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Altas exigencias escolares aumentan el estrés en niños: ocho consejos para padres
Sábado, Marzo 5, 2016 - 14:07

“Estamos sentados sobre una bomba de tiempo”, plantea un profesor de una escuela secundaria en Estados Unidos, en donde se acaba de descubrir la dimensión de este problema en sus alumnos.

Casi uno de cada tres adolescentes en Estados Unidos respondió a un cuestionario de la Asociación Psicológica de ese país que el estrés les ha provocado tristeza o depresión y que es la escuela la principal fuente de ese sentimiento.
 
La situación despierta inquietud en el mundo, aunque de manera lenta. Cada vez más, doctores de todo el mundo ven en sus consultas casos de niños en educación primaria con migraña y úlceras. 
 
Muchos especialistas observan una conexión clara entre estos síntomas y la presión que tienen los menores por obtener exitosos resultados en sus establecimientos educacionales.
 
 
Lawrence Rosen, un pediatra de New Jersey  (Estados Unidos), señaló recientemente a la prensa que “hablo de niños de 5 a 7 años que vienen con estos problemas de salud. Se trata de una situación que nunca solíamos ver”.
 
Claramente se trata de síntomas que hablan de un mal más profundo. Para muchos especialistas, ya sea médicos o del mundo de la pedagogía, las expectativas frente a la educación han desbordado los límites. 
 
En muchos casos, los menores pasan más de siete horas en las escuelas, debiendo luego dedicarse a hacer tareas en sus casas, prácticas deportivas cotidianas, talleres, torneos o trabajos que absorben hasta los fines de semana. 
 
Cada actividad es vista como un paso en la gran carrera que es ingresar a una buena universidad para obtener un trabajo envidiable y con ello una vida exitosa.
 
 
Según datos del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades, la gran mayoría de los adolescentes estadounidenses duermen al menos dos horas menos de lo recomendado por noche, y la investigación demuestra que entre más tareas hacen, menos horas duermen. 
 
“Estamos sentados sobre una bomba de tiempo”, plantea un profesor de una escuela secundaria en Estados Unidos, en donde se acaba de descubrir la dimensión de este problema en sus alumnos.
 
Son varios los estudios en diversos países en los que el estrés infantill se encuentra vinculado no sólo con un mayor riesgo de depresión y ansiedad en el adulto, sino que también con una salud física deficiente.
 
“Empiezan a verse muchos de los efectos en la salud, pero muchos más repercutirán en las vidas de nuestros niños”, señala Richard Scheffler, economista de la salud en la Universidad de California (Estados Unidos). “Todos pagaremos el costo de darles tratamiento y padeceremos la pérdida de sus contribuciones productivas”, recalca.
 
El estrés es un estado de malestar psicológico y físico que –generalmente- se manifiesta como un estado de aprensión, apremio y tensión. Suele identificarse como una enfermedad de adultos, afectados por la velocidad cotidiana y la presión laboral.
 
Pero ya está traspasando a los menores de la casa en edad escolar. Casi siempre, entre los 6 a 11 años los síntomas más comunes son agresividad, problemas para dormir, disminución del rendimiento escolar, dolores de estómago y/o de cabeza y llanto sin motivo o por cualquier cosa. 
 
El niño comienza a evitar ciertas situaciones que le resultan estresantes, como hacer tareas, ir al colegio, enfrentarse a pruebas o exámenes, etc. Por lo general los menores no cuentan inmediatamente qué les pasa, a veces no saben –incluso- qué les ocurre, por lo que los padres comienzan a pensar en cosas peores.
 
 
Los motivos del estrés se relacionan casi en su totalidad a problemas de autoestima, a una deformación de su autoimagen, debido a que el menor se ve a sí mismo como incapaz de realizar lo que se le pide. Las exigencias de los padres y del colegio se tornan excesivas o muy superiores a sus capacidades.
 
