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Cuando es preferible una monarquía eficiente a una república corrupta
Mar, 09/07/2013 - 14:51

Alfonso Reece

‘¿Cuándo se jodió el Perú?’
Alfonso Reece

Alfonso Reece es ecuatoriano, y se ha desempeñado como escritor y periodista. Posee estudios de Derecho y Sociología en la Universidad Católica del Ecuador. Como periodista se ha desempeñado en los canales de televisión Ecuavisa y Teleamazonas, mientras que en prensa escrita ha colaborado en las principales revistas de su país, como 15 Días, Vistazo, SoHo, Mango y Mundo Diners. Actualmente es columnista en el diario El Universo (Guayaquil, Ecuador).

El premio Príncipe de Asturias de las Letras de este año, el escritor Antonio Muñoz Molina, afirma que prefiere una monarquía eficiente como Holanda, a una república corrupta como Italia. El laureado novelista entiende que la monarquía neerlandesa se acerca más a un ideal republicano que muchas democracias. Hubiese sido deseable más precisión, pero podemos decir que compartimos el espíritu de estas declaraciones. En realidad las llamadas “monarquías constitucionales” europeas y japonesa, no son tales, en ellas no hay un monarca, es decir, un individuo que ejerza el máximo poder de su Estado. En esos países hay un emperador, rey o príncipe que representa a la entidad política, pero que tiene muchísimo menos poder que cualquier jefe de gobierno republicano. Entonces, ¿de qué monarquía hablamos?

Marruecos, Arabia Saudita, Omán y otros Estados árabes sí son auténticas monarquías, en las que reyes, emires y sultanes ejercen poderes más o menos absolutos. El caso extremo de esta forma de gobierno lo representa la pequeña Suazilandia en África austral, donde el rey Mswati III gobierna sin responder ante ninguna otra instancia y tiene derecho, incluso, de escoger anualmente a un cierto número de jóvenes para ser nuevas esposas, que incrementarán su ya populoso harem. Pero “repúblicas” en las que un monarca titulado “presidente” es el único al mando, no se diferencian sustancialmente de Suazilandia, hablamos de feudos hereditarios como Cuba, Corea del Norte o Siria. Son, por donde se las mire, monarquías absolutas. En contraste con estos empobrecidos países, los reinos y principados europeos y el imperio japonés están entre los países más ricos del mundo, con los mejores indicadores de desarrollo humano y cultural. No es casual que naciones tan prósperas se organicen como repúblicas con simbolismo regio, pues el bienestar generado por sus buenas prácticas económicas y políticas, hace que no resulte chocante destinar una pequeña fracción de su riqueza a mantener esas tradiciones. En cambio, en el sur de ese continente, más pobre, no se toleró esta institución y, de hecho, el único rey de Europa austral, España, es quizá el que más insegura tiene su corona.

Y esto de constitucionales... pensemos, para empezar, que el Reino Unido no tiene Constitución. La idea de la “Constitución” parte del mito de que un grupo de personas reunidas “constituyen” un Estado al dictar un documento que lo declara como tal. Así resulta que ciertos países habrían nacido veinte veces, lo cual es absurdo. En derecho societario, que en esto no tiene por qué ser diferente, no se puede hacer un nuevo estatuto constitutivo cada vez que se cambia de gerente. Normalmente los Estados existen antes de las leyes que los declaran creados. Quizá la excepción sean casos como los de Estados Unidos, en el cual el país se constituyó efectivamente al unificarse las trece colonias. Las llamadas “constituciones” deberían denominarse de otro modo, quizá así no parezcan tan sagradas. ¡Menos Constitución, más derecho!

* Esta columna fue publicada originalmente en El Universo de Guayaquil.

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