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Chile y México: dos movimientos estudiantiles latinoamericanos
Mar, 30/08/2011 - 13:31

Rodrigo Salazar Elena

Chile y México: dos movimientos estudiantiles latinoamericanos
Rodrigo Salazar Elena

Rodrigo Salazar Elena es cientista político de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Magíster en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso, México), entidad en la que ejerce actividades académicas y de investigación desde 2006. Es autor de diversos libros y artículos sobre procesos políticos, representación y democracia en América Latina.

Para una democracia estable y en muchos aspectos ejemplar como es la chilena, no debe extrañar que ocurran conflictos sociales ni que grupos de ciudadanos recurran a la acción colectiva para confrontar a las autoridades. Con todo, es notable la forma en que los estudiantes chilenos han conseguido poner en jaque al gobierno con una movilización nacional cuya intensidad se ha mantenido en alrededor de cuatro meses, llamando la atención de todo el mundo. Como consecuencia del movimiento, el gobierno de Sebastián Piñera ha visto caer sus niveles de aprobación a una tasa meteórica. Aunque el proceso aún se encuentra en desarrollo, resulta inevitable preguntarse sobre los orígenes de este nivel de impacto.

Una forma de aislar las características específicas del caso chileno, en busca de los elementos que puedan explicar la fuerza de sus estudiantes, consiste en la comparación con eventos del mismo tipo en condiciones relativamente similares. En particular, tendríamos que buscar en democracias jóvenes en países de desarrollo medio. Estas condiciones mínimas de comparabilidad pueden encontrarse en el movimiento de estudiantes universitarios que tuvo lugar en la ciudad de México entre marzo de 1999 y febrero de 2000, paralizando las actividades en el centro de educación superior más importante del país, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Si buena parte de las demandas de los estudiantes chilenos se resume en la divisa “educación gratuita y de calidad”, la huelga de la UNAM se originó en la defensa de un principio muy similar. El entonces rector Francisco Barnés había impulsado una serie de reformas parciales que incluían el pago de cuotas semestrales por una cantidad de alrededor de 200 dólares. La principal demanda del movimiento estudiantil consistió en la derogación de esta última reforma, apelando a lo que los estudiantes consideraban el derecho a la educación gratuita.

En México está muy difundida la idea de que el movimiento estudiantil fracasó. Esto no es preciso. Centrándonos en los resultados inmediatos, el rector Barnés terminó renunciando y el cobro de cuotas fue revertido. Sin embargo, por otro lado, también es cierto que para diversos grupos de huelguistas estas medidas no fueron suficientes y, en los hechos, la universidad retornó a sus actividades sólo una vez que las instalaciones fueron ocupadas por la fuerza pública, con el arresto de decenas de estudiantes. Para este momento, el movimiento se encontraba dividido y aislado. Y aún en su momento de auge, nunca logró traspasar el ámbito de la UNAM, tanto en sus demandas como en la adhesión de otros sectores sociales.

Para diversos observadores, el movimiento mexicano fracasó debido a su radicalización. Sin embargo, en diversos aspectos los estudiantes chilenos son tanto o más radicales que los de la UNAM. Lo son en el sentido de que sus demandas apuntan a transformaciones no de una institución en particular o de un grupo de instituciones, sino que exigen transformaciones, en primer lugar, en el modelo educativo chileno, pero últimamente sus demandas ya tocan a la apropiación de los recursos naturales y las propias reglas del sistema político. Sin embargo, esta radicalización, a diferencia de lo que ocurrió en México, no ha estado acompañada de divisiones ni de aislamiento. Al contrario, el movimiento permanece unido, goza de simpatía púbica en incluso otros sectores como la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y la mayoría de los partidos de la Concertación, han buscado beneficiarse del éxito de los estudiantes.

A mi juicio, tres factores explican las diferencias en tres ambos movimientos. El primero de ellos consiste en los atributos del sistema educativo chileno. Este sistema, cuyos principios fueron establecidos durante la dictadura militar, es único en América Latina no sólo por la desproporcionada participación del sector privado, sino porque las propias fronteras entre lo público y lo privado suelen ser difusas, a fin de promover la competencia entre establecimientos. Aunque el modelo ha tenido un enorme éxito en la expansión de la matrícula, una de sus consecuencias ha sido que el costo de la educación recae enteramente sobre las familias de los estudiantes, que se cubren mediante créditos que resultan particularmente onerosos para las familias más pobres. En ningún otro país de América Latina la educación superior a cargo del sector público presenta este problema, incluyendo a México donde el cobro de matrícula de la UNAM es una cantidad simbólica mientras que en las universidades púbicas de los estados se mantiene en magnitudes razonables para las familias.

Por esta diferencia, el movimiento de la UNAM tenía un carácter defensivo, preservador del status quo, mientras que el de Chile adquiere un tono definitivamente más proactivo y de transformación del orden existente, aunque los motivara el mismo principio. También por el mismo motivo, mientras que los estudiantes de la UNAM nunca encontraron una causa común con estudiantes de otras instituciones, incluidas las públicas, todos los estudiantes chilenos comparten el interés por transformar las reglas del juego.

Ahora bien, hemos destacado cómo el movimiento va extendiendo la esfera de sus demandas sin enfrentar divisiones. En esto tiene que ver la naturaleza de las instancias de representación estudiantil. En la UNAM, el órgano directivo era el Consejo General de Huelga, creado con motivo del conflicto y con un alto grado de espontaneidad. Este órgano no tenía reglas para su integración y para la toma de decisiones. La disputa entre “ultras” y “moderados” se resolvió, a favor de los primeros, de formas escasamente democráticas (incluyendo el uso de la violencia). Al final, el CGH no contaba con el respaldo de los propios estudiantes de la UNAM. En cambio, los órganos de representación estudiantil en Chile, destacando la Fech, son instancias permanentes y con reglas claras. El liderazgo del movimiento corresponde a instituciones de representación estudiantil, lo que da a sus decisiones y convocatorias la expectativa de un alto nivel de respaldo.

Otro factor clave es la respuesta de las autoridades. En México, la demanda central era fácilmente atendible, y en cuanto se revirtió el cobro de las cuotas el movimiento perdió su razón de ser. En Chile, dar respuesta satisfactoria requeriría de trasformaciones de mayor alcance y, por lo tanto, resulta más complicado para el gobierno. Sin embargo, llama la atención su disposición a realizar cambios en el gabinete y a mostrar apertura en otras áreas también muy sensibles, como el reconocimiento de las uniones del mismo sexo o la intención declarada de modificar el sistema electoral, medida que en el pasado ha probado ser extremadamente complicada.

De esta comparación preliminar, podemos concluir que el movimiento estudiantil se tiene un amplio margen de resistencia no sólo para mantenerse si no se atienden sus demandas, sino para radicalizarlas sin caer en la fraccionalización. Esto puede llegar a un punto en el que la única respuesta posible para el gobierno sea la represión generalizada. En la actualidad, el gobierno aún puede emprender un cambio que de cualquier forma era necesario, con la seguridad de que los estudiantes responderán indicando a sus representantes que es momento de retornar a clases.

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