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Chile, país de carnívoros
Jue, 05/04/2012 - 22:34

Ignacio Parada

Chile, país de carnívoros
Ignacio Parada

Ignacio Parada es médico-cirujano, psicoterapeuta y director del Instituto de Ciencia y Tecnología Vivir Más y Mejor (Chile).

La semana pasada se anunció en Chile un alza en  el precio de las carnes rojas, lo que generó gran conmoción en el país. El aumento del costo de este alimento, vital para la dieta de miles de chilenos, generó una espacie de pánico colectivo entre quienes la consideran imprescindible para su dieta  y como un elemento infaltable para una buena mesa.

Este culto que rendimos hoy a la carne no es nuevo dentro de nuestra sociedad. Durante muchos años (más de un siglo) se ha promovido una dieta basada en productos animales como la adecuada para el consumo humano. Desde el descubrimiento de las proteínas (Gerhard Mulder, 1839) en adelante se ha ido asentando la creencia de que la carne es proteína y las proteínas son carne, descalificando de paso toda la oferta de proteínas que ofrece el reino vegetal.

Todo aquello que crece tiene proteínas, siendo algunas plantas mucho más ricas en su oferta proteica que los productos animales. Este error conceptual, sostenido por conclusiones científicas anacrónicas y múltiples intereses económicos en torno, está provocando un desastre colectivo de salud, probablemente el mayor en la historia de la humanidad.

Para consignar este desastre basta observar con detención las alarmantes cifras de la salud pública, tanto de Chile como de los múltiples países que basan su alimentación en torno a los productos animales (Estados Unidos la encabeza). Las causas de muerte, la mayoría muertes prematuras de personas en plena realización de sus vidas, se relacionan mayoritariamente con la dieta establecida como saludable por la conciencia colectiva. Las enfermedades dieta-dependientes se constituyen en alrededor de dos tercios de las causas de muerte en el Occidente industrializado.

Es así como en Chile contamos con dos tercios de personas con sobrepeso y dos tercios de las causas de muerte suman las enfermedades cardiovasculares, el cáncer y la diabetes.

Alrededor de cada una de estas personas enfermas y prematuramente fallecidas hay múltiples costos, tanto afectivos como económicos. El dolor para sus afectos es tan evidente como el costo que representa al sistema el peregrinaje de estas personas por los policlínicos y hospitales, amén de los costos implicados en ausentismo laboral, licencias médicas y decaimiento de los procesos productivos en los cuales participan.

Además del drama humano involucrado, la alimentación basada en productos animales produce un enorme daño al medio ambiente, lo que se traduce invariablemente en mayor sufrimiento humano. El calentamiento global, el cambio climático, la contaminación de las aguas, la desertificación de los suelos y la pérdida de biodiversidad, están ampliamente estudiadas y se relacionan dramáticamente con nuestra fórmula alimentaria.

Además de la enfermedad colectiva producto de una alimentación equivocada y el daño medioambiental resultante de la producción de la misma, podemos sumar a la causa una grave falta de ética en cuanto permitimos un nivel de maltrato animal difícil de imaginar siquiera (el 98% del maltrato animal del mundo proviene de la crianza de animales para consumo humano). Si vamos más lejos en cuanto a consideraciones éticas podemos agregar que este tipo de alimentación promueve el hambre en los círculos sociales más frágiles, ya que como es sabido, los animales son malos convertidores de energía, queriendo decir con esto que para la producción de un gramo de proteína animal se necesitan en promedio diez gramos de proteínas vegetales, pudiendo usarse éstas directamente para el consumo humano.

¿Para qué toda esta pérdida?

¿Para quién es necesaria?

Durante la vida de una persona, ésta ingiere alrededor de 70 toneladas de alimentos. De las opciones que tome dependerán sus niveles de energía, bienestar, salud y longevidad.

Una alimentación basada en plantas, una dieta fundamentalmente vegetariana, no sólo provee las proteínas necesarias al organismo sino que además entrega una serie de sustancias protectoras de la salud (vitaminas, antioxidantes. etc.) humana y del planeta.

Por último, dada la crisis social y medioambiental que enfrentamos, buscando soluciones posibles, cabe escuchar las palabras de quien fuera tal vez el científico más importante de la era moderna:

"Nada beneficiaría más a la salud humana ni incrementaría tanto las posibilidades de sobrevivencia en la Tierra como la evolución a una dieta vegetariana” (Albert Einstein).

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