En este rango etario comienza a tomar importancia el sentido de pertenencia y aquellos niños con déficit en el aspecto social son los más perjudicados. 
 
Las burlas, rechazos o sobrenombres (apodos) que reciben por parte de compañeros de curso o en el grupo de pares, les provocan un sentimiento de marginalidad y de escaso o nulo poder, que destruye su imagen personal.
 
Y en la adolescencia (entre 11 a 18 años algunos/as muchachos/as optan por el consumo de alcohol, marihuana u otro tipo de drogas como mecanismo de evasión. 
 
Otros, expresan un exceso de preocupación por el cuerpo, pudiendo generar problemas de alimentación como anorexia o bulimia. Casi en la mayoría de los casos se presenta una excesiva dificultad para comprometerse. 
 
Los síntomas somáticos habituales son dolor de estómago, tensión muscular, irritabilidad y cambio de humor acentuado. El cuerpo es en este periodo el principal estresor; les preocupa la apariencia, aspectos de la sexualidad, la opinión de los otros respecto a ellos.
 
La familia como fuente de apoyo pasa a segundo plano en favor de los amigos y les sobreviene una gran preocupación y presión por el tema del futuro (temor a la competencia, a la exigencia intelectual, a la decisión sobre qué estudiar).
 
 
¿Qué deben hacer los padres ante esto? Al menos seguir esta pauta de ocho ítems desarrollada por la psicóloga chilena María Elena Montt.
 
1. Autoestima. Un niño que ha logrado desarrollar un alto nivel de autoestima, está menos expuesto a estresarse. Para ello, es necesario que los padres apoyen a su hijo en todos los proyectos que él emprenda, por pequeños que parezcan. Debe existir un refuerzo verbal y una conducta acorde (no decirle por ejemplo: “¡Ah, qué lindo tu dibujo!”, con un gesto de indiferencia y sin siquiera tomarlo entre las manos). 
 
Ambos padres deben preocuparse por lo que hace y fomentarle un sentimiento de poder y autonomía. Lo más importante es crearse expectativas acordes con las características del niño. “No todos son superdotados ni muchachos maravilla”
 
2. Sentimiento de competencia. Toda persona necesita sentirse capaz. El niño debe estar consciente de que puede enfrentar y resolver sus problemas y que para ello puede buscar apoyo o pedir ayuda sin, por eso, ser menos.
 
3. Humor. En toda familia debe existir una cuota de humor, que es el estado fisiológico antagónico al estrés. Sonreír hace muy bien, libera las tensiones y produce bienestar mental y una actitud positiva.
 
4. Creatividad y cambio. Son muy necesarias para no pensar en lo que estresa. Manteniendo la mente ocupada en otras cosas, que sean del agrado del niño, le permitirán olvidar aquello que le molesta y le causa daño.
 
 
5. Ejercicio físico. Ayuda a mantener la mente sana y distraída, además de mejorar la autoimagen.
 
6. Alimentación. Debe ser sana y ordenada, sin recargar el estómago con cosas que no sean necesarias. Lo ideal es tener horarios fijos para cada comida, donde ojalá se pueda compartir en familia.
 
7. Cuidar hábitos de sueño. Se debe procurar que el niño no trasnoche y que duerma las horas necesarias para cada etapa de su desarrollo. Su lugar de descanso debe ser cómodo.
 
8. Compañía. Jamás descuide a su hijo. Ante todo él necesita del apoyo incondicional de sus seres queridos. Necesita saber que no está solo en el mundo y para eso hay que demostrárselo.
 
Es muy importante tener presente que los estímulos estresantes son subjetivos; cada cual percibe como estresor aquello que lo sobrepasa. Por este motivo, su hijo podría manifestarse estresado por situaciones que, a su parecer, no tienen importancia. En caso de presentar este tipo de síntomas, le recomendamos acudir a un especialista. El más indicado sería un psicólogo infantil.
 

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