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Del ajíaco al mousse
Martes, Diciembre 28, 2010 - 05:59

José Manuel Santos ha usado su luna de miel con el electorado para marcar diferencias de forma (y algunas de fondo) con su antecesor, Álvaro Uribe, tanto en el frente doméstico como en el internacional.

La tradicional bandeja paisa, con arepa, frijoles, huevos y chicharrón, pasó a ser un recuerdo para los cocineros de la Casa de Nariño, el palacio presidencial de Colombia. Ahora se sirven canapés, frapés y mousse, y los funcionarios han cambiado los antiguos cuadros del despacho presidencial por otros del gusto de su nuevo ocupante.

Estas novedades de estilo tienen un correlato con el sello personal que le está dando Juan Manuel Santos a su gobierno, normal en cualquier transición, pero sorprendente en alguien que llegó a la presidencia prometiendo ser la continuidad de su predecesor. Cabe recordar también que Álvaro Uribe terminó su mandato con un respaldo a su gestión del 80%, algo determinante para el récord de más de nueve millones de sufragios que recibió Santos.

“Fue muy astuto, se presentó como el gran continuista de Uribe; entendió que no podía distanciarse ni un milímetro de él en su discurso, pero se va a distanciar no sólo metros, sino kilómetros”, dice Fabián Sanabria, decano de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia.

Una caricatura de Héctor Osuna, en el diario El Espectador, da cuenta de cómo se percibe el gobierno de Santos en sus primeros 100 días: “La política ha sido felicitar a Uribe y hacer todo lo contrario”.

Santos camina con otro estilo y, como señala la analista Marcela Prieto, ha habido un distanciamiento respetuoso. “Es un político aguerrido, que sabe cómo se ganan las batallas políticas. Pese a que jugó un papel estratégico en el anterior gobierno, y su elección se dio bajo la bendición de Álvaro Uribe, esto no significó que fuera a seguir los lineamientos del uribismo, o mucho menos ser un títere de un ex presidente”.

Para muchos columnistas se ha derrumbado el mito de que Uribe era irremplazable y se ha dado transición a un estilo de administración pragmática y ejecutiva. “La gente puede verlo como un Jefe de Estado moderno, pueden hacer el giro del gamonal finquero, del dueño de la finca, al gerente”, dice Sanabria.

Del paternalismo a la diplomacia. Uno de los primeros gritos de independencia vino con el nombramiento de los ministros. Santos no sólo eligió a varios críticos reconocidos de Uribe, sino también a tecnócratas con cierta independencia frente al Jefe del Estado. Uribe, en cambio, gobernó como un súper ministro con funcionarios de bajo perfil.

“Con Santos se va a superar una era marcada por el paternalismo”, dice Sanabria. Los populares Consejos Comunales creados por Uribe –en donde cada sábado, y durante 10 horas, el presidente se convertía en un micro gerente interviniendo directamente en problemáticas locales -fueron sustituidos por los llamados Acuerdos por la Prosperidad: reuniones de cuatro horas en donde se le presenta al primer mandatario el diagnóstico y las alternativas de soluciones para un tema específico, previamente analizados por especialistas.

Esta despersonalización del poder en la figura presidencial ha traído también un nuevo lenguaje. “Aquí hay un cambio importante en materia de institucionalidad, de respeto por el equilibrio de poderes, los principios de la democracia liberal, la independencia entre los poderes, se da un cambio en las formas y en buscar mecanismos tradicionales de diplomacia”, dice Prieto.

Tres días después de asumir, justo cuando Santos cumplió 59 años, recibió a su homólogo Hugo Chávez en la ciudad de Santa Marta y empezó el restablecimiento de las relaciones diplomáticas, que hoy van por buen camino y permitirán a los empresarios colombianos recuperar los US$ 664 millones que les debe Venezuela.

