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Dubai: un futuro sin pasado
Vie, 29/05/2015 - 15:37

Samuel Silva

Felicidad Nacional Bruta
Samuel Silva

Samuel Silva es editor de Opinión de AméricaEconomía.

El chofer muestra la ciudad con orgullo. "Ahí está el Burj Khalifa", dice, "el edificio más alto del mundo". Lo pronuncia correctamente Burch Khalifa. Con entusiasmo sigue que aquí en Dubai todos pueden reinventarse, cambiar de carrera, que él llegó de Paquistán hace diez años con un contrato en tecnología de la información, pero al poco tiempo descubrió que el turismo pagaba mejor. "Además", enfatiza, "lo que más me gusta es conducir automóviles".

Está mintiendo, piensas, o mintiéndose a sí mismo. Pero sincero es el orgullo con que muestra su ciudad, su emirato, la patria que eligió, su destino. Cuatro de cada cinco habitantes de Dubai han nacido en el extranjero, te explica, y él ya no es paquistano sino emiratí. Hasta los habitantes son importados en este reino donde todo es importado, a excepción del petróleo y los dátiles.

Tras una hora de autopistas y rascacielos, el chofer orgulloso te deja en el hotel Anantara, un resort tailandés en la punta de una de las hojas de Jumeirah, la isla con forma de palmera que es la isla artificial más grande del mundo. Produce la misma sensación que Disneylandia o Las Vegas: todo se ve flamante, impecable, recién inaugurado, con la perfección postiza de un set hollywoodense.

La misma sensación de artificio te dejarán el World Trade Center, la gigantesca feria turística que te ha invitado, Arab Travel Market, el Hotel Armani, el Dubai Mall, la laguna con aguas danzantes en el techo del Dubai Mall, las palmeras del aeropuerto. Todo nuevo, todo limpio de basura y de pasado. Hasta las playas tienen la arena perfecta dispuesta de forma perfecta haciendo círculos en torno al agua de perfecto color turquesa Caribe.

Hollywoodenses son también los precios. Dubai es la ciudad más cara del Medio Oriente y número dos en el mundo en precios de hoteles: la suite presidencial en Burj Al Arab, el edificio con forma de vela, es -ya habrán adivinado- la habitación más cara del mundo: US$20.000 la noche.

Y todo bate un récord o quiere batir un récord. Al edificio más alto del mundo se suman el hotel más alto del mundo (el Marriott Marquis, de 72 pisos), el aeropuerto más activo del mundo (atendió a 66 millones de pasajeros en 2014, superando al londinense Heathrow), el mayor shopping mall del mundo (Dubai Mall, con 1.200 locales y más de 400.000 metros cuadrados de superficie).

Sonríes. Hay algo inocente e infantil en tratar de sobresalir con el edificio más alto, el hotel más caro o la isla más grande. Pero da resultados. El turismo ha estado creciendo a un ritmo de 10% anual y el año pasado visitaron la ciudad más de 13 millones de personas, dos veces más que Brasil. Y todos los emiratíes sin excepción te hablan con orgullo de los superlativos locales, mostrando al mismo tiempo superioridad e inferioridad.

¿Se puede criticar a una ciudad porque se vea tan limpia, tan ordenadita, tan campeona, tan infantil? No, pero hay algo inquietante en Dubai, la sensación de no tener cicatrices, de no tener historia, de no tener pasado.

No es  sólo sensación. Es la verdad. Empezó a construirse hace poco más de 40 años a punta de voluntad y petrodólares. Es verdad que Dubai no tiene pasado y por eso no tiene cicatrices.

Es increíble la decisión de construir una ciudad completa a partir de la nada simplemente porque tienes el dinero para hacerlo. Delirante construir calles y edificios y plazas y traer también a la gente para que los habite. Construir una ciudad como un ejercicio de mera voluntad. La cosa inquieta porque muestra una ambición desmedida, como la historia de Frankenstein, el científico que quiso crear un ser humano y creó un monstruo. La construcción de Dubai tiene algo de eso, la ambición de ser como Dios y la soberbia de creerlo posible. Quizá Dubai perturba por eso, porque tiene un eco del pecado original.

Pero la ciudad funciona y sus habitantes la quieren. Y es verdaderamente global, multicultural y respetuosa de todos los credos: un lujo si se piensa que limita con Arabia Saudita y Omán, que tiene al frente a Irán. Y es verdad que no conoce la democracia -es monarquía absoluta-, pero hasta ahora el emir ha sido más que razonable. Con dos millones de habitantes y un ingreso per cápita de US$25.000 anuales, Dubai es una ciudad Estado a la cual ojalá imitaran muchos países árabes.

Incluso más. Es posible que Dubai sea la primera aldea global, la primera ciudad del futuro, el primer mundo artificial.

Mientras las noticias de televisión cuentan con toda seriedad que hoy se le ha presentado al emir el proyecto de la primera misión árabe a Marte, conversas de estas cosas con una periodista eslovena que lleva diez años en Dubai y está pensando cambiar de carrera y entrar al turismo.

-Pero tú que vienes de Europa -le preguntas- ¿no te inquieta que aquí todo sea artificial, que no haya pasado, que no haya historia?

-¡Pero eso es justamente lo que me gusta de Dubai! -dice con total certeza-. Aquí no hay pasado ni cicatrices, no hay historia y no hay enemistades ni familias divididas.

Te das cuenta de que tu pregunta ha sido desatinada. La mujer es de Eslovenia, uno de los pedazos que quedaron cuando se despedazó Yugoslavia.

-Yo me vine porque aquí se puede empezar de cero -sigue ella-. Me vine porque aquí hay futuro sin pasado.

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