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Chile y la trampa del ingreso medio
Vie, 08/11/2019 - 08:19

Roberto Salas Guzmán

Un nuevo enfoque gerencial
Roberto Salas Guzmán

Roberto Salas Guzmán es ecuatoriano, economista de la Universidad Católica de Guayaquil. Posee un MBA de ESADE (España) y de la Universidad Adolfo Ibáñez (Chile). Así como estudios de gerencia en Kellog Business School de la Northwestern University y en Wharton Business School de la University of Pennsylvania. Es ex CEO de Masisa SA, fundador de Sustainable Management Iniciative, director de empresas, columnista y expositor.

Chile es un país muy bien preparado para enfrentar terremotos de escala superior a 8 grados, pero no tanto para manejar terremotos de tipo social. Así lo demuestran los últimos acontecimientos después de algunos días, ya más de 15. No se ha podido detener la insurgencia social.

Causas

De lo que ya se ha escrito sobre la crisis actual valdría resaltar la combinación de una injerencia externa de grupos de extrema izquierda, ejerciendo un rol de agitación; la crisis previa en Ecuador que demostró vulnerabilidades de liderazgo oficial; un sector estudiantil beligerante que no cree en los actores políticos ni en las instituciones, y se encierra en sus propias convicciones de una desigualdad considerada injusta, fruto de un modelo desgastado; y de la escalabilidad de las manifestaciones a una clase media esforzada que la pasa difícil por el alto costo de la vida cotidiana, generando un fuerte resentimiento. 

Otro ingrediente de esta mezcla es la pérdida de confianzas entre la sociedad civil, los empresarios, el gobierno y otras instituciones relevantes, donde no se salvan ni las universidades, ni las iglesias, e incluso algunas organizaciones no gubernamentales, escaseando capital social para encontrar soluciones de manera eficiente entre los mismos actores.

Pareciera que la acumulación de problemas tan mediáticos, de los últimos diez años, recién pasan factura real. Desde los casos de colusiones y otros abusos de algunos sectores empresariales, las crisis de contaminación ambiental que afectaron poblaciones, como en el sur con el caso de las empresas químicas o el de los cerdos en Freirina, además de las facturas falsas para financiar campañas, o los casos de pedofilia de algunos sacerdotes, entre otros.

¿Una crisis del primer mundo?

En las últimas semanas circuló una opinión de que la situación chilena de estos días es una crisis de un país del primer mundo, similar al caso de los chalecos amarillos de Francia. No la  comparto por una simple razón: Chile no ha podido llegar a ser considerado del primer mundo, o de ingreso alto, a pesar de habérselo propuesto cuando el país ingresó a la OCDE en el 2010, o cuando el mismo presidente Piñera, en su primer mandato, por esa misma época, puso como uno de los objetivos llegar al ingreso per cápita de Portugal, de alrededor de US$24.000, en 2018. No ha ocurrido por el bajo crecimiento que ha tenido el país en los últimos ocho años.

O la imposibilidad de vencer la trampa del ingreso medio?

Más bien creo que, si bien Chile es el país de la región que más cerca está del umbral para ser considerado un país de altos ingresos, ha estado preso en la denominada "trampa del ingreso medio", como muchos otros que no han podido progresar lo suficiente en cuatro elementos importantes: i) Mejorar la productividad de manera sostenida, ii) Establecer un mejor desempeño en los niveles educativos, iii) Lograr desarrollo tecnológico y niveles de innovación que sofistiquen la producción de productos o servicios de alto valor agregado, junto con una diversificación importante de mercados, y, iv) Fortalecer la clase media con políticas sociales inclusivas y sostenibles.

Chile no ha podido cumplir estos requisitos. Ha tenido niveles de productividad negativa algunos años, tiene un problema crónico en la educación básica, su cultura de mirada hacia adentro y la escasa investigación le evita lograr niveles de innovación más altos; su clase media es vulnerable y está cansada de un estancamiento donde los efectos colaterales del gran éxito logrado por las reformas de los años 70 y 80, como la enorme desigualdad, ya son intolerables.

Soluciones

De ahí el terremoto social. Solo la gran capacidad de solidaridad en épocas de crisis, que tiene el país, hará que sea controlado y sirva para emerger un Chile más justo y cohesionado.

Para esto es fundamental que los actores encuentren interlocutores válidos. Ya el gobierno dio una primera señal al respecto, cambiando ministros y funcionarios con un perfil muy distinto. Sin embargo, todavía es difícil encontrar buenos representantes del lado de los manifestantes.

Por otro lado, se siente necesario un diálogo que llegue a un modelo de desarrollo renovado, que adapte a las expectativas actuales el modelo económico, ajustando aquellas cosas que están afectando.

Sería necesario innovar en enfoques hacia un capitalismo más consciente e inclusivo, y estrategias de redistribución de riqueza más efectivas que, sin generar incentivos perversos o negativos, permitan una mayor igualdad de acceso a oportunidades y desarrollo humano.

Una idea diferente

Hay un creciente rechazo a un modelo que, para que nos vaya bien, primero debe priorizar grandes incentivos al crecimiento económico, para luego redistribuir la riqueza.

Una mejor versión podría ser que en los incentivos y el crecimiento económico haya más participación de los involucrados y, por lo tanto, la distribución del ingreso se dé desde el inicio, y no dependa tanto de cómo el gobierno lo haga después. Algunos ejemplos de esto se dan en la Bioecomía, cuando empresas grandes y medianas aprovechan la riqueza biológica y la biodiversidad de una área junto con las comunidades. Todos participan, todos ganan proporcionalmente, convirtiendo la producción de estas cadenas inclusivas más justas, sin sacrificar lo medular: la iniciativa privada y el instinto emprendedor.

En conclusión, la adaptación de Chile y de otros países es urgente.

Lo que está pasando no es un tema solo de Chile, ni de países en vías de desarrollo. Es una problemática global en la cual el mundo y las expectativas sociales como ambientales están cambiando a velocidades tan grandes, que los actores y los sistemas actuales no han podido adaptarse. Esa desconexión ha llegado a sus límites en algunos lugares, y en otros está por llegar.

Lo importante es hacerse cargo, moverse con rapidez con nuevos conceptos, modelos, hábitos y comportamientos, y tal vez este podría ser el eslabón necesario para superar la trampa del ingreso medio y convertirse en un país desarrollado.

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