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El acuerdo entre Al Fatah y Hamas
Lun, 05/05/2014 - 17:27

Farid Kahhat

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Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

En noviembre de 2013 el canciller israelí, Avigdor Lieberman, sostenía lo siguiente respecto al dirigente palestino Mahmoud Abbas: “¿acaso representa a todos los palestinos? Claramente, no representa a los palestinos en Gaza y su legitimidad en Cisjordania es cuestionable. Suscribir un acuerdo con Abbas sólo implica suscribirlo con Al Fatah, la facción palestina que él lidera”. A su vez, según el ministro israelí de Industria y Comercio, Naftali Benett, “si alcanzamos un acuerdo con él, más del 60% de los palestinos de Gaza no lo aceptarán”.

El reciente acuerdo entre Al Fatah (la facción palestina que lidera Abbas) y Hamas (la facción palestina que controla Gaza) llama a realizar en no más de seis meses elecciones en los territorios bajo autonomía palestina. De implementarse, ese acuerdo produciría un liderazgo palestino unificado, precisamente la condición que Lieberman y Benett echan en falta. Pero como sabemos, el gobierno israelí decidió en respuesta suspender las tratativas para reanudar las negociaciones entre Israel y los palestinos (negociaciones que llegaron a su fin cuando el gobierno de Netanyahu se negó a cumplir con la liberación de un cuarto contingente de prisioneros palestinos, como acordaron previamente las partes).

Ello suscita una pregunta elemental. Si Abbas no es un interlocutor válido en ausencia de elecciones (imposibles sin un acuerdo con Hamas), pero tampoco lo es en presencia de elecciones (y un acuerdo con Hamas), ¿bajo qué circunstancias sería un interlocutor válido? La respuesta es obvia: ninguna. Lo cual a su vez sugiere una de dos posibilidades: o el gobierno israelí no tiene interés alguno en una negociación de paz (y apela por ello, como en la novela “Catch 22”, a reglas insalvables por ser mutuamente contradictorias), o de veras cree que no cuenta con un interlocutor válido para negociar la paz.

Pero si jamás hubo un interlocutor válido (recordemos que en el pasado se decía lo mismo de Arafat), entonces no queda claro por qué Israel tomó parte durante más de 20 años en negociaciones (por demás infructuosas), con los palestinos. Una respuesta que no guarda relación alguna con la naturaleza de los interlocutores, sería la siguiente: el propósito fundamental de las negociaciones no era el de alcanzar un acuerdo, sino el de continuar sin presión internacional con una política de hechos consumados (como la construcción de asentamientos ilegales en tierras confiscadas a sus legítimos propietarios palestinos), hasta el momento en el que no quedara territorio alguno por negociar.

Pero supongamos que es la naturaleza del interlocutor lo que realmente motiva la decisión del gobierno israelí. En ese caso podría argumentar que Hamas no cumple con los tres requisitos que planteara como condición para su participación en negociaciones el hoy olvidado “Cuarteto para la Paz en Medio Oriente” (es decir, el intento de medicación conjunta de la Unión Europea, Estados Unidos, Rusia y el Secretario General de la ONU): renunciar a la violencia, reconocer al Estado de Israel, y aceptar los acuerdos previos entre las partes.

Aunque razonables, convertir esos principios en condición previa de cualquier negociación dio origen a dos problemas. El primero lo señaló Colin Powell en una entrevista que concedió a la revista “Newsweek”: “no se le puede decir a la otra parte, ‘Concédenos todo aquello que producirá la negociación antes de que esta se inicie’”. En eso curiosamente coincide con el líder de Hamas, Khaled Meshal, cuando sostuvo en 2007 que “la existencia de Israel es un hecho, e Israel seguirá existiendo. Pero Hamas sólo contemplará reconocer a Israel cuando se establezca un Estado palestino (…) dentro de las fronteras de 1967”. Por lo demás, mediante el acuerdo con Al Fatah, Hamas reconoce los acuerdos previos entre israelíes y palestinos, y renuncia a la violencia como medio de acción política. Tal vez estemos ante una mera estratagema, pero en ese caso la única forma de demostrarlo sería poniendo a prueba las intenciones de Hamas.

Aquí entra a tallar además el segundo problema: las condiciones del Cuarteto sólo eran requeridas a una de las partes. Ni uno sólo de los partidos que conforman el gobierno israelí reconoce en sus estatutos el derecho de los palestinos a un Estado soberano con base en las fronteras de 1967 (como se exige a Hamas respecto a Israel), y parte de sus ministros se oponen explícitamente a esa posibilidad. En cuanto a la violencia, fuentes como Naciones Unidas, Human Rights Watch y Amnistía Internacional coinciden en que tanto Hamas como Israel han cometido crímenes de guerra, y en que Israel cometió la mayoría de ellos. Por lo demás, Al Fatah en 2006 e Israel en 2009 intentaron destruir a Hamas, sin éxito. Es razonable presumir por ende que sólo cabe desarmar a Hamas por la vía de las negociaciones. No sería, dicho sea de paso, la primera vez que el actual gobierno israelí negocia con Hamas, llegando a acuerdos por escrito: lo hizo en 2011 para conseguir la liberación del soldado israelí Gilad Shalit, y en 2012 para conseguir un cese al fuego. Lo cual configura una paradoja final: Netanyahu puede llegar a acuerdos con Hamas, pero le resulta inadmisible que las facciones palestinas alcancen acuerdos entre sí.

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