La misma ruta está siguiendo con el presidente ecuatoriano, Rafael Correa, con quien Uribe tuvo un duro enfrentamiento. Aunque la reunión entre los dos presidentes aún no tiene fecha, los cancilleres de los dos países han trabajado sin prisa, pero con constancia, para buscar la normalización entre las dos naciones. Esto gracias a que Santos permitió entregar a ese país los discos duros de los computadores incautados durante la asonada contra “Raúl Reyes”, el cabecilla guerrillero.

Las relaciones con Estados Unidos han traído también un viraje, ya concretado con Barack Obama. La apuesta es “desnarcotizar” la agenda y priorizar en temas como educación, ciencia y tecnología, algo que sin duda tendrá repercusiones en el papel que pueda jugar Colombia en la región, como protagonista y unificador entre Unasur y Mesoamerica.

“En lugar de ser simplemente receptores que vamos todos los años al Congreso de Estados Unidos a rogar que nos den recursos, nos vamos presentar de tú a tú, y a decirles que tenemos intereses comunes en esto y en aquello”, explicó el Jefe del Estado.

“El país necesitaba dinamizar mucho más su agenda internacional, y en las relaciones con las otras ramas del poder público, particularmente con el poder judicial”, dice Martha Lucía Ramírez, senadora del oficialista Partido Social de Unidad Nacional (“de La U”). Según ella, lo más importante es que haya continuidad en la política de seguridad democrática. Un punto donde Santos sigue los pasos de su predecesor, y con resultados contundentes, como la muerte del jefe militar de la guerrilla de las FARC alias “Jorge Briceño” o “Mono Jojoy”.

Pero dos aspectos de política interna marcan una diferencia significativa: la relación con el poder judicial y con las víctimas del conflicto armado. 

Santos puso fin al “choque de trenes”, como se conoce en Colombia al conflicto que enfrentó a Uribe con la Corte Suprema y que alcanzó niveles preocupantes con motivo de la investigación del primo del presidente, Mario Uribe, por vínculos con los paramilitares. Santos invitó a los magistrados al Palacio de Nariño apenas asumido en el cargo, y logró destrabar la elección del nuevo fiscal general, cargo que lleva interino año y medio, dado que ninguno de los candidatos propuestos por Uribe logró la votación necesaria.

Por su parte, la ley de restitución de Tierras y la de Reparación a las víctimas, dos de los proyectos de ley cruciales para la administración de Santos, puestos a consideración del Congreso y encaminados a sanar las heridas del conflicto, muestran una brecha conceptual entre él y Uribe. Mientras que el ex presidente es partidario de diferenciar a las víctimas de agentes del Estado a la de los grupos ilegales, como la guerrilla y los paramilitares, Santos los equipara en iguales oportunidades de reparación.

“Algunas políticas centrales van a tener que atravesar por una ruptura seria con los sectores que han sido del entorno del ex presidente”, dice Iván Cepeda, representante a la cámara por el izquierdista Polo Democrático Alternativo. “Hay sectores del uribismo que ven peligrar su poder en ese tipo de temas y ahí es donde vamos a tener que ver si realmente la posición del gobierno Santos es una postura de cara al futuro y de cara de una renovación y una reforma”.

Para la senadora liberal Cecilia López, la ruptura es explícita. “El presidente Santos está gobernando con una agenda muy distinta a la agenda con la que hizo campaña; ésa ha sido su gran habilidad y lo interesante es que al país le ha gustado”.

Sin embargo, Santos (que cabalga sobre una imagen favorable del 73%, según la última encuesta de Ipsos-Napoleón Franco contratada por la revista Semana), ha insistido en que no tiene sino “admiración, respeto y amistad” con Uribe. No se cansa de resaltar sus logros y declararse como cuidador de su legado: la política social, la confianza en la inversión y la seguridad democrática”, dice. “Lo que el presidente Uribe llamó sus tres huevitos están siendo bien cuidados”.

Autores

Jenny Carolina González C.