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Antioxidantes: ayer, hoy y mañana
Jue, 11/11/2010 - 09:42

Sylvie Altman

Antioxidantes: ayer, hoy y mañana
Sylvie Altman

De nacionalidad belga, cursó sus estudios en la Universidad de Jerusalén, en Rehoboth, Israel, donde se tituló de Ingeniero Agrónomo y obtuvo posteriormente un magíster en Ciencias de la Agricultura. Posee una amplia trayectoria en el desarrollo, implementación y gestión de proyectos y negocios internacionales para importantes compañías agroindustriales en Europa, Medio Oriente y Chile. Tras realizar consultorías especializadas en Bruselas, se desempeñó en Refinería Tirlemontoise-Genappe y en SES Europa como gerente de ventas y marketing. Posteriormente fundó su propia empresa, Aco Farm Sprl, especializada en análisis y consultorías de mercados para nuevos proyectos y productos, hasta que en 2004 ingresó como directora agronómica en Orafti Chile, por lo que se radicó en este país. Actualmente es gerente del área Agroindustria de Fundación Chile.

Los superfruits nacieron en 2005 como productos hechos en base a frutas que contienen cantidades excepcionales de antioxidantes y de nutrientes, además de un sabor y apariencia atractivos que son capaces de retener la atención y lealtad de los consumidores. Sin embargo, es interesante entender que cada vez más y más estudios muestran que la capacidad antioxidante de las frutas no tiene relación con los beneficios que ellas aportan a la salud. La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) declaró en 2010 que no existe evidencia que relacione la capacidad antioxidante de un alimento con algún beneficio en salud.

Los antioxidantes en los que descansan los supuestos beneficios de los Superfruits pertenecen a una gran familia de moléculas llamadas polifenoles, específicamente flavonoides. Esta familia de compuestos es tan enorme que, cuando se descubrió que su ingesta era en parte responsable de los beneficios de la dieta mediterránea, la única forma de asociar una actividad biológica a su consumo fue percatándose de que todos ellos tienen una enorme capacidad antioxidante (in vitro). Así es como Fundación Chile comenzó a trabajar en este tema, a través del experto Andrés Leschot, del Programa Innovación Alimentaria de Agroindustria.

Tal creencia fue, en parte, lo que ayudó a impulsar inicialmente el posicionamiento de los vinos chilenos en varios mercados extranjeros. Las frutas de Chile contienen una cantidad naturalmente elevada de polifenoles y, por consiguiente, una gran capacidad antioxidante. Esto capturó la atención de cierto tipo de consumidores que buscaban un estilo de alimentación más sano, y rápidamente se asoció los beneficios de este nivel de antioxidantes en el vino con los beneficios para la salud, especialmente asociados a la protección cardiovascular.

Posteriormente, se descubrió que en el vino había moléculas específicas con grandes efectos sobre células, tejidos y sistemas complejos de control en el organismo, pero cuya acción no está directamente relacionada con su capacidad antioxidante, que ciertamente poseen, sino con la estructura específica de cada uno de los compuestos activos. Así, el poder antioxidante dejó de ser científicamente la explicación de los efectos beneficiosos sobre la salud y éstos se asocian con la composición molecular de los alimentos. Con esta nueva información, si se comparan distintos alimentos antioxidantes, se llega a la conclusión de que cada uno aporta beneficios distintos para la salud, beneficios asociados a los compuestos característicos que contiene, aun cuando el contenido total de antioxidantes sea semejante entre ellos.

No sólo en el vino se ha descubierto esta asociación entre moléculas específicas y efectos particulares sobre la salud, sino también en múltiples frutas y verduras que componen nuestra dieta diaria. Cada uno posee un perfil de composición y una concentración distinta de estos compuestos, lo que los hace únicos y distinguibles entre sí. Por esta razón, la dieta ideal debería comprender frutas y verduras variadas, cada una con propiedades saludables distintas y complementarias con las demás.

Sería de esperar que los beneficios de los productos vegetales frescos que contienen estas moléculas saludables se traspasaran a los alimentos procesados y envasados que se fabrican a partir de ellos. Sin embargo, en la práctica, esto no es así. La mayoría de los métodos actuales de selección y procesamiento de las materias primas vegetales no están optimizados para conservar las propiedades saludables de los vegetales. Si no se toman las precauciones adecuadas durante los procesos de elaboración se podría perder, destruir o transformar irreversiblemente la mayor parte de las moléculas con posibles efectos beneficiosos sobre la salud que se encuentran en las materias primas vegetales. Por lo tanto, aun cuando el poder o la capacidad antioxidante se conserven o se eleven mediante adición de antioxidantes externos (como por ejemplo vitamina C o E), el alimento procesado final no tiene el mismo beneficio que la fruta o verdura de la cual se fabricó.

Por otro lado, el contenido en moléculas beneficiosas particulares en los alimentos raramente se mide y mucho menos se cuantifica, siendo algo relativamente sencillo y rápido de hacer cuando se sabe qué es lo que se está buscando. Lamentablemente, esto sucede incluso en los productos en base a Superfruits y en aquéllos que reivindican propiedades saludables en base a capacidad antioxidante. Aunque el poder antioxidante sea alto, esto no significa en la práctica que el beneficio sobre la salud se mantenga, porque los compuestos activos responsables de las mismas no están presentes en el alimento procesado. Esto se puede remediar si se cuida la selección de materias primas (calidad) y las etapas y condiciones en la línea de producción, poniendo énfasis en vigilar el estado en que se encuentran los polifenoles frente a temperaturas extremas, acidez, exposición a luz o agentes oxidantes fuertes por dar algunos ejemplos.

Actualmente, el concepto de “alto contenido en antioxidantes” es una poderosa herramienta de marketing, pero no tiene asociado un respaldo científico válido hoy en día.

Sin embargo, esto abre una enorme oportunidad para la creación de valor para los productos y alimentos producidos por nuestro país. Con las declaraciones de la EFSA y con la creciente evidencia científica acumulada, cabe una enorme oportunidad para destacar efectos beneficiosos del consumo de frutas y verduras, pero ya no asociados a los antioxidantes que éstos contienen. Una propuesta interesante seria que las empresas y los centros de investigaciones en Chile se preparen para satisfacer este nuevo requerimiento. Como ya se dijo, prontamente el consumidor no estará satisfecho con un etiquetado que rotule la capacidad antioxidante de un producto, sino que estará interesado en la cantidad y tipo de flavonoides que tiene cada alimento, según sea su interés en pos de mejorar o prevenir diversas condiciones de salud, tales como disminuir procesos inflamatorios, regular el nivel de azúcar en la sangre, mejorar el estado de la piel o articulaciones, ayudar a protegerse contra Parkinson o Alzheimer, entre muchos otros beneficios.

Chile, dadas sus condiciones climáticas y sus suelos, es capaz de producir frutas con alto contenido de flavonoides y tiene especies autóctonas de gran potencial. No sólo tenemos grandes fuentes de materia prima, sino que también tenemos la oportunidad de desarrollar alimentos con contenidos elevados de compuestos fitoquímicos beneficiosos para la salud. Esto puede convertirse en una herramienta potente para permitir que nuestro país entre a ser un proveedor de materias primas y alimentos funcionales y no sólo commodities.

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