “aplíquese marxismo en cualquier país que se quiera y siempre se encontrará un Gulag al final”.

Después de los sufrimientos indecibles de todos los pueblos que han padecido las diversas facetas del socialismo, resulta que ahora se lo pretende resucitar bajo el disfraz del “socialismo del siglo XXI”, una peregrina idea que desarrolló un profesor alemán en la UNAM de México. Se trata de Heinz Dietrich Steffan, que publicó un libro con ese título que luego los Correa de este planeta decidieron copiar.

El libro de marras está lleno de lugares comunes pero pretende “revigorizar el marxismo” con algunos ingredientes gramscianos que giran en torno a la “economía de las equivalencias”, basada en la fallida teoría comunista del valor-trabajo expuesta en El capital, la que sostiene que ese elemento es lo que determinaría el valor de las cosas sin percatarse que se realiza un esfuerzo para producir las cosas porque valen y no valen, por el mero hecho de haber sido trabajadas.

Por otra parte, la vana pretensión de efectuar cálculos económicos sustentados en las horas trabajadas -por más que se trate de la pastosa idea del “trabajo socialmente necesario”-, conduce a los absurdos superlativos de asimilar mayor trabajo con mayor valor.

Como se ha especulado, es posible que Marx no haya publicado nada después de presentada la teoría marginalista del valor por parte de Carl Menger, debido a que dio por tierra con la teoría marxista de la plusvalía también fundamentada en la mencionada teoría errada del valor.

Como es sabido, con la idea de eludir cualquier refutación, el marxismo presentó la tesis del polilogismo por la que se sostuvo que burgueses y proletarios tienen ilaciones lógicas distintas y, por ende, en esta línea argumental, no habría que prestarle atención a los razonamientos de los primeros, ya que se deben a una “falsa conciencia de clase”. Nunca nadie explicó en qué se diferencian aquellas ilaciones lógicas respecto de la tradicional lógica aristotélica: como se ha puntualizado, nadie señaló en qué se modifica la lógica de un proletario que se gana la lotería o cuál es la estructura lógica del hijo de un burgués y una proletaria.

Pero lo más importante es que Rafael Correa la emprende contra el mercado, lo cual revela que en su doctorado en economía no le explicaron la función elemental que desempeñan los precios como señales para coordinar información por su naturaleza siempre fraccionada y dispersa. Y que si los precios son falseados por el gobierno con sus intervenciones, tal como ocurre en Ecuador, la asignación de los siempre escasos recursos queda alterada con lo que se consume capital que, a su vez, reduce salarios e ingresos en términos reales.

El actual presidente de Ecuador canta loas a “la justicia social” sin tomar en cuenta que, en el mejor de los casos, constituye una expresión groseramente redundante, ya que la justicia no puede ser mineral o vegetal y, en el peor, vulnera la clásica definición de Ulpiano de “dar a cada uno lo suyo” para, en su lugar, sacarle a unos el fruto de su trabajo para entregárselos a quienes no les pertenece.

Correa habla permanentemente de derechos sin saber qué significan, ya que en verdad se refiere a pseudoderechos. A todo derecho corresponde una obligación: si el lector obtiene una remuneración de 100, existe la obligación universal de respetar ese ingreso legítimo, pero si pretendiera una entrada de 200, aunque no la gane y el gobierno le otorgara ese ingreso, quiere decir que un tercero deberá hacerse cargo de la diferencia con lo que se habrá lesionado su derecho, de allí es que se trata de un pseudoderecho.

Para ilustrar semejante concepción correista, como he apuntado antes, debe recordarse que sus huestes pretendieron incluir -aunque finalmente no prosperó la iniciativa- en la Constitución ecuatoriana “el derecho al orgasmo para la mujer”.

Típico de los socialismos es la permanente y reiterada intromisión del aparato estatal con la prensa independiente. Como es sabido, entre otros desmanes, Correa inició una demanda contra los directores de La Hora de Quito y expropió canales televisivos y creó uno estatal, además de un periódico oficial (El Telégrafo). Su despecho y furia contra el capitalismo se comprueba también en el libro sobre la república bananera que completó en instalaciones VIP de Cuba, mientras que los locales se morían (y mueren) de hambre y sufrían (y continúan sufriendo) persecuciones de todo tipo a manos de los megalómanos del lugar instalados en esa isla-cárcel desde hace más de 50 años. Un régimen que Correa admira y venera.

