Pasar al contenido principal

ES / EN

Y después de Libia, ¿qué?
Vie, 25/02/2011 - 05:06

Guillermo Holzmann

Escenarios post Kirchner
Guillermo Holzmann

Cientista Político, Académico de la Universidad de Valparaíso. Ex subdirector del Instituto de Asuntos Públicos de la Universidad de Chile (2005-2009). Su desarrollo profesional y académico se ha focalizado en las áreas de Estrategia, Seguridad, Inteligencia, Defensa y Riesgo Político. Es académico de variados magíster dentro de su país, así como investigador asociado y profesor de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos dependiente del Ministerio de Defensa Nacional. Miembro de International Association For Intelligence Education (Iafie), International Political Science Association (IPSA), Latin American Studies Association (LASA), Red de Seguridad y Defensa de América Latina (Resdal), entre otros. Analista político en diversos medios radiales, televisivos y escritos, tanto en Chile como en el extranjero. Socio-Director de Analytyka Consultores (www.analytyka.com).

Libia ha sido la expresión más sangrienta de lo que se ha denominado el efecto dominó de las protestas sociales en Medio Oriente, y que hoy día amenaza al Norte de África, colocando en alerta al resto del mundo, especialmente a Asia y Occidente.

El origen no es nuevo. Las movilizaciones sociales han existido durante toda la historia, pero si queremos sistematizar los elementos que profusamente han aparecido en los medios de comunicación, se identifica la convergencia de: una desigualdad social mantenida en el tiempo, expectativas ciudadanas frustradas (especialmente en menores de 35 años) y la irrupción de nuevas tecnologías (televisión informativa como Al-Jazeera, redes sociales y, especialmente, mensajes de texto). 

En el caso de Medio Oriente, el nepotismo y la corrupción de los gobiernos se constituyen en un catalizador para la manifestación contra el régimen, independiente de los costos humanos, en virtud de su creencia religiosa (asumiendo la estrecha vinculación entre dogma, sociedad y política).

Además, es necesario tener presente que no existen partidos políticos, en la concepción occidental, sino que prima la existencia de un líder, que posee estructuras políticas para aglutinar distintas vertientes tribales, culturales y religiosas, que se expresan en regímenes con una alta concentración de poder y un evidente enriquecimiento para quienes están en él. Esto implica que, frente a crisis políticas, las alternativas disponibles son escasas, en virtud de que el gobernante se ha encargado de neutralizar cualquier tipo de disidencia.

Por lo anterior, y más allá de la legitimidad de la movilización, existe un razonable temor respecto de las salidas disponibles, ya que las protestas no poseen liderazgos claros, son transversales, no responden a ideologías y, por lo tanto, la orgánica se construye a medida que el proceso avanza.

Esto lleva a que las posibilidades de superar este tipo de crisis, recae en los militares o en quien tenga el liderazgo sobre ellos (el ejemplo de Egipto es claro). Por esta misma razón, las potencias (USA, UE, China, Rusia e India) son cautelosas en solo enviar mensajes de diálogo y llamados a la no violencia, evitando involucrarse directamente en cuestiones políticas, que podrían llevar a un levantamiento religioso. Es notable que la religión musulmana -hasta ahora- se haya transformado en un punto de búsqueda de solución, evitando ser actor directo.

Como todos sabemos, la incertidumbre política en Medio Oriente tiene un impacto inmediato en los niveles de riesgo geopolítico de toda la región, por encontrarse allí dos cuestiones centrales: los principales recursos fósiles y la situación Palestino-Israelí. El solo hecho de que el efecto dominó -más allá de la violencia ejercida en Libia- se expanda y profundice aún más en otros países, coloca en alerta a las principales economías del mundo. Obviamente el precio del petróleo será el indicador más evidente, mientras que Europa será la primera en sentir el golpe, en vista de su dependencia de los países afectados. América Latina, lo tendrá un poco después. Por lo tanto, el impacto en la economía globalizada es total, con lo que volvemos a enfrentarnos a una crisis económica mundial.

Desde la perspectiva del análisis, las crisis políticas en estos países han sido recurrentes en su historia y mientras exista alguna institución o grupo con capacidad para imponerse, se transitará por un camino que puede tomar distintos ritmos, pero donde la comunidad internacional estará dispuesta a apoyar la solución que cada país encuentre. El principal desafío actual es evitar la guerra civil y la continuación de estas protestas en otros países.

El mayor riesgo que tiene esta situación en el área es que logre traspasarse hacia China, donde ha habido ya incipientes manifestaciones, que han llevado al gobierno de Hu Jintao a tomar acciones preventivas para disolver las protestas, como para controlar a los líderes y restringir y/o bloquear el acceso a internet y la televisión. El verdadero termómetro para evaluar el impacto mundial será la capacidad que China tenga para evitar el contagio.

Si la percepción internacional de que China puede verse involucrada en los efectos, determinará una impensable crisis económica mundial, que inevitablemente tendrá efectos en las democracias occidentales, en virtud de que el gigante oriental es el motor de la economía global. Si bien la probabilidad que de esto ocurra aún es baja, el comportamiento del mercado empieza a incorporar este riesgo.

Otro tema de relevancia se refiere a los flujos migratorios que desde Medio Oriente y el Norte de África presionarán hacia Europa, países cercanos y, también, a América Latina, habida consideración que la plena superación de las actuales crisis puede tomar más tiempo que el deseado y con brotes de violencia, que serán un incentivo para que muchas familias busquen naciones más seguras. 

Como sabemos, tanto los países de la Unión Europea, como Estados Unidos, han limitado -si es que no frenado- los flujos migratorios desde esta parte del mundo, lo cual llevará a la búsqueda de alternativas, ya sea de mutuo propio de quienes huyen de la violencia o por la cooperación internacional para buscarles un hogar. La ayuda humanitaria será un argumento recurrente para intentar flexibilizar las rigideces legales hoy en día vigentes en países industrializados.

Este éxodo se transformará en una variable política relevante en el futuro mediato, toda vez que exige voluntad política de los Estados para recibir refugiados o inmigrantes y una institucionalidad que, en el caso de América Latina, no todos los países poseen, ya que implica la entrega de medios de subsistencia y atención social de cargo del Estado y por tiempo indefinido.

Sería erróneo pensar que estos fenómenos solo son posibles en Medio Oriente, pues se está frente a un proceso político donde el elemento principal es pretender gobernar o, si se prefiere resolver, los problemas sociales amparándose en el aislamiento político de los grupos sociales. Hoy día, la ciudadanía -bajo un concepto globalizado- se moviliza en virtud de sus derechos y confronta directamente a las elites cerradas, no importando el tipo de régimen político existente. 

Por ende, las democracias que posean elites excluyentes o partidos que no representan a la sociedad (ciudadanía) o espacios de participación claramente restrictivos, aumentan la probabilidad de que estos movimientos adquieran una fuerza inédita. América del Sur ha sido observador y testigo de fenómenos comparables en Argentina, con De La Rúa; en Bolivia, con Sánchez de Losada; en Ecuador, con Gutiérrez, por nombrar sólo algunos. Varios países europeos han debido enfrentar movilizaciones masivas (Francia y España, entre otros) que dan cuenta de un fenómeno mundial que no reconoce fronteras.

Países