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Chandran Kukathas: libertad, individualismo y secesión
Jue, 01/03/2018 - 08:33

Juan Ramón Rallo

Hasta el colapso final y más allá
Juan Ramón Rallo

Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España) y profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos.

El nombre de Chandran Kukathas probablemente no resulte demasiado evocador para el lector español medio. Tampoco para el lector liberal español medio. Y ello a pesar de que este pensador malasio, catedrático de Ciencia Política en la London School of Economics, probablemente sea uno de los filósofos liberales más sólidos, brillantes y originales de la actualidad: una referencia intelectual de primer orden para todo el espectro de la familia liberal, desde los partidarios de un Estado limitado que sea respetuoso con las diferentes opciones vitales de las personas hasta los más firmes defensores del anarcocapitalismo.

Para Kukathas, el liberalismo es una filosofía política que da respuesta al problema de la diversidad humana —diversidad en sus proyectos existenciales y en sus heterogéneas concepciones morales— mediante la defensa de instituciones que permitan la coexistencia pacífica de todos los individuos. En otras palabras, el liberalismo no busca eliminar o unificar todas las heterogéneas concepciones individuales de buena vida y de buena sociedad: simplemente busca que se toleren entre sí. Como ya indicara Nozick, el liberalismo es un marco para las utopías, esto es, un conjunto de meta-normas que habilitan a que cada cual trate de organizar su vida como considere más adecuado con la única limitación de respetar cómo los demás desean organizar sus respectivas vidas.

Ahora bien, dada la pluralidad de concepciones morales de los individuos, ¿cómo conseguir que el Estado articule una concepción de justicia que sea compartida y superimpuesta a todos ellos? ¿Cómo conseguir que el Estado teja una ley común a todos los ciudadanos que lo integran al tiempo que respeta su radical diversidad? ¿Cómo compatibilizar, en definitiva, orden y libertad? La respuesta de Kukathas es que el Estado no debe tratar de construir un código jurídico unificado —presidido por una determinada concepción dominante de bien común—, sino que debe respetar la descentralización de su autoridad política en cuantas asociaciones de individuos se constituyan a través de la libre asociación. La sociedad liberal es una sociedad tan abierta a la diversidad como para tolerar el policentrismo, esto es, la multiplicidad de centros de poder organizados internamente de acuerdo con su propio código normativo: es lo que Kukathas denomina un “archipiélago de distintas comunidades dentro de un océano de toleranciarecíproca”.

Por supuesto, Kukathas no es el único filósofo que plantea desvincular la legitimidad política de la acción estatal, es decir, no es el único filósofo que se opone a la soberanía estatal: para los comunitaristas, por ejemplo, la legitimidad reside en la comunidad, sea ésta religiosa, histórica o nacional. Desde esta perspectiva, son las comunidades, construidas en torno a un ethos social determinado, las que determinan las reglas a las que se someten sus miembros. Esa es, de hecho, la idea de fondo detrás del multiculturalismo: la defensa de la autonomía política de cada comunidad cultural y de la necesidad de que todas ellas coexistan en pie de igualdad. En este sentido, el nacionalismo político no sería más que otra modalidad del multiculturalismo: una donde la soberanía se le atribuye a la nación y donde se rechaza la existencia de una autoridad suprema legitimada para regular las relaciones entre naciones (las cuales deberán o coexistir pacíficamente o batallar en guerras imperialistas).

Kukathas, empero, rechaza de plano la perspectiva comunitarista y su corolario multicultural: para el filósofo malasio, el multiculturalismo no defiende una sociedad verdaderamente abierta donde cada individuo pueda perseguir su particular proyecto de vida, sino una yuxtaposición de sociedades cerradas. Respetar el multiculturalismo es respetar la legitimidad de un grupo a esclavizar a algunos de sus integrantes. Al cabo, en la medida en que cada individuo se ve adscrito por fuerza a una determinada comunidad cultural, cada individuo deviene rehén de aquel grupo al que pertenece por arbitrio de la naturaleza. Por eso Kukathas reputa al comunitarismo —en sus muy diversas vertientes colectivistas, incluida la reivindicación nacionalista del Estado-nación como origen de la legitimidad política— como uno de los principales enemigos del liberalismo y de las sociedades auténticamente abiertas.

Así, frente al estatismo jurídico que pretende organizar la sociedad alrededor de la soberanía del monopolio territorial de la violencia y, también, frente al comunitarismo político que busca estructurar la vida social alrededor de los valores que tradicionalmente han constituido cada comunidad, Kukathas reivindica una interpretación del liberalismo basada, primero, en la soberanía individual —el sujeto de derecho último no es ni el Estado ni la comunidad, sino cada persona— y, subsiguientemente, en la libre asociación política: precisamente porque cada individuo es soberano para vivir de acuerdo con sus creencias (libertad de conciencia), cada individuo ha de ser también libre para asociarse o desasociarse con otros individuos que compartan o que rechacen su visión sobre la sociedad.

En sus propias palabras: “La sociedad libre descrita por el liberalismo no constituye una unidad social estable o sometida a una doctrina compartida. Es, más bien, una colección de comunidades (y, por tanto, de autoridades) que se han asociado en torno a reglas que reconocen la libertad de los individuos a asociarse cómo y con quién quieran”. La defensa del cosmos hayekiano frente a la taxis constructivista. Los liberales anarcocapitalistas reconocerán inmediatamente su modelo de sociedad en tales palabras; los liberales minarquistas, al desconfiar de la estabilidad de una sociedad sin Estado, encontrarán en ellas una poderosa razón para limitar la autoridad del Estado únicamente a supervisar y regular la libertad de asociación y de autoorganización dentro de aquellos entramados institucionales sobre los que ese Estado ejerza su monopolio de la violencia.

En suma, la obra de Kukathas constituye un tesoro que todo liberal debería atreverse a explorar. En el caso de España, además, supone todo un reto para aquellos liberales que, por un lado, se oponen —con razón— al liberticidio que supone el nacionalismo catalán pero que, por otro, reivindican la unidad política de España como el fundamento último de nuestras libertades. Si verdaderamente nos oponemos al nacionalismo, no cabe otra opción intelectual que abrazar un derecho individual a la separación política: reivindicar la comunidad española frente a la comunidad catalana es caer en la retórica tramposa del comunitarismo; es reducir el debate a la contraposición de soberanías nacionales cuando la única soberanía que debería defender el liberalismo es la del individuo.

*Esta columna fue publicada con anterioridad en el centro de estudios ElCato.org.

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