Los desaguisados de gobiernos anteriores en nada justifica que se acentúen los males con nuevos embates contra las personas más pobres, en cuyo nombre se implantan e imponen controles y regimentaciones estatales que conducen a la acentuación de la pobreza. El que estas líneas escribe estuvo varias veces dando conferencias en Guayaquil y en Quito, y pudo constatar aberraciones de diverso calibre por parte de distintos gobiernos anteriores al actual, pero, claro está, los entuertos no se resuelven acrecentando los desaciertos.

Es por esto que ahora se incrementa el trabajo informal como una defensa frente a la maraña impositiva que exprime y deglute todo lo que toca, al tiempo que el déficit fiscal y el gasto público crecen a pasos agigantados en un contexto de marcos institucionales desquiciados en los que la separación de poderes resulta una quimera.

Alguien decía el otro día que hay que reconocerle a Correa que maneja muy bien la lengua indígena, que se lo debe aplaudir por eso, puesto que facilita grandemente su comunicación con esos sectores desprotegidos y que, por tanto, es necesario separar las cosas y diferenciarlas de otros aspectos de su gestión. Sin perjuicio de que, en el caso aludido, esa comunicación facilita la introducción de desconceptos monumentales que hacen daño a los indígenas, tiene sus bemoles eso de separar las cosas y saber reconocer lo bueno de una persona, por más que tenga otros lados tenebrosos.

Este es un comentario habitual, de modo que aprovecho esta ocasión para matizarlo. Depende pues del peso de los lados oscuros y de la sensibilidad de cada uno. Si a alguien le violan y matan a una hija, es difícil que los padres de la víctima puedan aplaudir al asesino-violador porque es campeón de billar. Entonces, en muchas oportunidades resulta muy fértil la antedicha separación al efecto de distinguir distintas facetas y ser ecuánime, pero en otras se torna imposible, debido al peso avasallador y envolvente de las características centrales de la persona en cuestión, las cuales terminan por teñir y devorar todos sus actos.

En cualquier caso, resulta triste que se insista en los modelos autoritarios por más que se revistan con fachada democrática, ya que no quedan vestigios de respeto a las minorías y consecuentemente no se conoce el significado del Estado de Derecho. Los Chávez, Morales, Ortega y Castro, socios de Correa en sus fechorías, en realidad instauran una patética kleptocracia y marcan una peligrosa situación en el continente en medio de problemas agudos en otras partes del mundo, también debidas a los atropellos del Leviatán.

En este contexto, resulta tragicómico observar a los llamados “politicólogos” que con rostro adusto pontifican sobre lo que ya ocurrió. Van siempre a la saga de los acontecimientos pero con aires de futurólogos. Hacen de notarios del plano inclinado hacia el socialismo y suelen cuestionarse aspectos más o menos irrelevantes. Son en general vaticinadores de hechos consumados con escasa imaginación y, como bien apunta Roberto Aizcorbe, tienen secciones especiales en muchos periódicos “igual que los horóscopos y las farmacias de turno”.

Cierro esta columna con una cita de Ezra Taft Benson de una conferencia que pronunció el 25 de octubre de 1966, la cual es aplicable a cualquier país al que se le introduzcan políticas estatistas con la suficiente perseverancia: “cuando Nikita Kruschev visitó EE.UU. lo entrevisté en mi calidad de miembro del gabinete de Eisenhower. En esa oportunidad vaticinó que nuestros nietos vivirían bajo el comunismo, y agregó que nosotros tenemos un rechazo a la palabra comunismo, pero con dosis constantes de socialismo no resultará necesario pelearnos con armas, puesto que con el tiempo caeremos en sus manos como una fruta madura”.

Esta columna fue publicada en el centro de estudios públicos ElCato.org.

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