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El príncipe saudí podría ser un personaje de Kurosawa
Lun, 02/04/2018 - 09:04

Farid Kahhat

Las buenas noticias que trae el fallido atentado a Times Square
Farid Kahhat

Peruano, doctor en Relaciones Internacionales, Teoría Política y Política Comparada en la Universidad de Texas, Austin. Fue comentarista en temas internacionales de CNN en español, y actualmente es profesor del Departamento de Ciencias Sociales de la PUCP (Perú) y analista internacional.

El príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salman, visitó los Estados Unidos en vísperas del cumplirse el tercer año de la intervención de su país en Yemen. Durante su estancia ofreció declaraciones al programa “60 Minutos”, de la cadena CBS. Preguntado sobre los conflictos en Medio Oriente, sus declaraciones fueron sorprendentes.

Primero desestimó el poderío de Irán, argumentando que “su ejército no es uno de los cinco mayores del mundo musulmán” y que su economía es bastante menor que la saudí, por lo que no era un rival de fuste para su país. Pero acto seguido concedió una importancia superlativa al rival al que acababa de subestimar, acusando al líder supremo iraní, Ali Jameneí, de ser “el nuevo Hitler del Medio Oriente”. Argumentó que ello se debía a su proyecto expansionista.

Es una afirmación cuando menos controversial. A diferencia de los Estados Unidos o Israel, la autocracia iraní jamás ocupó por la fuerza el territorio de otro Estado. Ello se debe en parte a lo único incontrovertible en las declaraciones del príncipe saudí: no existe punto de comparación posible entre el gasto militar iraní y el de sus rivales en la región. Y su capacidad para proyectar poderío militar no sólo está limitada por ese hecho, sino además por el carácter étnico de sus alianzas: los chiíes son una minoría en Medio Oriente, y el régimen iraní virtualmente no cuenta con aliados fuera de esa comunidad.

Ejemplo de lo dicho es la infausta guerra en Yemen. En sus declaraciones Bin Salman culpa a las milicias hutíes (de origen chií) por lo que la ONU denomina “la mayor crisis humanitaria en el mundo”, y considera a esas milicias un instrumento de Irán. Es cierto que parte de los crímenes contra civiles en Yemen fueron cometidos por las milicias hutíes, pero la misma fuente que documenta esos hechos (la ONU), indica que poco más del 60% de las muertes de civiles fueron ocasionadas por los bombardeos aéreos de la coalición que lidera Arabia Saudí (realizados con aviones, bombas, reabastecimiento aéreo e información de inteligencia provistos por los Estados Unidos y el Reino Unido). Por lo demás esa coalición controla el espacio aéreo, marítimo y las fronteras terrestres de Yemen, lo cual establece severas limitaciones a la ayuda que el régimen iraní podría hacer llegar a las milicias hutíes (y también a la ayuda humanitaria debido al bloqueo sobre puertos y aeropuertos yemeníes establecido mediante ese control).

El último de los cargos contra Irán esgrimidos durante la entrevista podría ser un búmeran lanzado con fruición digna de mejor causa por el príncipe saudí: el respaldo que, según Bin Salman, Al Qaeda recibiría de Irán. Incluso afirmó que uno de los hijos de Bin Laden dirige esa organización desde Irán.

Nada de lo cual es cierto. El líder de Al Qaeda es Aiman Al Zawahiri y, hasta donde se sabe, nunca visitó Irán. Tanto Bin Laden como 15 de los 19 terroristas que perpetraron los atentados del 11 de septiembre de 2001 eran súbditos saudíes. En un cable de 2014, la propia Hillary Clinton culpaba a la monarquía saudí (no a Irán), de brindar respaldo clandestino a “ISIL y otros grupos radicales sunníes”.

Por momentos, Bin Salman parece emular al príncipe heredero del film Kagemusha, dirigido por Kurosawa. Esperemos que no con consecuencias igualmente trágicas.

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